Como indica el título de esta columna, el espíritu de la difunta Celia Cruz goza de una salud espléndida en el PSC, donde acaban de cambiar de candidato a la presidencia de la Generalitat de la noche a la mañana. Hasta tres veces negó Salvador Illa --gracias al TeleNotícies por el dato-- que pensara en sustituir a Miquel Iceta en las próximas elecciones autonómicas, pero ahí lo tenemos, convertido en el nuevo candidato por obra y gracia, intuyo, de Pedro Sánchez, a quien el hecho de que un ministro de Sanidad deje el cargo en plena pandemia se la sopla tanto como todo lo que no tiene que ver con la salvaguarda de su sillón presidencial. Y tampoco es que me tiren a la basura al pobre Iceta, pues igual acaba de ministro y sale así ganando, pues entre estar en la oposición al gobiernillo de una nación milenaria, pero sin estado, y pillar un ministerio en el ejecutivo de un país de verdad, no hay color.
Consumado el cambio de cromos, toca pensar en qué nos afecta la sustitución a los sufridos socialdemócratas catalanes no nacionalistas, que vivimos habitualmente sumidos en la desesperación. Dentro de ese colectivo, ¿cómo reaccionamos los que, amargados por el suicidio de Ciudadanos y la actitud opositora más bien pusilánime del amigo Iceta, estábamos considerando muy seriamente la posibilidad de abstenernos en las elecciones de febrero? Otrosí: ¿en qué se diferencian Illa e Iceta?
Vamos a ver: Illa es de una seriedad rayana en el aburrimiento (aunque sin llegar a las inalcanzables cotas del gran Raimon Obiols), mientras que Iceta baila muy bien y resulta simpático en la distancia corta; ambos ejemplifican impecablemente, cada uno a su manera, la figura del apparatchik siempre dispuesto a hacer lo que el partido le pida o le ordene; ninguno de los dos tenía muchas posibilidades de llegar a presidir la 'Gene', así que solo nos queda confiar en que Illa no se tome las labores propias de la oposición con la pachorra que distinguía a Iceta. ¿Lo hará? Dado su natural circunspecto, no me hago muchas ilusiones y, además, su jefe de filas les debe la vida a los nacionalistas, por lo que no le conviene ponerles en frente a alguien que los machaque cada vez que abre la boca (aunque se lo merezcan, que se lo merecen). En vistas a un posible, aunque improbable, pacto con ERC para otro glorioso tripartito, tengo la impresión de que Illa e Iceta son intercambiables, entre otros motivos porque ambos son de una fidelidad perruna a Sánchez y harán siempre lo que éste les diga.
En cuanto al posible “factor ilusión” --delirio sanchista según él cual la gestión de la pandemia a cargo de Illa tiene fascinados y admirados a los catalanes--, me temo que no supera el grado de entelequia o muestra de wishful thinking. Como as en la manga, Illa no es gran cosa. Y como líder salvífico y aglutinador de diferentes sensibilidades políticas, tampoco da la talla. Es un señor serio y trabajador que no cae mal --lo cual ya es mucho en la actual política española-- y que, como buen apparatchik, se haría cargo de la presidencia de la Gene con la misma profesionalidad e idéntico pundonor con los que ha pechado con el coronavirus. Desde luego, a mí no me va a propulsar a las urnas. ¿Y a vosotros, cenicientos hermanos socialdemócratas dejados de la mano de Dios y entregados a una discreta desolación? ¿Soy el único en pensar que, con este cambio de cromos, el único que ha pillado cacho es el incombustible Miquel Iceta?