Tamara Carrasco, Jordi Pessarrodona y Roger Español, esforzados secundarios del prusés, anunciaron hace unos días su intención de montar una especie de algo con lo que intentar, humildemente, pillar cacho. Por lo que pude colegir, la cosa va de crear una asociación de damnificados de/por la independencia en la que se pueda figurar y, a ser posible, medrar en el régimen. No se trata de un partido político, sino más bien de un grupo de presión para intentar rentabilizar los encontronazos de sus miembros con la justicia. Su posible lema ya lo utilizó James Bond en Operación Trueno: “El mal rato que he pasado, alguien lo va a pagar”.
Y es que los tres personajes citados en la primera línea de este artículo han pringado por la patria, cada uno a su manera, y la patria no les ha compensado como merecían. Carrasco, acusada de terrorismo por sus actividades con los CDR, se tiró meses confinada en su pueblo y con serias posibilidades de acabar pasando una larga temporada entre rejas (cosa que al final no sucedió porque, mal que le pese, la justicia española es garantista); el payaso Pessarrodona, que se hacía fotos junto a un picoleto para que viésemos lo transgresor que podía ser, se llevó unos porrazos y se chupó un juicio del que salió bastante bien librado; a Español lo dejó tuerto una pelota de goma de la policía y a punto estuvo de acceder al Senado con Junts x Puchi, pero al final le dieron con la puerta en las narices y por eso se deja ver en cuanto acto patriótico se celebra, pero ningún partido se decide a echarle algo en su estructura.
El prusés siempre se ha dividido entre los que se lucraban a lo grande con él y los que se veían condenados a la lampancia por mucho que intentaran medrar. Esto ha sido así entre los políticos --destacan entre los desdichados que no pillan cacho personajes como Santiago Espot, Jordi Graupera o Albano Dante Fachín--, los periodistas --no se puede comparar el lucro de Pilar Rahola o Tatxo Benet con el de Antonio Baños o Pilar Carracelas-- y los (supuestos) héroes populares, colectivo en el que brillan con luz propia los responsables de la confusa iniciativa de la que les hablo. La verdad es que los entiendo: están rodeados de gente que se pone las botas con el prusés mientras ellos se dedican a papar moscas y van más tiesos que DJ Kiko; se llevan porrazos de las fuerzas represivas, sufren confinamientos antes de que el coronavirus los ponga de moda o pierden un ojo de un pelotazo y lo único que reciben a cambio es la solidaridad del procesista medio, el apoyo moral de TV3 y el aplauso (y nada más) de los políticos del régimen. A efectos prácticos, esta pobre gente no ha amortizado sus desgracias y, en el fondo, se siente ninguneada por los que cortan el bacalao. Su asociación de patriotas sin premio resulta, pues, absolutamente lógica: creen que su actitud merece una recompensa que no llega ni a tiros. ¿Qué recompensa? Pues la habitual en estos casos: un curro remunerado con dinero público; si tantos patriotas viven de él, ¿por qué no pueden recibirlo ellos también?
Estamos ante una nueva casta del régimen: las estrellas fugaces o activistas no remunerados. Y cualquiera les dice, parafraseando a Celia Cruz, que no hay cama para tanta gente. O que no hay dinero para todo el mundo y solo lo pillan los más espabilados. Con la de políticos, periodistas y activistas que no le sacan a la patria la pasta deseada, me temo que les va a tocar ponerse a la cola y reflexionar sobre qué hacen mal para no conseguir monetizar sus desdichas: una cierta auto crítica nunca viene mal.