Descartada por inverosímil la posibilidad de que Pedro Sánchez confíe ciegamente en los presidentes autonómicos, su decisión de delegar en éstos la gestión de la pandemia del coronavirus solo puede obedecer a la muy humana tendencia a escurrir el bulto y, nunca mejor dicho, quitarse el muerto de encima. La jugada arroja una recompensa doble: aligeras tu responsabilidad --bastante hiciste dando por terminadas tus vacaciones estivales media hora antes de lo previsto-- y quedas como un firme partidario de la descentralización. En cuanto a los afectados por tu galbana y tu jeta monumental, pues depende del presidente que les haya caído encima en las últimas elecciones: los que, a falta de presidente, nos tenemos que apañar con un suplente al borde de la inhabilitación no nos las prometemos muy felices, todo sea dicho.
Como casi todos los políticos involucrados en esta catástrofe vírica, Torra no sabe nunca qué es lo que hay que hacer y va improvisando sobre la marcha, sin importarle que sus sucesivas medidas resulten a menudo contradictorias. Verbigracia: prohibidas las reuniones de más de diez personas, pero permitidas las alharacas de la Diada, aunque el epidemiólogo en jefe, el doctor Trilla, las desaconseje tal como está el patio (tampoco está mal lo de prohibir fumar por la calle, pero permitir viajar en vagones de metro abarrotados). La Diada, ya se sabe, es sagrada, y Torra no está para que lo acusen de botifler. La Diada se permite y se alienta, y si luego empiezan a caer patriotas como moscas, no pasa nada, los consideraremos héroes sacrificados en el altar de la patria. Lo importante para nuestro vicario es evitar que Elisenda Paluzie, mandamás de la ANC, le afee la conducta y ponga la siniestra entidad que preside a hacerle la vida imposible. Así pues, adelante con los planes de la ANC: a falta de la tradicional parada de corte norcoreano, este año la cosa consistirá en una serie de escraches ante edificios que representen de una u otra forma al perverso estado español. Entre ellos, la Universidad de Barcelona, donde la señora Paluzie da clases y aspira a ejercer de rectora, pues considera que el actual rector es un unionista despreciable y que los catalanes no nos podemos permitir el lujo de tener el rectorado de tan prestigiosa institución en manos del unionismo.
Elisenda Paluzie es, como podemos observar, una mujer que sabe unir lo general y lo particular a la hora de la actividad patriótica: hay que denunciar la molesta presencia de España en Cataluña, y si por el mismo precio pillamos el rectorado de una universidad, pues todo eso que nos llevamos. Sus prioridades están tan claras que de nada sirve decirle algo tan obvio como que las alegrías patrióticas masivas son una posible fuente de contagios, ya que cualquier intento de razonar con fanáticos está condenado al fracaso. De ahí que la actitud de Sánchez resulte especialmente lesiva para los catalanes que no comparten las ideas (por llamarlas de alguna manera) de la señora Paluzie. Hubiésemos agradecido, francamente, que el presidente del gobierno central se dedicara a ejercer de tal y, entre otras iniciativas, prohibiera la Diada de este año aduciendo causas de fuerza mayor. Pero me temo que eso es pedirle mucho a alguien que se fue de vacaciones en pleno recrudecimiento de la pandemia y que, como el vicario Torras, también ha hecho de la improvisación permanente la base de su actividad política. Como se dice en estos casos y aunque no seamos creyentes, ¡Dios nos coja confesados!