Hoy cumple 90 años Jordi Pujol, en plena bancarrota del rentable invento socio-político-lucrativo que se sacó de la manga a finales de los años 70 para controlar física y mentalmente el territorio, Convergència Democrática de Catalunya. Arruinados y embargados gracias a la hábil gestión de Artur Mas, los convergentes se dividen ahora entre los que dicen no saber quién era el tal Pujol y los que no esperan a que la diñe para reivindicarlo. Estos últimos han creado una web para que quien lo desee pueda desearle un cumpleaños feliz al padre de la patria. Ya se adelantó Pilar Rahola en TV3, defendiendo esa teoría que cada día toma más cuerpo y según la cual, los logros del señor Pujol superan con creces sus pecadillos y mangancias: es de bien nacidos ser agradecidos, y Pilarín le debe su lucrativa carrera como sicofante número uno del régimen al fundador de Convergència. Otros que también se criaron a sus pechos prefieren guardar las distancias, como los amigos de Jeffrey Epstein, que se dieron a la fuga en desbandada en cuanto lo trincaron.
El cumpleaños del patriarca va muy bien para insuflar un poco de optimismo en el ánimo convergente, que ahora se divide en diferentes sectores para sobrevivir, pero la cosa es un lío mayúsculo: entre el PDeCat, los fans de Puchi, el inefable Castellà, los restos de Unió Democrática, el Partit Nacionalista de Catalunya, la Crida y no sé cuantas pandillas más, el nacionalismo de raíz pujolesca se ha convertido en un genuino clusterfuck a la espera de que ERC les aseste la puntilla definitiva. Por consiguiente, no es de extrañar que abunden los nostálgicos de cuando CDC cortaba el bacalao y repartía comisiones, aquellos gloriosos tiempos --previos a la confesión del líder sobre sus escaqueos con Hacienda y una improbable herencia paterna-- en los que se podía decir tranquilamente que Cataluña será convergente o no será.
Evidentemente, no pienso entrar en la web de marras para felicitarle el cumpleaños al señor Pujol, a quien hago responsable del lamentable paisito quiero-y-no-puedo que disfrutamos en la actualidad, pero me gustaría preguntarle por qué decidió, ya a una edad provecta, abandonar el disimulo y la hipocresía que tan buenos resultados le habían dado y abrazar el independentismo: ahí empezó su ruina y la de su partido, ahí puso fin a una larga época de dominio político y extracción económica, ahí comenzó a olvidarse de su obsesión por pasar a la historia como el padre de la nueva Cataluña…
Solo tenía que tirarse unos años más jugando a la puta i la Ramoneta, actividad que dominaba como pocos, para asegurarse una vejez llena de homenajes y galardones. Los chorizos de sus hijos no se habrían librado de sus problemas con la justicia, pero él, con un poco de esfuerzo, podría haberse quedado au dessus de la melée. No contento con dejar campar a sus anchas a su prole, le pasó el bastón de mando al inútil de Mas y apostó desacomplejadamente por la independencia tras media vida dedicada a chantajear a España. ¿Se trató de una decisión modelo para lo que me queda en el convento, me cago dentro? ¿Empezaba a chochear? ¿Tuvo ganas, por una vez en su vida, de decir exactamente lo que pensaba? En cualquier caso, lo pagó caro. Si no llega a ser por el arrebato independentista, seguiríamos sin saber nada de su condición de evasor porque el gobierno central lo hubiera ocultado. Y puede que CDC siguiera viva y no en concurso de acreedores y con una deuda de más de seis millones de euros por las trapisondas del Palau (que a ver quien los paga, ya que todos los herederos políticos de Pujol miran hacia otro lado y aseguran que la deuda no es suya, a ver si cuela).
Toda una vida presumiendo de seny para arruinarlo todo al final en un arrebato de estúpida rauxa. Menos mal que le queda el club de fans y el amor incondicional de la Rahola.