Hasta hace unos pocos días, cuando este diario publicó un artículo sobre la juventud de Jaume Alonso-Cuevillas, yo pensaba que este sujeto me resultaba irritante por ser el abogado de Puchi, creerse el príncipe de los ingenios y estar en posesión de una desagradable voz de pito. Pero al enterarme de que, en su época estudiantil, se llamaba Jaime, lucía banderita española en la muñeca y era, prácticamente, de extrema derecha, entendí a la perfección la grima que me causaba, pues lo pude incluir en un modelo de ser humano que me saca especialmente de quicio: me refiero a los que defienden una causa idiota en su juventud y otra no menos idiota en su madurez, como aquel militante de la banda Baader-Meinhoff que acabó en un partido neonazi alemán.
No hablo de chaqueteros extraordinarios como Toni Comín, que ayer estaban en un partido, hoy en otro y mañana ya veremos. Comín brilla con luz propia como medrador y oportunista, pero no pertenece al modelo que a mí más me inquieta. En España lo representan divinamente personajes como Jorge Verstrynge --fascista de la banda de la porra en su juventud y ahora íncubo de extrema izquierda, tras una larga etapa de transición a la vera de don Manuel Fraga en el PP--, Pío Moa --que tras echar su juventud a los cerdos con el GRAPO, hizo lo propio con su madurez al hacerse franquista cuando Franco ya estaba muerto-- o el propio Cuevillas. Todos son tipos que parecen no saber qué hacer en esta vida sin una causa que la justifique. En principio, dejar el terrorismo --Moa-- o el facherío --como Verstrynge y Cuevillas-- es digno de alabanza. Lo que ya no resulta tan admirable es seguir haciéndole ascos a la lucidez y pasarte al otro extremo del arco político para abrazar otra causa tan imbécil como la que tenías de adolescente (y sin los atenuantes de la corta edad, encima), ya sea el bolchevismo de estar por casa o la república catalana.
Alonso-Cuevillas, eso sí, demuestra que el delirio ideológico puede complementarse con las ansias de prosperar: considerado por sus pares un aprendiz de penalista y un leguleyo no muy brillante, ahora confía en que Puchi lo coloque en el Parlamento. Hay que rentabilizar el lacito amarillo y las patrañas que cuenta a petición de su cliente y que comparte con Gonzalo Boye, otro gran ejemplo de merluzo con causa: de joven, con ETA; de mayor, con Puchi: ¡Dios le conserve la vista, ya que no el pelo!
Los merluzos con causa pueden resultar divertidos si uno se ha levantado lo suficientemente zen. Pero si has salido de la cama con el pie izquierdo puedes acabar soltándoles mentalmente la famosa frase de Groucho Marx: “No sé si usted existe o si me ha sentado mal la cena”.