La revolución de las sonrisas, aquella que empezó en 2012 con las kermeses de Carme Forcadell, el corro de la patata y las cancioncillas, ha perdido su carácter falsamente festivo (¿qué habrá de festivo, digo yo, en cargarse un país?) y se ha instalado, parece que definitivamente, en la mala baba y la cara de perro. Lo pudo comprobar hace unos días la fiscal Ana Magaldi, a la que la turba de fans del Astut insultó a distancia, con la excepción de un energúmeno que se le plantó delante y la puso de vuelta y media antes de que la cercanía de los Mossos d'Esquadra le hiciese dar media vuelta y reintegrarse al airado rebaño procesista. Dice la señora Magaldi que nunca había visto una expresión de odio como la del energúmeno en cuestión, y yo diría que su impresión es correcta: en Cataluña hay odio, y quienes más lo promueven son los que deberían apaciguar los ánimos, el Gobierno autonómico y su aparato de agitación y propaganda, compuesto por TV3, Catalunya Ràdio, diarios de papel sobornados y digitales separatistas cada día más virulentos. Ante las palabras de la señora Magaldi, ya hemos visto las reacciones de los buenos catalanes: Neus Munté solo ve libertad de expresión en la actitud del energúmeno, Lídia Heredia dice que las imágenes no coinciden con la denuncia y a la CUP solo le ha faltado decir que suerte ha tenido la fiscal de no llevarse una hostia por su actitud lamentable ante los justos deseos de la Cataluña catalana.
En Cataluña hay odio, y quienes más lo promueven son los que deberían apaciguar los ánimos, el Gobierno autonómico y su aparato de agitación y propaganda
Los de la sonrisa ya no sonríen. Están a la que salta y con el improperio siempre a mano. Antes de la fiscal Magaldi, lo pudieron sufrir en sus carnes Joan Boada --al que Graset invita a su infecto programa para que el populacho lo linche a base de tuits-- o Dolores Agenjo -la única directora de escuela que se negó a colaborar en la celebración de la charlotada del 9N: les han dicho de todo, alcanzándose en el caso de la señora Agenjo unas cotas de grosería y de machismo nacionalista insuperables. Cualquiera que no les dé la razón a los nacionalistas ya puede prepararse para que lo pongan verde: en eso se ha convertido la revolución de las sonrisas, en pura mala leche, en odio.
Y, mientras tanto, el Govern sigue echando más leña al fuego y caminando hacia su ansiado remake de la performance de Companys en 1934, que acabó como el rosario de la aurora. Hablan de choque de trenes cuando van en patinete y el enemigo circula en AVE, pero si quieren llegar a las manos, que así sea: más de la mitad de los catalanes estamos hartos de su chulería y de su infinita capacidad de generar odio, enfrentamiento y mal rollo.