En la cuenta atrás hacia las autonómicas del 14 de febrero hay más incertidumbres que certezas. En toda noche electoral aparecen las sorpresas, a veces son irrelevantes para la gobernabilidad, pero en un escenario cada vez más fragmentado como el catalán las pequeñas variaciones pueden producir efectos multiplicados. Cuesta creer que con el material inflamable que se está acumulando en la sociedad catalana nada vaya a cambiar esta vez. La hecatombe sanitaria y socioeconómica es muy gorda para que no caiga alguna hostia electoral, aunque todavía no sabemos sobre quién, o igual contra casi todos esa noche. La mejor prueba es que hay muchos nervios en los partidos independentistas, que no han hecho más que acumular fracasos y peleas en todo este tiempo. El balance de la última década para Cataluña tras el procés es desastroso. No solo hemos dejado de ser la zona más competitiva de España, sino que soplan persistentes vientos de decadencia. La campaña estará marcada por la urgencia de dejar atrás la pandemia y recuperarnos. Pero en la política catalana falta ese De Gaulle que nos una, como reclamaba Gabriel Colomé el pasado domingo. Hay una palpable falta de liderazgos en un Parlament que en la próxima legislatura quedará aún más troceado. Hoy hay siete grupos para 135 diputados (Cs, JxCat, ERC, PSC, Comuns, CUP y PP), y con la entrada casi segura de Vox y tal vez del PDECat, pasarán a ser nueve. Teniendo en cuenta que en realidad muchas candidaturas son coaliciones de partidos, la fragmentación iguala a la del parlamento israelí, arquetipo de la división. Otro amargo fruto del procés, del encierro identitario.

La repetición de un bipartito independentista, pero con las tornas cambiadas es una posibilidad cada vez con más problemas. Para empezar ERC puede volver a ganar en las encuestas y perder en las urnas el 14F.  Para una parte de la parroquia que votó a Oriol Junqueras, quien, no lo olvidemos, es el padre del independentismo mágico, la candidatura esencialista de Laura Borràs por JxCat es mucho más atractiva que la del gestor aburrido que encarna Pere Aragonès, que además luce una hoja de servicios bastante mediocre junto a Alba Vergés al frente de las dos consejerías más importantes en esta crisis. Si los republicanos pueden sufrir por su derecha irredenta, sobre todo en la Cataluña interior y en las ciudades del tercer cinturón (Manresa, Igualada o Vic), la CUP en alianza con Guayem Catalunya y la exalcadesa de Badalona Dolors Sabater como cabeza de cartel, amenaza con hacerles un agujero por la izquierda.

Además, no es menor su exigencia de formar parte del Govern en la próxima legislatura para forzar la celebración de otro referéndum. Lo que nos llevaría a un tripartito independentista de confrontación en el que los republicanos se verían obligados a participar tras obtener un resultado bastante apretado frente a JxCat. La hostia en este caso se la llevaría ERC y su estrategia posibilista. Ahora bien, también podría ocurrir que la deriva friki de JxCat, con personajes como Joan Canadell, haga huir al electorado nacionalista tradicional hacia la abstención y que una parte opte por el neoconvergente PDECat. Si Borràs pincha la hostia se la llevará Carles Puigdemont y empezará entonces su principio del fin.

En el campo constitucionalista la hostia asegurada la tiene Ciudadanos, que puede perder cerca de dos terceras partes de sus 36 diputados actuales, salvando entre 12 y 16, según todas las encuestas. La duda no es tanto hasta dónde van a llegar sus pérdidas, sino quién se llevará ese trozo del pastel. Puede que mayormente nadie, que cientos de miles de votantes vayan a la abstención, lo que ayudaría indirectamente al independentismo. Pero hay dos interrogantes. El primero cuál será la fuerza de la ultraderecha españolista, que va a recoger el voto más antigubernamental, contra Sánchez e Iglesias, y de cabreo gamberro con la situación, lo que va a taponar el crecimiento del PP de Alejandro Fernández. Sería una hostia para Pablo Casado que la noche del 14 de febrero el voxista Ignacio Garriga se pusiera por delante de los conservadores en el Parlament. La segunda duda es el PSC. ¿Será capaz de atraer Miquel Iceta a una parte sustancial de ese voto constitucionalista que en 2017 se fue a Cs y al mismo tiempo ser la opción transversal catalanista de todos los que quieren un buen gobierno en Cataluña? Es una cuadratura del círculo muy difícil que puede acabar en hostia si el PSC solo mejora un poco sus actuales 17 diputados, si sigue siendo irrelevante o se ve obligado a apoyar desde fuera en posición subsidiaria a un bipartido de ERC y los Comuns, que es el escenario con el que sueñan los republicanos en su proyecto de conquistar la hegemonía.

En definitiva, hay muchas incertidumbres en una Cataluña tensionada por el fracaso de la política y angustiada por la situación socioeconómica. Hay un deseo de cambio en la sociedad, de pasar página a una década perdida. No podemos resignarnos a perder la esperanza de que haya un partido que haga de turbina y sepa recoger esa energía positiva. Dos meses dan para mucho. Pero el resultado puede acabar repartiendo hostias a diestro y siniestro, fruto del hastío de la mayoría, la inapetencia de muchos y el cabreo de no pocos.