La mujer de Lot no resistió la tentación de mirar al pasado, convirtiéndose en estatua de sal. La crueldad del castigo es ejemplarizante porque la sal se diluye con el agua y luego no queda ni rastro. Miquel Iceta sabe que las estatuas pensadas para pervivir son las de mármol, por eso echó mano de la Biblia para identificar la actitud del presidente de la Generalitat, más pendiente del pasado reciente que del presente. El líder socialista ha propuesto hablar de futuro justo cuando Quim Torra se declaraba encandilado por el incendio de Sodoma.

Iceta es un político de imágenes potentes. Lleva meses abogando por la reconciliación entre catalanes, una expresión tal vez excesivamente asociada a la postguerra como para hacer fortuna en tiempos de sensibilidad extrema; ahora, recupera la idea proponiendo la creación de una comisión de estudio parlamentario para tantear la existencia de un mínimo consenso catalán para empezar a andar hacia alguna parte que no sea la repetición de los errores experimentados.

Esta vez habló con el freno de mano puesto. En realidad, sugiere la formación de una mesa para el diálogo nacional en busca de consenso, o, en su defecto, de una mayoría cualificada de 90 diputados para dar fuerza social a una nueva proposición para Cataluña. Una idea muy apropiada a la comprometida circunstancia del país porque sitúa el inicio de la búsqueda de soluciones en casa.

El problema es en primera instancia de los propios catalanes, perfectamente divididos en dos mitades que se ignoran. Lo primero, pues, el reconocimiento de la situación con el establecimiento de la mesa o la comisión, luego la prospección. No nos engañemos, este pequeño paso hacia la normalización es muy difícil de aceptar por los beneficiarios de la polarización, por los partidarios del enfrentamiento Cataluña-España y mucho más por quienes pretenden comprometer el futuro de todos representando solo a una parte.

Nada de esto se le puede escapar Iceta, que no ignora que nada relevante se moverá en la política catalana mientras persista el encarcelamiento preventivo de los dirigentes independentistas procesados. Este hecho objetivo entorpecerá también el diálogo entre Pedro Sánchez y Quim Torra, porque obliga en la práctica al presidente de la Generalitat a ensombrecer cualquier atisbo de acercamiento en materias competenciales con advertencias de retorno a fracasos unilaterales.

Hasta el próximo invierno, cuando el futuro de los procesados quede establecido por sentencia y el Gobierno vuelva a tener opciones reales para intervenir en el caso, va a ser difícil diseñar un escenario creíble. Los socialistas, fortalecidos por la llegada a la Moncloa, cuentan con aprovechar este periodo de espera para ir apuntalando un escenario favorable al diálogo institucional permanente y a una reflexión política en el Parlament, libre de los actuales peajes judiciales. De todas maneras, es muy probable que estas iniciativas paralelas vayan a resultar infructuosas de no ampliar la mesa de diálogo nacional a las múltiples actores de la sociedad civil; la polarización política ya ha contagiado a toda la ciudadanía. El que lo consiga va a tener su estatua de mármol.