Casi al mismo tiempo que Pedro Sánchez declaraba muerto el procés y finalizada la mesa de diálogo, el presidente catalán, Pere Aragonès, andaba todavía haciendo declaraciones sobre las próximas reuniones de dicha mesa y todo lo que esperaba de ellas. El pobre hombre no se había enterado de que ya no hay mesa, ni sillas, ni orden del día, ni nadie que quiera reunirse con él, que problemas más importantes tienen en la Moncloa. El Govern catalán es como el borracho que sigue bailando en la fiesta del pueblo cuando la orquesta ya hace horas que se retiró a casa y no quedan más que los que recogen las sillas y los barrenderos.
--¿Me concede este baile, hermosa señorita?
--Suélteme o le atizo con la escoba, tío pesado
Cualquier día se presenta en la Moncloa una comisión del Govern catalán formada por Aragonès y los consellers de turno para participar en la mesa de diálogo, y no se van a encontrar más que a la mucama limpiando el polvo de los muebles, que allí se acumula cosa mala.
--Buenas tardes, buena mujer. Somos los representantes del Govern de Cataluña y venimos a reunirnos con su jefe en la mesa de diálogo.
--¿Mesa de qué dice? Huy, aquí no hay nadie. Don Pedro y su familia hace días que se marcharon de vacaciones. Y hagan el favor de no pisar ahí, que acabo de fregar.
Va a ser digno de verse, ese grupo de catalanes por Madrid, buscando una mesa de diálogo en la que poder participar ni que sea un ratito. A Barcelona no pueden regresar sin haber dialogado de lo que sea con quien sea. Tal vez algún sintecho, de esos que se refugian en un cajero automático, les haga el favor de charlar un poco con ellos de referéndums, libertad, derecho a decidir, en fin, de sus cosas. En una mesa, por supuesto, que, si no, no vale. Puesto que ni Pedro Sánchez ni nadie del Gobierno español –ni siquiera un funcionario de baja categoría— está dispuesto a sentarse ya con ellos, cualquier cosa vale para salir del paso y contar a su regreso a casa que la mesa de diálogo sigue y España no va a tener más remedio que atender a las exigencias de los catalanes.
Antes de dar la mesa de diálogo por finiquitada, Pedro Sánchez debería haber preguntado a Aragonès. Este le habría respondido que de acuerdo, que él sabe perfectamente que ya no hay nada que dialogar, pero que haga el favor de no decirlo en público, que un Govern catalán sin mesa de diálogo ya no tiene razón de ser. ¿Qué les va a contar el presidente catalán a sus ciudadanos a partir de ahora en sus declaraciones oficiales? A falta de acción de gobierno de la que poder presumir, la mesa de diálogo servía para tener algo con lo que contentar a sus votantes. Uno iba a Madrid acompañado de unos cuantos asesores y consellers, aprovechaba para comerse un buen chuletón en Txistu, se hacía una foto con Pedro Sánchez en aquella escalinata tan bonita con una bandera a cada lado, y se sentía de verdad alguien importante. Quitarte eso es como quitarte todo, ¿qué sentido tiene ser presidente de la Generalitat si no puedes darte el pisto con la mesa de diálogo?
Es indudable que aquí ha habido falta de coordinación. Dar la extremaunción a la mesa de diálogo prácticamente a la vez que Pere Aragonès se estaba vistiendo para asistir a ella hecho un figurín, le deja a este con cara de tonto, es decir, con más de la habitual, por difícil que pueda parecer. Tal vez quepa todavía la posibilidad de organizar, si no una mesa, un tresillo de diálogo, o, aunque sea, una mesilla de noche diálogo, o un banco del parque de diálogo, un taburete de diálogo, algo, lo que sea, que simule que el Govern catalán tiene alguna utilidad. No nos deje con el culo al aire, don Pedro.