Pensamiento

Follar en catalán

13 abril, 2016 00:00

Corrían los primeros años noventa cuando visité una escuela pública de una población del Baix Llobregat, mayoritariamente castellanohablante, para hacer un reportaje para El País de la entonces experimental inmersión lingüística en el catalán.

Se trataba de eso: no únicamente enseñar catalán a los niños castellanohablantes, sino conseguir la sustitución de su lengua familiar y de sus relaciones sociales

Dicho sea de paso: el decreto inicial promovido por Joaquim Arenas (que reaparece firmando el Manifest Koiné) preveía que la inmersión se daría en los primeros cursos, para después introducir también el castellano como lengua de enseñanza, a imitación de la inmersión en el francés que se había experimentado y acreditado en Canadá; pero, en realidad, los profesores de aquí tenían instrucciones verbales de seguir con la inmersión más allá de los cursos establecidos sobre el papel, como así se estableció oficialmente en una segunda fase.

En aquella escuela, un equipo de lingüistas, sociolingüistas o psicolingüistas (ya no recuerdo qué eran) de la universidad habían colocado unos micrófonos en el patio de recreo de la escuela para comprobar en qué lengua se relacionaban los escolares. Fue frustrante para ellos: con alguna excepción, los chavales y chavalas jugaban y se relacionaban en castellano.

Porque se trataba de eso: no únicamente enseñar catalán a los niños castellanohablantes, sino conseguir la sustitución de su lengua familiar y de sus relaciones sociales; del castellano al catalán se entiende.

Esa frustración es la que subyace en el Manifest Koiné que propugna una futura república catalana monolingüe. No es que esa sustitución lingüística no se haya producido (yo mismo, que hablaba en castellano con mis padres, porque esa era la lengua familiar, aunque mis padres nacieron en Barcelona y hablaban correctamente el catalán --eso de que Cataluña era monolingüe antes de la Guerra Civil es otro mito--, yo, que hablo en castellano con mi esposa, lo hago en catalán con mis hijos y con mis nietas, que por cierto viven en Estados Unidos), el problema es que esa sustitución lingüística, ¡sorpresa!, no se ha producido masivamente. El conocimiento del catalán se ha universalizado, pero no así la sustitución lingüística.

El otro día, un firmante del manifiesto se escandalizaba porque algunos mossos d'esquadra, pese a la normativa que lo prohíbe, utilizan el castellano entre ellos. Cierto, lo he comprobado. Como he comprobado que dependientas de un centro comercial, que estaban hablando entre ellas en castellano, se dirigían a mí en catalán, por defecto, para darme una información. Pero, si alguien espera que yo folle en catalán con mi mujer, lo tiene crudo.

No es que esa sustitución lingüística no se haya producido, el problema es que esa sustitución lingüística, ¡sorpresa!, no se ha producido masivamente

"Qui perd els orígens, perd identitat", cantaba Raimon. Una sentencia que vale tanto para los catalanes catalanohablantes como para los catalanes castellanohablantes, aunque eso no lo compartan los supremacistas del Manifest Koiné. Un supremacismo que impregna otros aspectos de la vida catalana: por ejemplo, los catalanistas ven históricamente con desconfianza (y lo entiendo) las actividades y la pura existencia de las casas regionales andaluzas, extremeñas o murcianas en Cataluña, pero se les cae la baba con los casals catalans en Buenos Aires o Montevideo (y eso ya no lo entiendo).

Otro ejemplo: nos escandaliza que en castellano se escriba Cataluña, Gerona o Lérida, pero no tenemos empacho en escribir, en textos en catalán, Aragó, Terol, Cadis o Castella i Lleó. La herencia cultural debe ser defendida para unos, pero no para otros. ¡Ah!, me olvidaba: es que la lengua pertenece a la tierra, al territorio, y no a las personas.