La geopolítica ha cambiado muchísimo y los grandes actores han movido ficha, todos menos Europa, cada vez más languideciente y decadente.

Nadie duda del poderío de China, no solo armamentístico sino también económico y de influencia. Media África y buena parte de Latinoamérica gozan de sus inversiones, que no son a cambio de nada. Rusia ya no es la que era, pero también mantiene una alta capacidad de influencia allá donde no llega China. Dinero, y vacunas, para conquistar de modo pragmático zonas del mundo en general olvidadas por occidente. Parece claro que quieren repartirse el mundo entre ellos, no siendo aliados pero sí unidos contra los adversarios comunes. Debilitar a Estados Unidos y Europa bien merece una alianza temporal, luego ya decidirán quién domina el mundo, sin duda China.

Por su parte, Estados Unidos se está replegando cada vez más, centrado en sus intereses y aparcando la idea de ser la policía del mundo. Ya ha dejado huérfano a Oriente Medio, entre otras cosas porque el petróleo cada vez es menos importante y ahora se centra en Asia y el Pacífico. Y mientras tanto, Europa, tras la salida de Reino Unido, se enfrenta a fuertes movimientos euroescépticos con Polonia y Hungría como punta de lanza, pero con eco en casi todos los países de la Unión. El proyecto común europeo hace agua por todos lados.

La evolución hacia el antieuropeísmo del independentismo es solo una señal de cómo se comportan muchos partidos nacional-populistas. La Unión Europea es una asociación de estados y jugar a desintegrarlos nunca tendrá su apoyo. Por tanto, aprovechan el Parlamento europeo y otros foros comunes para hacer ruido, pero en su foro interno saben que sus fines van contra los de los estados que sustentan la arquitectura europea y, de ese modo, los populismos, todos, hacen crecer el antieuropeísmo. La ultraderecha no es europeísta, como tampoco lo son la ultraizquierda ni el ultranacionalismo. Puigdemont, Abascal y Belarra tienen, curiosamente, un objetivo común, dinamitar la Unión. Reino Unido mostró el camino, mentiras y populismo a cambio de un futuro peor para todos, y me temo que no será la única nación en recorrerlo.

El caso de Polonia es realmente singular. Un país “recién llegado” (1999) que permanentemente desafía a las estructuras de la Unión sustentada en un nacional-populismo desbocado. Hungría no le va a la zaga y Turquía, cada vez más islamizada, se convierte en un candidato deseado por nadie. La ampliación por el Este fue una operación para aislar a Rusia, pero ahora es el germen que alimenta la división.

El histrionismo de Trump no nos permitió ver cómo Estados Unidos cambiaba de estrategia. La salida de Afganistán es solo la punta del iceberg, a Estados Unidos ya no le preocupa la producción de petróleo y ha decidido dejar evolucionar Oriente Medio a su aire, con la enorme salvedad del estado de Israel gracias a la importancia y poder del lobi judío en Estados Unidos. Mantener la ocupación de Afganistán no solo era caro, sino que servía de poco, lo que incomodaba a China y Rusia y ambos alimentaban todo tipo de resistencia con el único propósito de desgastar a los americanos. Arabia Saudí ejerce ahora de gran aliado y como “más o menos” ha hecho las paces con Israel solo preocupa Irán, enemigo estructural del reino saudí por razones religiosas y, sobre todo, de influencia. El centro del interés de los americanos está en el Pacífico, como demuestra la reciente puñalada a Europa en modo de compra de submarinos. Australia se convierte en el gran portaviones de los americanos y Japón, Corea del Sur y Taiwán las únicas tres plazas estratégicas. Los británicos, con especial olfato para la oportunidad, se han apuntado a esta alianza pacífica, algo que carece de sentido, pues el imperio británico hace tiempo que se marchó de Asia, liándola parda, por cierto.

La jubilación de Angela Merkel deja a Europa un poco más huérfana de liderazgos, si cabe, en un mundo que cada vez es más complicado para un continente envejecido y sin materias primas. Si los siglos XIX y XX significaron la caída de todos los imperios europeos, el XXI pinta a final del imperio americano y la decadencia total de esta vieja Europa a la que, al menos, siempre le quedarán Chopin, Goya y Beethoven