Cercanía, tanteo y cortejo. Son los tres pasos del baile municipal de Barcelona. Cuando Valls dice que pone sus concejales a disposición de Ada sin condiciones, estamos ante la posibilidad del bipartito constitucionalista, PSC-Colau, con la abstención de Valls. ¿Es el wishfull thinking del ex primer ministro francés o es un sacrificio para evitar que Barcelona se convierta en la capital de una república balcánica?

Sea lo que sea, estamos en la cercanía, el primer paso. Esta opción depende de la alcaldesa y de momento ella dice no, porque el señor Valls es de derechas y por lo visto ahora la derecha existe, después de cuatro años en los que los Comuns han traicionando el eje social, anteponiendo el eje nacional. Paralelamente, Ciudadanos le dice a su socio Valls que tampoco: Rivera no permitirá un pacto con los Comuns, la maraña izquierdista que tiene a Colau como banderín de enganche.

Aquí empieza el tanteo, el segundo paso del baile municipal. En el otro extremo de la cuerda, Ernest Maragall quiere a Colau para someterla a su programa municipal marciano: presos a la calle y referéndum de autodeterminación. ¿Pactará Colau con Ernest Maragall? No está tan claro. ¿Alguien se imagina a Colau haciendo de primer teniente de alcalde de Ernest? Nadie. Así estaban las cosas con el pacto constitucional formulado por Valls y frenado por el veto de Ciudadanos. Pero fuimos conscientes enseguida de que solo era un postureo más: todo el mundo sabe que Valls se reunió con Inés Arrimadas el día anterior y ambos estuvieron de acuerdo en explorar la vía constitucionalista en Barcelona con los Comuns y el PSC. Pero la política catalana es el valle de la muerte; “La disputa lo inunda todo”, definió literalmente el presidente del Cercle d’Economía, Joan Josep Brugera, en Sitges, delante de Quim Torra. Al sentirse señalado, el president batueco del Govern se sentó delante del prestigioso foro y se dijo a sí mismo “César  o nada”, y los de la platea pensaron, nada de nada.

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Caricatura de Manuel Valls / FARRUQO

El paso del tanteo va subiendo de tono conforme se conoce mejor el escrutinio del pasado domingo, cuando cayó la representación (no los votos) de Ciudadanos en Cataluña, debilitando al partido de Rivera, inmerso ahora en la crítica interna de sus dirigentes catalanes. Albert Rivera y su mariscal de campo José Manuel Villegas, han comenzado a entender la dura consecuencia del abandono del frente catalán. Sin Inés Arrimadas, Espejo Saavedra, Girauta o Cañas, el liderazgo está en duda entre dos segundos: Carlos Carrizosa y Lorena Roldán. Semejante desierto con unas autonómicas a la vuelta del verano.

Cuando Valls apunta se cae el proscenio centrista de cartón piedra. Hasta ahora, el expremier ha jugado en casa pero con la camiseta del equipo contrario. Una día se ajusta el cárdigan y lanza un proyecto de pacto que aislaría a los soberanistas. Es una bofetada desde el rincón, con seis concejales, (pas mal por ser la primera). Nos da una lección de dialéctica, toque Enarca, porque la dialéctica no está en la palabra sino en los actos. Ostenta de repente el honor de la burguesía escarlata, provinciana y alejada de la nobleza bleda; pero muy eficaz, como el entronque Valls-Gallardo, una especie de alianza urbana Mayor de Gràcia-Pedralbes en todos los morros del procés tontorrón, ansioso siempre a ennoblecer su causa. El Libro de los pasajes (Walter Benjamin) encuentra así acomodo barcelonés sin que debamos comparar el spleen de otro tiempo con la solemnidad abundosa de nuestros ecos de sociedad.

Valls propone el fin de la Guerra Fría entre los dos bloques: izquierda-derecha. Es un Bonaparte (seguramente, Le petit) solo ante los devaneos del directorio; solo contra el bucle republicano, amparádose en el buen tino y guardándose para próximos comicios el celofán del éxito. Veamos el balance del 26M: el independentismo en Barcelona sacó 10.000 votos más que en 2015, pero su representación se redujo por los extremos, el independentismo de izquierdas, la CUP, y el de derechas, Jordi Graupera. Ambos se han quedado fuera porque ninguno de los dos ha alcanzado el 5% en las urnas. Ellos desatan la ira de los blandos sin darse cuenta de que estos también votan.

Valls ha esbozado un gesto incompleto, por aquello de no molestar (“dicen que soy de fuera y que hablo de vos”). Pero es tan diestro que su imagen se convierte en la de Pimpinela en lucha contra el terror de la guillotina; un día, da un respingo y le llaman Scaramouche o Tulipán Negro, siguiendo la acendrada tentación ibérica por lo grotesco. Ahora, todo depende de cuánto pese la responsabilidad de Colau sobre un país exhausto y en gran parte vencido por el pensamiento único. Empieza el tercer paso de la danza urbana: el cortejo.