Los líderes sindicales quieren confinarnos dentro de los confines del Estado. Viviremos en el mundo feliz de las caracolas; la Cofradía de los Eternos llenará nuestras fábricas de gente guapa desempeñando funciones, como la de soldador-accionista o la de encofrador-dueño. La cadena de montaje saltará peligrosamente de Ford a Charles Fourier; del beneficio a la nada.

El secretario general de UGT, José Maria 'Pepe' Álvarez, es un líder con velocidad mental  que nunca se baja de su origen, en la lejana Macosa del Manchester catalán;  tampoco se deshace del eterno pañuelo fatah que le rodea el gaznate. Es un hombre de principios casi siempre moderados, pero esta vez los exhibe liberando inclinaciones profundas: hay que nacionalizar para defender la titularidad española de los blue chips.

El rumor de fondo de este atípico primero de mayo corre como la pólvora: nacionalizar empresas estratégicas, como Endesa, Repsol, Telefónica o Iberdrola. El axioma de los líderes sindicales consiste en defender el capital de estas empresas con la entrada de dinero público en su accionariado para evitar compras hostiles que podrían acabar, por ejemplo, con Enagás en manos de bancos chinos o fondos depredadores. Un temor innecesario, ya que nuestros titanes se defienden solos y, además, quizá prefieran un nuevo socio privado, venga de donde venga, antes que un Estado tentacular, que decida por ellos.

José María Álvarez, por Farruko

José María Álvarez, por Farruko

La tesis sindical parte del hecho de que una gran compañía a precio de saldo es tan débil como un país rico, pero sin ejército. Desconocen acaso que las empresas cotizadas, dotadas de una alta liquidez en Bolsa, rastrean a diario el mercado global y levantan barricadas ante los OPAs hostiles. La UGT no puede pensar en la estatalización económica, un infierno en la tierra. Y si no lo piensa ¿Por qué lo esgrime? Porque en sus filas existe el convencimiento de que nuestro entorno defiende su soberanía industrial con uñas y dientes: Francia declara intocables sus monopolios naturales, como EDF, Gas de France, Air France-KLM o Renault; e Italia no permitirá que alguien  se quede sin permiso con la Fiat de los Agnelli, un argumento pueril si se tiene en cuenta que la imparable integración industrial y que el capital de empresa de Torino cotiza en en NY, Tokio, Londres y Pequín.

 

Aunque sean concomitantes con el nuestro, los dos casos citados son diferentes. UGT y Comisiones han caído en el caldo proteccionista que trata de segmentar los mercados, como primer paso para defender derechos sociales. La historia les pasó por encima en la estructuración de Volkswagen; en la integración de Procter and Gamble, en la creación del gran gigante RuhrGas o en las digitales, Google, Aple o Amazon, que presiden el mundo. Ni más ni menos. Las últimas nacionalizaciones en Europa datan de 1980, cuando Mitterrand convirtió en pública toda la banca; en pocas horas, Rothschild cerró en París para abrir en Londres. El dinero puso pies en polvorosa y la República social-comunista tuvo que tirar atrás el invento. Ante la inclinación de la izquierda social, el Gobierno se calla y la derecha intemperante se teme que Blanqui haya montado la Comuna de París en el centro de Madrid; los jóvenes turcos de Abascal se atan los machos en el potrero.

La lanzadera del vicepresidente Pablo Iglesias, tratando de aprovechar la crisis del Covid para frenar la privatización de Bankia, ha contaminado a las centrales. La idea no es nueva. Las grandes compañías de servicios ya pendieron de un hilo muy fino en 1983, cuando el PSOE incluyó en su programa electoral la nacionalización del sector eléctrico. Fue la primera gran pelea entre los guerristas y los felipistas; la ganó el presidente González, contrario a la nacionalización, y sentó las bases para la entrada en la actual UE.

El mercado es global por naturaleza; es lo único que no se puede nacionalizar. El honor por el trabajo que pidió Fourier sobrevive gracias a la mariposa, el deseo de cambio, un tema más sindical de lo que parece. En lo que se refiere a los motores del crecimiento (electricidad, carburantes, metalurgia o banca) estos son la esencia del mercado.