Gemma Geis, la consejera de Universidades e Investigación de la Generalitat, celebra convertir a la UAB en recinto amurallado como medio para intensificar la receptividad espiritual y la exaltación emotiva de los suyos. Quiere despojar a nuestras universidades de su papel como receptáculos para los no residentes; vaciar su función como meta ritual de aceptación, objeto de peregrinaje y aprendizaje. Trata de privar a los estudios superiores de su principal objetivo: el intercambio y la transferencia de saber a través de lenguas comunes.
Niega la tensión interna, la interacción, en beneficio de un Tótem sagrado. Siguiendo sus sectarios mensajes, el movimiento indepe destrozó, el pasado miércoles, una carpa montada por estudiantes constitucionalistas que defienden el uso del castellano. Los airados utilizaron guantazos, agarrones y gritos de fuera fascistas para desmantelar una convocatoria del movimiento S’ha Acabat! Pero sucedió justo lo contrario de lo que proclama su consigna. Fue, en realidad, la hora del Die Blendung, el resplandor, el auto de fe de las camisas pardas, la quema de los libros que expresan la opinión del otro.
Geis consiguió lo que busca: hacer salir a los jóvenes de su isla individual para castigar al otro o ser victimados, los dos caminos del lamento nacionalista. La UAB ha emitido un comunicado vergonzoso en el que evita condenar las agresiones y señala como culpables a los partidos Vox, PP y Ciudadanos. Vox no representa al constitucionalismo, el PP arrastra los pies en Cataluña y Ciudadanos es una formación en descomposición. Seamos serios. El equipo de gobierno de la UAB, después de justificar la agresión, añadió que “el campus universitario tiene que ser un ejemplo de convivencia pacífica”. Una contradicción en sus términos.
La universidad-aldea de Gemma Geis está enclavada en la trilogía del falso genoma: el lugar, la sangre y el suelo. Ella proclama el consuelo de la raza. No sé si lo sabe, pero qué más da. En pleno éxtasis por el final de la pandemia, las universidades europeas, desde Génova hasta Heidelberg, ponen de manifiesto que son lugares de encuentro, espacios de reunión. La juventud europea es inclusiva y elogia la diferencia. Por su parte, la consejera, encuadrada en Junts, señala al otro por no conocer mi preciosa lengua materna, que ella convierte en un arma arrojadiza.
Para Geis, todo el que no hable catalán se expresa en el apostrófico dialecto de la España vaciada. Me niego a pensar que esta señora desprecia la lengua de Cervantes; es un argumento sobado. También me niego a efectuar sencillos paragones, como que Kafka escribió en alemán pese a nacer en Praga o que Conrad escribió mucho en francés y poco en inglés, siendo de origen polaco. Demasiado fácil. Ella niega el castellano por definición. Su tabla rasa con España exige constreñir el conocimiento de nuestros hijos a la monoglosia catalana, algo que produce enormes retortijones en los mausoleos de Carles Riba o Josep Maria de Sagarra, pléyade de nuestra Renaixença, una vanguardia reconocida por su presencia internacional, gracias al bilingüismo y naturalmente al catalán traducido a otras lenguas.
Geis, profesora de Derecho y ex vice rectora en la Universidad de Girona, es lo que hay, que diría Koeman. Ella espolea a la multitud contra el tono particular del que denuncia el atropello. Proclama la caverna. Ritualiza el mito de su Cataluña aislacionista. Levanta un muro virtual que convertirá la Universidad en prisión. Pero su crimen contra la cultura es un triunfo de la vulgaridad, ante el cual, casi solo vale la indiferencia. El sufragio universal llegará pronto a esta conclusión porque nada provoca más a los instalados que el resplandor de lo inaprensivo. Lo que daña realmente a la teocracia indepe es la disconformidad latente de los poetas, que no dejarán de sonreír ni ante el pelotón de fusilamiento.