Crece la lacra de la democracia directa. O como lo dice Francesc de Carreras, gana Rousseau y pierde Montesquieu. En los partidos políticos españoles, las elecciones primarias han acabado con la función de los órganos de gobierno, cuyos debates se filtraban de arriba abajo y de abajo arriba. Ha muerto la dulce democracia indirecta, la que funciona por empatía y coherencia intelectual y, a cambio, estamos en pleno auge destructivo de la directa. Hasta el pasado viernes, Pablo Iglesias era un ejemplo del caudillismo salido de las primarias de Podemos. Pero su renuncia al Ejecutivo, con la foto del 15M abarrotando Plaza del Sol, le permite convencer sin vencer. Ya lo hizo en marzo de 2016, pero su apuesta, entonces, acabó mal. Después se erigió como solución despótica contra el disidente Íñigo Errejón, de cuya expulsión se encargó Juan Carlos Monedero, el intelectual orgánico de la formación izquierdista. Ver a Monedero ejerciendo de Torquemada me recordó las purgas de José Aragón en el Partido Comunista Francés de George Marchais, durante la resaca de aquel mayo; e incluso recuperé sobre mi escritorio el estigma, algo más entrañable, de Manolo Sacristán, en el PSUC de los años del plomo.

Defenestrado por su Comité Federal en 2015, Pedro Sánchez volvió al mando aupado por otras primarias. Esta vez las que ganó gracias a las bases izquierdosas del PSOE. El presidente en funciones se podemizó para volver al trono. Aplicó una estrategia reconocible (las primarias que ganó Borrell a Joaquín Almunia, en 1998) hasta el fin de fiesta al grito de “con Rivera no”, de miles de militantes apostados frente a la sede de Ferraz, la noche del pasado 28 de abril. Las bases, que le rescataron del lado oscuro, le siguieron después en la Moción de Censura, aquel dudoso descarte de Rajoy con los votos anticonstitucionales de los soberanistas. Mal negocio, porque ahora estas mismas bases quieren cobrar la factura del éxito que se apunta Iván Redondo, el timón de Moncloa. Además, el consenso de Sánchez ante su militancia le aparta de un camino junto a Ciudadanos, con el que se comprometió ante la Europa de Macron y Merkel.

Francesc de Carreras / FARRUQO

Francesc de Carreras / FARRUQO

Probablemente, el máximo ejemplo del mal fario de las primarias lo tenemos en Ciudadanos, el partido fundado por el mismo Carreras, donde hoy se encastilla Albert Rivera. La comisión ejecutiva nacional de Cs crece en número porque los vacíos dejados por dirigentes, como Roldán o Nart o Pericay. Se han llenado a base de riveristas. El partido naranja ha adoptado el viejo método del colegio cardenalicio: promoveatur ut removeatur o promover para remover. Albert Rivera se dijo: promuevo a un montón de cuadros en la nueva ejecutiva (penúltimo eslabón) y automáticamente se remueve el secretariado (la cúpula), de tal suerte que quienes suben son mis fieles.

No hace tanto de que en los ámbitos del pensamiento se daba por sentado que los dirigentes de Ciudadanos no tocarían nunca los estatutos constituyentes de un partido obsequiado desde el saber. Pero los chicos crecieron y convirtieron en realidad al grupo de saltimbanquis congregados en la corte real del cuento de Hans Christian Andersen (bajo el título El traje nuevo del emperador). Los titiriteros prometieron al rey que le confeccionarían un vestido deslumbrante con bordados de oro, lentejuelas y botones de marfil. Pero el día del estreno, al no tener listo el trabajo, burlaron al monarca con tretas mágicas y lo mostraron desnudo ante su corte. Nadie dijo nada porque se trataba del rey, hasta que un niño soltó, “mira, el rey va desnudo”. En medio de la confusión, el monarca despertó y, cuando los alabarderos de palacio fueron a detener a los tramposos, estos habían puesto pies en polvorosa.

Francesc de Carreras, rey desnudo ocasional, es catedrático emérito de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). No es que Rivera, Arrimadas y el oscuro José Manuel Villegas le hayan perjudicado con sus trampantojos. Es que ellos han cambiado el guión a medio partido sin avisar y Carreras simplemente lo constata emotivo y sin enfados. La corte de Rivera ignora que somos esencialistas; nos gustan las cosas, no por lo que son, sino por su particular historia. Carreras ha escrito un montón de papeles académicos sobre el Estado de las Autonomías, el Estatut de 2006 y la posible reforma constitucional. Fue miembro del Consejo Consultivo de la Generalidad entre 1981 y 1998. En 2005 fue uno de los firmantes del manifiesto que está en el origen de Ciudadanos.

Mucho antes, en su primera juventud, desempeñó el secretariado de Destino, el inolvidable semanario de los mejores, los Vergès, Gaziel, Juan Ramón Masoliver o Josep Pla, entre otros, todos ellos, ráfagas de inteligencia en el tiempo de silencio. El profesor defiende la Transición porque su análisis de la sociedad española se engarza en los años sesenta, el momento del cambio de modelo económico, bajo la dictadura, con la estabilización de los Fuentes, Sardà Dexeus, Laureano o Estapé. Su padre, Narcís de Carreras, el prohombre que presidió La Caixa y el FC Barcelona y que fue albacea intelectual de Francesc Cambó, dedicó su vida a forjar puentes de futuro.

Francesc, por su parte, se consagró a la ciencia tal vez para ritualizar el vicio íntimo del saber. Los chicos de Ciudadanos han decidido taparse los oídos cuando habla Carreras y sin saberlo le han dado la espalda a la anatomía del poder, “el material del que están hecho los sueños”, como resumió Dashiell Hammett en El halcón maltés.