Los resultados de las elecciones a la Cámara de Comercio de Barcelona han sacudido al mundo económico y se han interpretado, principalmente, como una victoria del independentismo. Se entiende la desorientación del establishment empresarial al ver cómo una de sus entidades más tradicionales y emblemáticas se pone al servicio de una causa política que, además, divide a los catalanes y debilita la economía. A su vez, resulta indiscutible que el estímulo independentista ha animado la conquista de la Cámara. Pero el gran triunfador es el discurso a favor de la pequeña, o micro, empresa.

Sin duda, en muchas microempresas, no en todas, se encuentra el espíritu del mejor capitalismo, el que lleva al emprendedor a entregar su vida y arriesgar su patrimonio por un proyecto empresarial. Pero estimular y reconocer este tejido empresarial no es incompatible con el apoyo a la gran empresa. Y aún menos se entiende esa actitud cuando se convierte en un rechazo, tan adolescente como festivo y grandilocuente, hacia las grandes compañías.

Una economía como la catalana debe incorporar a empresas pequeñas, medianas y grandes. Y, a su vez, favorecer su desarrollo de manera que las pequeñas transiten a medianas, y éstas a grandes. En una economía abierta y dinámica, la pequeña empresa no es una finalidad en si misma, sino que es un estadio en su desarrollo hacia una mayor dimensión. Por su parte, las grandes corporaciones resultan fundamentales no sólo por lo que aportan directamente, sino porqué a su alrededor nacen y se desarrollan la mayoría de pequeñas empresas. Las sedes empresariales, entendidas como centros de decisión, resultan más que indispensables para nuestro bienestar a medio y largo plazo. Sin ellas, una economía acaba por vivir, o malvivir, de las decisiones que se adoptan a cientos o miles de kilómetros.

Para la economía catalana, que ya estaba necesitada de centros de decisión, la salida masiva de miles de sedes, entre ellas las más destacadas, puede acabar por constituir un genuino desastre. Cuando lo razonable sería buscar aquella estabilidad necesaria para su retorno, una institución como la nueva Cámara de Barcelona se enorgullece de que hayan salido del país y abre la puerta a que otras, disconformes con sus planteamientos políticos, también se vayan.

Pero sería injusto focalizar el malestar en la nueva dirección de la Cámara de Barcelona. Son muchos los años en que nos encontramos cómodos con un discurso que acaba por empequeñecer al país. Afortunadamente, aún estamos a tiempo de recuperar ambición y orientación. La Catalunya en Miniatura dejémosla para el parque temático de Torrelles de Llobregat.