El Ayuntamiento de Barcelona ha iniciado una lucha decidida contra la contaminación atmosférica prohibiendo, con leves salvedades, la circulación de vehículos especialmente contaminantes, aquellos de una mayor antigüedad.

Para hacerlo posible, se establece un sistema de duras sanciones que, soportado en sofisticados radares, identificará de inmediato a cualquier infractor. En consecuencia, miles de ciudadanos se verán forzados a vivir sin automóvil o a adquirir un nuevo vehículo. Una alternativa complicada para la mayoría de los afectados, pues coches tan antiguos no acostumbran a pertenecer a familias acomodadas. En cualquier caso, una iniciativa que, en un doble sentido, responde a los tiempos.

De una parte, entendiendo la prioridad de la lucha contra el cambio climático y, a su vez, trasladando a los municipios un papel determinante en dicho empeño común. Una sensibilidad que, además, responde a la personalidad más propia de Barcelona, una ciudad que se reconoce por su calidad de vida, desde la seguridad al cuidado del entorno.

Y, de otra, renunciando a lo que se denomina vieja política. En otros tiempos, una medida de esta naturaleza no se hubiera implementado sin una intensa y minuciosa labor previa para atender los intereses de los colectivos afectados que, además, resultan ser personas de ingresos reducidos. Para aprobar y desarrollar esta prohibición, no basta con el apoyo mayoritario del consistorio. 

Así, no se entiende que no se haya considerado la posibilidad de un programa de renovación de vehículos orientado a dichos colectivos. Una iniciativa que, en su medida, podría contrarrestar la previsible caída de la demanda automovilística y, a su vez, vendría favorecida por el escenario de bajos tipos de interés.

Pero para implementarse, y dado que su alcance va más allá de las posibilidades de cualquier municipio, se requeriría de la colaboración entre administraciones y del priorizar el “gobierno de las cosas”. Algo sencillamente imposible dada la pasión por el enfrentamiento y el entusiasmo por los debates tan trascendentes como paralizantes. Que los Reyes Magos nos ayuden a recuperar lo mejor de aquella vieja política, de la que tanto se reniega.