De lo mejor de este recién finalizado 2021 ha sido el asumir la gravedad y magnitud de las enfermedades psíquicas. Ha sido necesario llegar a unas cifras abrumadoras de afectados y al literal colapso de los servicios asistenciales para entender que nuestra sociedad tiene un enorme problema de salud mental.

Las patologías psíquicas tienden a ocultarse pues el afectado y su familia sienten una especie de extraña vergüenza, como si fueran responsables del desajuste. Además, cuestan de entender, pues no acabamos de asumir que una depresión o una ansiedad son tan enfermedad como una apendicitis o una arritmia. Por si fuera poco, cualquier alteración psíquica tiende a requerir de una terapia muy prolongada y, a menudo, con resultados escasos en el corto plazo.

La pandemia ha multiplicado algunas patologías, pero especialmente ha evidenciado un deterioro progresivo que ya venía de lejos. Un aluvión de enfermedades cuyo origen último se encuentra en una sociedad individualista y desarraigada que, en pocas décadas, ha dinamitado un modo de vida para dirigirse hacia no se sabe dónde. Por ello, no podemos considerar la explosión del malestar psíquico con una mentalidad exclusivamente médica, sino que, en algún momento, también deberíamos aproximarnos a las transformaciones sociales y económicas que han favorecido este deterioro extraordinario de la salud mental.

En cualquier caso, tanto los poderes públicos como la ciudadanía hemos empezado a tomar conciencia de un malestar generalizado que afecta directamente a cientos de miles de niños y adolescentes, a los que una patología psíquica no conducida a tiempo puede marcarles de manera irreversible el resto de su vida. Parece que, por fin, ha llegado el momento de hablar de salud mental con una cierta normalidad.

En este sentido, uno de los participantes en una reciente reunión profesional mencionó que había superado una depresión. Sorprendía su transparencia y naturalidad, especialmente viniendo de un hombre sereno y con éxito en el mundo de los negocios. Posteriormente, me comentaba que había decidido dar a conocer su patología pues era como mejor podía ayudar a aquellas personas que padecen situaciones similares, que no son pocas. La conversación me resultó muy estimulante, como también lo es el acercarse a esas muchas profesionales de la salud mental que se multiplican en estos tiempos tan cargados de dolor. Afortunadamente, en esta sociedad tan orientada al dinero, abundan las personas que encuentran el sentido de la vida acompañando a los otros.

Confío en que este 2022, más allá de dedicar mayores recursos a la atención mental, empecemos a analizar el porqué de tanto desajuste psíquico. Nada es casualidad. Buen año.