Reverdece el viejo escándalo del 3%, que desde hace años tiene en vilo a Artur Mas y los neoconvergentes. La Guardia Civil registró esta semana ocho oficinas y trece despachos profesionales, incluida la sede de la Agencia Catalana de la Competencia.

Las pesquisas han permitido descubrir una trama empresarial que actuaba concertada para distribuirse amigablemente las contratas públicas. Es decir, un cártel como la copa de un pino.

Los adjudicatarios solían abonar al partido de Artur Mas unas presuntas mordidas cuyo importe pasaba a engrosar el valor de cada obra. Por tanto, los sobrecostes acababan sufragados, en última instancia y a escote, por el conjunto de los contribuyentes catalanes.

El contubernio salpica de lleno otra vez a Gestió d’Infraestructures, ahora llamada Infraestructures de la Generalitat, la entidad que saca a licitación y otorga las obras en la región. También golpea a una retahíla de firmas privadas paganas, entre ellas la famosa Aigües Ter-Llobregat (ATLL).

El tinglado funcionó, al menos, desde 2007. Acaparó una multitud de subastas, siempre con devengo de la consiguiente coima para el partido del señor Mas.

El chanchullo compromete --una vez más-- a dos viejos conocidos del 3%: el exconsejero Germà Gordó y el ex tesorero de Convergència Andreu Viloca. Se da por probado que ambos mantuvieron varias reuniones con los prebostes de las compañías conchabadas.

Este episodio nauseabundo se añade al del Palau de la Música, con sus millonarias mangancias, y a otros innumerables entuertos que han menudeado en Cataluña durante los últimos lustros. De ellos se desprende que el reparto de los concursos se deslizó de forma constante por un lodazal de corrupción pura y dura. Respondía a un sistema perfectamente articulado para saquear las arcas del Erario.

Artur Mas acumula en su currículo otras muchas hazañas de diverso estilo. Practicó los mayores recortes sociales de la historia reciente de Cataluña. Malvendió el patrimonio inmobiliario de la Generalitat a precios de derribo. Dilapidó fondos públicos a mansalva en el procés.

Y aún legó otro regalo envenenado a los ciudadanos. Me refiero al traspaso de la antes citada ATLL al gigante constructor madrileño Acciona. Los tribunales tumbaron después ese trasiego y ATLL volvió al regazo oficial. Pero el tejemaneje acarrea para los moradores de estos andurriales una factura de nada menos que 1.000 millones de euros, que se dice pronto.

Mas ha sufrido una condena penal firme por desobediencia. Adicionalmente, una sentencia del Tribunal de Cuentas le obliga, junto con ocho acólitos, a reintegrar al Erario catalán 4,9 millones que se fundieron en la farsa de la consulta secesionista del 9 de noviembre de 2014.

Don Artur es un cadáver político que se resiste como gato panza arriba a ser sepultado. Resulta chocante verlo ahora, pugnando un día sí y otro también por resucitar y retornar al primer plano de la actualidad.

En realidad, no se pierde un sarao. En fechas recientes acudió a la entrega del premio Planeta, al ágape que el cazatalentos Luis Conde monta cada año en su finca de veraneo y a un desayuno organizado por el Colegio de Abogados, en este caso no sin ásperas controversias en el seno de la corporación por la asistencia del expresident.

En el historial de Mas figura también el ser beneficiario directo de una cuenta bancaria secreta que se dice fue abierta en Liechtenstein por su señor padre, exfabricante de ascensores. No es el único político catalán pillado in fraganti con dinero en paraísos fiscales. Por ejemplo, a Xavier Trias, capitoste convergente en el Ayuntamiento de Barcelona, le descubrieron con las manos en la masa de un depósito oculto en una entidad bancaria suiza. ¿Acaso dimitió el señor Trias? Pues no. Sigue tan campante en el consistorio. Y ahora, a sus tempranos 72 años, amenaza con presentarse otra vez como alcaldable.

Para ello, ha propuesto una entente al candidato de ERC Ernest Maragall, que lleva a cuestas nada menos que 75 primaveras. O sea, dos auténticos renovadores dispuestos a inyectar savia fresca al gobierno de la Ciudad Condal.

Con personajes como los tres citados, difícil es que la política catalana salga algún día del laberinto en que anda metida.