El mundo del futuro es el de las grandes ciudades. Más del 55% de la población mundial vive en entornos urbanos, con previsiones de alcanzar el 68% en 2050. Un proceso imparable donde el trasvase de la población rural a las ciudades genera un incremento significativo del tamaño de las mismas. Además en las 43 "mega ciudades" del mundo de más de 10 millones de habitantes se concentran el 66% de la actividad económica mundial y el 85% de la innovación tecnológica y científica.

Para dar respuesta a las necesidades de estas aglomeraciones urbanas, surgen las llamadas smart cities (ciudades inteligentes), ciudades innovadoras que utilizan las tecnologías de la información y la comunicación para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Ciudades que generan una importante actividad económica donde las herramientas digitales, el comercio electrónico y el internet de las cosas tienen un gran protagonismo. Ciudades que apuestan por la sostenibilidad medioambiental a través del uso responsable de los recursos y que desarrollan instrumentos de participación en los asuntos estratégicos de la ciudad a través de plataformas de gestión integral. Ciudades con una movilidad inteligente que garantiza sistemas de transporte sostenibles, seguros e interconectados que integran autobuses, tranvías, metros... que permiten a los usuarios recibir información en tiempo real.

Son al mismo tiempo ciudades globales donde convergen los nodos de las principales redes de telecomunicaciones, que aprovechan la capacidad de atracción del efecto aglomeración y la creatividad derivada de las densas redes de interacciones entre las personas.

Barcelona es ejemplo de ciudad inteligente y ciudad global que debe competir con otras ciudades del mundo por su capacidad para generar oportunidades, captar empresas y talento y su idoneidad para la creación de riqueza e innovación. Una ciudad que es mezcla inteligente de diferentes actividades: turismo, conocimiento, start-ups, cultura abierta y cosmopolita, tolerancia, mestizaje...

Pero Barcelona ciudad inteligente no está gestionada de forma inteligente. La gestión de Barcelona del actual consistorio deja mucho que desear. Una ciudad que debe recuperar la confianza de los inversores y seguir siendo atractiva para sus millones de visitantes. Una ciudad que debe superar el impacto negativo del procés, que ha puesto en peligro el mantenimiento de potentes infraestructuras científicas fruto de la colaboración institucional, la continuidad del Mobile World Congress y la ubicación de empresas como Amazon, Tesla o Norwegian Airlines.

Una ciudad sin estrategia definida para solucionar sus gravísimos problemas de vivienda, en donde se ha pasado de la promesa de construir 4.000 viviendas sociales y movilizar otras 4.000 para alquiler asequible mediante el rescate de unidades vacías, a acabar con apenas 900 pisos terminados. Una ciudad donde proliferan los top manta y los narcopisos. Una gestión municipal incapaz de garantizar la seguridad, más del 48% de los barceloneses destacan que la seguridad ha empeorado en los tres últimos años. Una alcaldesa empeñada en medidas populistas y determinados brindis al sol como la municipalización de los servicios del agua ocultando que el coste de esta operación podría ascender a unos 1.200 millones de euros.

Barcelona no se puede gobernar desde un nacionalismo decimonónico que quiere instrumentalizar la ciudad para su ideología tribal de la confrontación y la secesión, ni tampoco desde un populismo que dice combatir la desigualdad pero la estimula al ser incapaz de crear riqueza y que en ocasiones parece pretender convertir la ciudad en un laboratorio antisistema.

Barcelona solo puede ser gobernada por aquellas opciones que la consideran ciudad europea y capital del Mediterráneo, que quieren recuperar su capitalidad cultural española e iberoamericana, ciudad global, cosmopolita, inteligente y metropolitana. Una ciudad justa, inclusiva y cohesionada.