El fanatismo suele mantenerse unido y se refuerza alimentando una fractura nítida y estricta de la sociedad entre los “llamados” y los “no-llamados”, donde sólo impere la lógica de la confrontación y una dinámica amigo-enemigo. Fuera de esta lógica dualista tan perversa se confunde, porque significaría entrar en el terreno del relativismo que lleva por acabar entendiendo que los rivales, a los que se negaba el pan y la sal, también tienen una parte de la razón, o al menos también tienen sus razones, y que lo necesario es encontrar un marco común de convivencia.

Con el fin de evitarlo, además de reiterar las verdades absolutas y la maldad intrínseca del contrincante, se trata de dinamitar cualquier posibilidad de puentes y de diálogo, actuando especialmente contra aquellos que, a pesar de contrarios, defienden que hay que escucharse y, sobre todo, buscar posibles puntos de confluencia más que de disparidad. El trágico asesinato de Ernest Lluch perpetrado por ETA fue el ejemplo extremo de cómo liquidar cualquier transacción y evitar posiciones intermedias que pudieran "debilitar" una lucha que se planteaba a muerte y sin vuelta atrás. El campo independentista en Cataluña no está para matices ni para aceptar la propia existencia de puntos de vista que no compartan su verdad revelada. Pese al eslogan, el movimiento no va de libertad o de democracia, sino de totalitarismo, de convertirse en único y absoluto.

Miquel Iceta ha resultado un dirigente político paciente con los empujes y descalificaciones que ha recibido de los adversarios. A pesar de ser constantemente insultado y menospreciado por el campo secesionista, se ha cuidado bastante de no entrar a según qué trapos y no practicar el discurso de la exclusión. Ha defendido el diálogo, ha mantenido, siempre que ha podido, puentes abiertos y reclamó tolerancia y civilidad a unos oponentes que no han sido muy cuidadosos con los medios empleados, en nombre de fines supremos bastante discutibles. En todo caso, siempre ha abonado que había que buscar una solución política para el actual conflicto catalán, incluso acreditando públicamente medidas de gracia que ponían la cara agria a sus propios correligionarios. La posibilidad de que fuera presidente del Senado parecía un gesto interesante por parte de la nueva mayoría gubernamental salida de las elecciones, indicativa hacia una conversión de esta Cámara en territorial y abriendo cambios en pro de un modelo federal para España. Impedirlo resulta una clara muestra sobre cuál es la estrategia política real del independentismo: únicamente mantener una situación de confrontación.

Lógicamente que el argumento formal aducido por el independentismo para negar el voto para ser senador a Iceta no se sostiene, ni tiene ninguna lógica, atendiendo a que los electos para esta Cámara que hace el Parlamento se han venido aprobando a partir de la proporcionalidad que les corresponde a los partidos sin entrar en cuestión de nombres, lo que fuera de toda cortesía e historia al respecto se quiere hacer ahora.

Para entendernos, JxCat y ERC votaron sin problemas a los candidatos del PP o Ciudadanos, como estos lo habían hecho a la inversa. Por lo que se ve, García Albiol les parece más adecuado que Miquel Iceta. Toda una declaración de principios. El resultado, dinamitar cualquier relación de confianza en el Parlamento de Cataluña. Los actos hostiles suelen para tener consecuencias en forma de alejamiento. Pero más allá de la cordialidad y los buenos usos parlamentarios ahora perdidos, los efectos políticos de ello resultan demoledores. El independentismo decide aislarse tanto en la política catalana como en la española, quemando las naves para que no haya ninguna posibilidad de recuperar posiciones más templadas, para establecer vías intermedias de salida o bien sencillamente para incidir positivamente en la dinámica parlamentaria española. El independentismo decide convertirse en un objeto extraño, intratable y estéril más allá de sus muros. Gana la pulsión autodestructiva, la cual resulta letal para el conjunto de la sociedad catalana.

Una vez más, ERC se ha demostrado incapaz de tener una estrategia propia, más razonable y pragmática. Quien marca el paso es el irredentismo de Carles Puigdemont y, los otros, a seguir su rueda ideológica y política hasta estamparse definitivamente en los arrecifes de la realidad. Lo que demuestra el tema de Iceta es que, al menos en Cataluña, el concepto "independentismo moderado" resulta una contradicción en los términos, algo que no es posible, es decir, un oxímoron.