Pensamiento

Carolina la dulce

10 septiembre, 2014 09:13

No creo que absolutamente todo el mundo sepa que Sweet Caroline, la pegadiza canción de Neil Diamond, estaba dedicada a Caroline Kennedy, la hija de JFK que a día de hoy es embajadora de su país en Japón. Esta sweet Caroline se tiró al barro en plena campaña presidencial americana de 2008 y, para gran cabreo de las huestes de Hillary Clinton, apoyó resueltamente a Barack Obama, hasta el punto de publicar en The New York Times una carta-artículo titulada "Un presidente como mi padre".

¿Acertó? ¿Se equivocó? El caso es que Caroline Kennedy en un momento dado lo vio claro, y decidió arriesgarse y apostar, ella, que podía llevar una regalada vida de socialite en Nueva York, viviendo de las rentas y cómo no del apellido. Meterse en política le aportó poco o ningún privilegio que no tuviera ya y en cambio le sirvió para acaparar enemigos y sinsabores.

La política ha llegado a dar tanto miedo, pero tanto, tanto, en este país, que los mejores no es que no la practiquen… es que salen huyendo de ella como alma que lleva el diablo. Delegando por defecto en los peores o, vamos a ser amables, en los más desaprensivos y/o más incautos

Salvando todas las distancias, algo similar le ha ocurrido a otra Carolina dulce aunque no tan pija (y bastante más esclarecida), Carolina Punset, hija del archipopular divulgador del mismo apellido. Ella vivía tan feliz y tan pancha en Altea cuando hace años decidió plantarse ante lo que le parecían mayúsculos desmanes ecológicos, fundar una plataforma ciudadana y atreverse a pujar por una parcela de poder municipal sin estar encuadrada en ningún partido político clásico. A ella le habría gustado (le gustaría aún) que hubiera una vigorosa fuerza verde nacional y transversal, pero aquí no crece de eso, de momento.

A Carolina casi la echan del pueblo. Los ataques rebasaron ampliamente lo político para entrar de lleno en lo personal con tal saña que Punset padre, inicialmente y sardónicamente al margen de las verduras ideológicas de la hija, montó en cólera: "¡Yo no me fui al exilio ni volví de él para que tú ahora te tengas que retirar por miedo a presentarte a las elecciones!". Cual rayo tremendo de Zeus descendió sobre Altea el exministro de la UCD para apoyar a la indomable Carolina. Lo mismo hicieron otras gentes de bien. La plataforma entró en el Ayuntamiento, donde ha dado ejemplo de higiene democrática pactando con (y cuadrando a) por igual a gobiernos locales tanto del PSOE como del PP.

Pero ella seguía pensando en verde y soñando con algo más ambicioso, más transversal, más nacional. Acabó apostando por Movimiento Ciudadano, la plataforma cívica creada para propagar el mensaje de Ciutadans en toda España y de paso dar la oportunidad a personas inteligentes e independientes de dar apoyo a la idea pero sin agobios… tomándoselo con calma.

Hablemos un momento con calma de esto de los independientes. La política ha llegado a dar tanto miedo, pero tanto, tanto, en este país, que los mejores no es que no la practiquen… es que salen huyendo de ella como alma que lleva el diablo. Delegando por defecto en los peores o, vamos a ser amables, en los más desaprensivos y/o más incautos.

Algún día contaré yo en detalle cómo y por qué se me ocurrió dar el paso al frente de apoyar públicamente a Albert Rivera y a Ciutadans. No será una explicación ideológica (que tienen razón cae por su propio peso, ¿no?) sino psicológica. Qué me hizo dejar atrás la desgraciada línea de la indiferencia. Empezar de repente a descruzar los brazos.

Pero que conste que yo sigo sin afiliar, yo sigo siendo independiente, yo sigo con un pie en el rellano… son muchos años de tenerle verdadero asquito a la política, son muchos años de taparse la nariz para escribir de ella, de ir a trabajar como quien va a limpiar el reactor nuclear de Fukushima.

Carolina Punset, mi valiente, mi admirada, mi dulce Carolina, no sólo aceptó ir en las pasadas elecciones europeas en un lugar de la lista donde sabía seguro que no iba a salir (y cosechar por tanto gratis el consabido calvario en las redes sociales y en otras partes a cargo de los gentiles trolls que todos conocemos…) sino que ahora, precisamente ahora que pintan bastos, que nadie sabe qué va a pasar, va y se afilia. Sin pedir nada a cambio. Sólo dando. Sólo preguntando qué puede hacer ella por la gente, no la gente por ella, como dijo en su día el padre de la otra sweet Caroline, la yanqui.

Yo no sé qué va a pasar con Cataluña, con España ni conmigo, la verdad. Pero que existan personas como ella me calienta el corazón. Y las ganas de hacer algo. Desde dentro o desde fuera de la política, pero algo. Ya.