Porque lo vi cuando yo era un niño, y él estaba dormido en una silla, la víspera de que se fuera a París con el objetivo exclusivo de ver cine durante varios días, mañana, tarde y noche, y me parecía un ser extraño, un jovenzuelo desvalido pero voluntarioso y sobre todo romántico y “cool”, Paco Poch siempre me ha parecido una persona encantadora. Recuerdo una escena, al final del bachillerato de los mayores, en que sus condiscípulos lo echaron vestido al estanque; pero no fue para humillarle sino como celebración colectiva de su estupenda y temeraria ligereza. Debía de ser el rey de la clase. Todos le admiraban. Prácticamente esperaban verle salir volando. Pregunté: ¿quién es ese chico tan guapo y tan popular? Y me respondieron: “¿Cómo? ¿No lo conoces? Es Paco Poch”.
Después he visto su eufónico nombre asociado a la función de productor en los créditos de muchas películas malas, regulares y buenas, me he enterado de que es un consagrado cineasta documental, con suerte irregular, que durante décadas ha sido profesor en la UPF, y que Gabriela Zea ha dedicado un libro a su trayectoria.
En ese libro parece que Paco Poch dice: “Cada noche me vienen a la cabeza recuerdos de momentos en los que he fallado a muchas personas”. Esto me llama mucho la atención. Me devuelve al colegio. Veo en ese nocturno y cotidiano examen de conciencia masoquista la huella de los curas que nos educaron en el sentimiento de la culpa y el remordimiento. Un legado del que no es fácil liberarse, por más “cool” que uno sea.
También veo la huella de un legado clerical en la decisión de Paco Poch de dedicar su próxima película a Lluís Maria Xirinacs. En la singladura, tan sufrida, del fraile y “mendigo por la paz”, y en su muerte suicida al fondo de un bosque --dejando un papel manuscrito en el que decía que moría para no seguir siendo esclavo de España, Francia e Italia, y para reencarnarse místicamente en pueblo, en pueblo catalán--, Poch, y no sólo él, ve algo conmovedor y ejemplar.
Yo, en cambio, solo veo --creo que ya puedo decirlo sin incurrir en crueldad con sus parientes, pues Xirinacs murió en el año 2007--, que fue sólo otro maníaco del procés. Un desdichado que invocaba la lucha pacífica de Gandhi pero daba vivas a ETA en el Fossar de les Moreres… y luego se presentaba cándidamente en comisaría para renovar el DNI. Quizá no era candidez, sino cálculo, ganas de llamar la tención. Pero la policía ni siquiera lo retuvo: entendía que no estaba bien. Si los trenes llenos de psiquiatras que reclamé en su momento hubieran llegado a tiempo a Cataluña, quizá “el Xiri” aún seguiría vivo, felizmente dedicado a sus naderías.
Recuerdo que, al trascender su trágico final, Jordi Pujol, posando de afectado y compungido, declaró: “Su muerte me interpela”. No se sabe muy bien qué quiso decir con ello. Supongo que, en realidad, no le interpelaba sino que se la pelaba. Pues el monje había estado durante días y días, así lloviese, tronase o luciese el sol, fatigando la plaza Sant Jaume, arriba y abajo, y no pensaba salir de allí hasta conseguir de una maldita vez que el presidente de la Generalitat declarase la independencia de Cataluña.
Pujol salía de Palau cada tarde en su coche oficial, y desde detrás del vidrio tintado de la ventanilla le saludaba con la mano al pasar. “Adéu, mosén!” Al final, éste, comprendiendo que lo de la independencia iba para largo y los periodistas no volvían, se encogió de hombros y enfiló hacia el metro. Llegaba el invierno. La humedad se le había metido en los huesos.
Ahora Paco Poch, al que, como he dicho, y repito sin ironía, admiro a distancia, dice que el Xiri era un héroe ejemplar y que le va a dedicar una película. Bueno, pues muy bien. ¿No le dedicaron una a Puig Antich, el pistolero? Sí, y hasta un monumento en Barcelona. Y una a “la Monyos”. Seguramente, para convertir en asunto épico la vida del “mendigo por la paz” habrá financiación del fondo de reptiles de la Generalitat. O de Roures. Y algún guionista habrá para presentar a Xirinacs no como el enfermo mental que era --basta, para comprenderlo, con leer su nota de despedida-- sino como una víctima de la represión.
Si te lo pasas bien con eso, pues nada, Paco, adelante, miel sobre hojuelas. También te digo que la próxima vez quizás harías bien en consultarme antes. Yo te podría señalar héroes mejores. Pero es cierto que, con el paso de los años, “el Xiri” se puede convertir en un modelo, en un mito, en un símbolo patriótico. El tiempo es un gran alquimista que convierte la ganga en oro. O, como dice la milonga: “No se aflija, en la memoria / de los tiempos venideros / nosotros también seremos / los tauras y los primeros”.