¿Hay causa suficiente para aplicar otra vez el 155, o sea para suspender la autonomía de Cataluña y esta vez más a fondo, más en serio? ¿Hay motivo serio que lo exija? ¿O por el contrario, no está justificada semejante medida y sería un disparate, sería echar leña al fuego, provocar mayores “desafectos”, irritar tejidos que el Gobierno se propone precisamente “desinflamar”?

El partido que acaba de irrumpir con fuerza en el panorama político español, al que se augura un crecimiento sustancial en las próximas legislativas, sostiene que el Estado de las autonomías es una exageración, una caprichosa exasperación de la diferencia, una dilapidación de recursos innecesaria y una fuente de disensión entre los españoles de las diferentes regiones. Y que ya ha llegado la hora de cancelarlo y de recentralizar y homogeneizar el Estado, por lo menos en algunas materias sensibles como la educación y las fuerzas de seguridad del Estado.

No hace falta ser de extrema derecha, no hace falta postular la ilegalización del aborto ni la salida de la Comunidad Europea, ni es preciso culpar de todos nuestros males a los inmigrantes sin entrar a considerar nuestra responsabilidad histórica en el saqueo y destrucción de África, en fin, no es preciso simpatizar con Vox para ver lo que es obvio: que gracias al régimen autonómico y en nombre de unas particularidades históricas discutibles el País Vasco es insolidario con el resto de los españoles hasta un extremo clamoroso; y que en manos de los nacionalistas la Generalitat de Cataluña ha dañado la economía, la convivencia y la reputación de todo el país y se ha convertido en un elemento de extrema incertidumbre de cara al futuro, y potencialmente peligroso para la integridad del Estado y la paz de los ciudadanos. Prueba de ello es que muchos catalanes y no pocos españoles están convencidos de que por una especie de fatum inevitable el “nacimiento de una nación” nueva, y la destrucción de la que conocemos es cuestión de tiempo; y no mucho tiempo; sólo el preciso para que la adoctrinación de las nuevas generaciones catalanas por tierra, mar y aire, aporte un 10% más de votantes a la causa nacionalista.

Sin los presupuestos de la Generalitat en manos de fuerzas nacionalistas es obvio que el procés no hubiera tenido lugar. Es por esto por lo que en alguna ocasión he dicho que España es el país más tonto del mundo, puesto que invierte cada año miles de millones de euros de los Presupuestos Generales del Estado en financiar a sus declarados enemigos.

Acaso para no ver la extrema delicadeza de la situación, muchos agentes políticos e intelectuales españoles establecen diferencias entre “decir” una barbaridad y “hacerla”; entre invitar a las huestes al crimen y cometerlo. No quieren darse cuenta de que, por lo menos en el escenario político, que es precisamente el escenario del discurso, “les paraules vessen de sentit”, como dice la canción: las palabras desbordan sentido, y cuando las pronuncian personajes imbuidos de representatividad política, colocados al frente de potentes maquinarias de fuerza y dinero, no pueden desdeñarse como las chiquilladas de un rapero más o menos analfabeto o un guasón de El Jueves que se ha venido arriba después de fumarse un par de canutos, porque tienen poder performativo. Lo tienen, y es por eso que después de publicar sus tristemente célebres artículos en el Avui el señor Torra no hubiera debido bajo ningún concepto acceder a un cargo público; y con mayor motivo después de alentar a sus fuerzas de choque paramilitares a “apretar”, con las consecuencias que todos estamos viendo --partidos de la oposición asediados, docenas de policías heridos, vías de comunicación saboteadas--, y de encomiar la vía eslovena a la independencia, que es, como él sabe perfectamente, la vía de la guerra civil, hubiera debido ser detenido, esposado y conducido a declarar ante el juez de guardia sin perder un instante. Igual que a un clérigo musulmán que predica la guerra santa desde el púlpito hay que sacarlo de la mezquita y del territorio nacional aunque personalmente no haya cebado bomba alguna.

No puedo --creo que nadie puede-- responder a las preguntas del primer párrafo sin temor a equivocarme. Tengo mi opinión, pero como carezco de presciencia para ver las consecuencias que tendría a medio plazo, no la valoro mucho y prefiero guardármela, siendo en esto algo diferente de los salvapatrias al uso que siempre saben lo que hay que hacer. En cambio no corro riesgo de equivocarme en vaticinar que el primer partido, el primer gobierno, sea del PSOE, del PP o de Ciudadanos, que aplique el 155 no ya para salir del paso en un momento de urgencia sino con un plan de actuación meditado, coherente, riguroso y sistemático, obtendrá de entrada un inmenso respaldo en toda España, incluida Cataluña.