Hace algunos años fui invitado a un local del Paseo de Gracia de Barcelona a participar en un debate de la FAES sobre medios de comunicación y política catalana. 

Fui, pero no cobré mi estipendio; no me parecía oportuno, ya que tenía bien poco que decir sobre ese tema.

Menuda sorpresa tuve al encontrarme allí, sentado muy modosito entre los demás participantes, a Bocatorta, y qué cara de estupor y pánico se le puso al pobre cuando me vio en el dintel. ¡No me esperaba! El consejero áulico de Artur Mas, el gran debelador de la derecha españolista… cobrando de la FAES. ¡Válgame Dios!

Seguramente lo que le torció el semblante fue el miedo a que yo contase, en algún artículo, que se vende a la odiosa fundación de Aznar por unos euracos. Tranquilo, hombre, jamás se me ocurriría traicionar tu confianza. Tus secretos quedan seguros conmigo. Soy una tumba.   

En fin, una anécdota sin importancia, coses viscudes. Y también da igual el hecho de que una cuota convergente, un excretado de la fundación ACTA, se atreva a escribir, con boca y pluma torcidas, un libro tontorrón que con asombrosa frivolidad reprocha a la generación anterior que no fuese capaz de vencer a Franco --como si el valentón lo hubiera hecho mejor, y en caso de verse en aquella tesitura hubiera arrostrado con más hombría la clandestinidad y la cárcel--. De fanfarrones, milhomes y polichinelas está el Ensanche lleno.

En cambio, no me parece pasable que quien fue asesor íntimo de Artur Mas (junto con Rahola, Sopa Juliana y un notario muy contento de conocerse y cuyo nombre no recuerdo; en cualquier caso ¡menuda tropa!), haya echado marcha atrás y ahora predique prudencia, sensatez, moderación. Es la rufianesca figura del “pirómano bombero”.

Pero también esto se lo pasaría como insignificante. Lo significativo es que escriba y publique --la semana pasada-- párrafos como éste: “Hace unos años, una joven dirigente del PP iba explicando, en cenas barcelonesas de gente que manda, que el objetivo del Gobierno español era conseguir que el independentismo se radicalizara, se fragmentara, cayera en la tentación de la violencia y, de esta manera, perdiera la transversalidad, la implantación y el peso conseguidos desde la sentencia del TC contra el Estatut. 'Hace falta que las clases medias que han abrazado la estelada --explicaba esta promesa del partido de Rajoy-- vuelvan a casa cuando se den cuenta, asustadas y desorientadas, de que están tomando parte en una ceremonia destructiva y caótica'. Este es el guion que tenía el PP y que compartían --y todavía comparten-- otros actores políticos, económicos y mediáticos que articulan el Madrid del poder y del dinero…”.

Desde la primera a la última palabra, todas atufan a halitosis, bajeza, mentira elaborada y amarillismo. Atribuye mil abyecciones a “una joven dirigente del PP”, a “una promesa del partido de Rajoy”, pero se guarda de decir el nombre. La facundia inverosímil que le atribuye al hablar (“asustadas y desorientadas”, “destructiva y caótica”) denuncia la impostura.

El autor de párrafos que conculcan de manera tan obvia la deontología profesional sin que sus superiores le llamen al orden no sólo perora así desde hace años en una tribuna de La Vanguardia --ayer empujando a los golpistas hacia el abismo, hoy reprochándoles que hayan caído en él--. También da clases de periodismo. ¿Y quiénes son los profesores a los que apadrina en la Universidad Ramon Llull? Que el lector curioso lo averigüe y comprenda la magnitud de la tragedia.

Pobres alumnos, con tales maestros. Luego alguien se preguntará: ¿Qué pasó? ¿Cómo se llegó tan bajo? Bastará, para que lo comprendan, darles a leer algunos artículos, recitar los nombres del claustro de algunas universidades.