El día en que la policía alemana detuvo a Carles Puigdemont --el hereu de una pastelería en la aldea de Amer promovido, gracias a una serie de carambolas, a presidente de la Generalitat--, el día en que la loca fuga del Molt Honorable, en coche desde Finlandia a Bélgica, fue interrumpida cuando repostaba combustible en una gasolinera que tenía la cubierta decorada con un enorme pato azul, creímos que la capacidad de asombrarnos (y de avergonzarnos) de los nacionalistas había alcanzado su non plus ultra.
Nos equivocábamos. Siempre se puede ir a peor, como hemos podido comprobar estos días.
Pensamos que el arresto bajo el emblema pueril del pato azul pondría punto y final a un proceso delirante, un hito último, non plus ultra. Era no conocer a nuestros nacionalistas. Su complejo de superioridad --sobre los españoles, a los que odian y desprecian-- les empuja a una impulsividad y despreocupación suicidas. En la fluidez de dichos y hechos siempre hay un referente anterior sobre el que se dobla la apuesta y la proyecta al porvenir.
A veces recuerdo al señor Artur Mas proponiendo, muy en serio, que en las paradas de los Juegos Olímpicos los atletas catalanes desfilasen bajo la bandera de Andorra, para que no tuvieran que hacerlo bajo la aborrecida bandera española. Era allá por 2003.
A Rodrigo Rato, que como vicepresidente del Gobierno y ministro de Economía estaba dando una rueda de prensa, un periodista le preguntó qué opinaba de la idea andorrana que acababa de sugerir Mas. En un principio Rato no dio crédito. Pero vimos que alguien le susurró al oído que sí, que era cierto, que Artur Mas había hecho tal propuesta. Y entonces Rato, pasando en unos segundos de la incredulidad a una hilaridad irreprimible a pesar de sus evidentes esfuerzos, rompió a reír en una feliz carcajada. Como tenía sentido de la proporción y de la representación, en seguida se compuso y dijo alguna banalidad políticamente correcta para salir del paso.
Me encantó el momento dionisíaco en el que la felicidad que a una mente ordenada y sometida a riguroso control le depara la redonda, la reluciente necedad del prójimo, no puede reprimirse, estalla en risas y rompe el velo de la formalidad.
Rato se partía de la risa. Sólo duró unos segundos. De inmediato recobró la compostura, como ya he dicho. Y años después tuvo que enfrentarse a realidades judiciales mucho menos graciosas. Lo cual no empaña la alegría de aquel momento de gloriosa hilaridad.
No sé explicar por qué veo una relación directa, una continuidad, entre la idea olímpica y andorrana de Mas y el arresto de su sucesor, bajo el loco pato azul, aquel mediodía en Alemania.
A su vez Puigdemont desde su arresto alemán acaba de nombrar como sucesor a Torra, y no es difícil ver una continuidad, en el disparate victimista, entre aquellos días en que el Astut Mas comparaba a los catalanes con el genocidio de los armenios a manos de los turcos, y el discurso de Torra, que califica lo que sucede en Cataluña como una "crisis humanitaria". O sea, algo así como los naufragios de las pateras cargadas de emigrantes en el Mediterráneo, las matanzas de los narcos en México, los rohingyas en Myanmar, etcétera.
"Nom de Dieu, quel culot".
Hay en la necedad de Torra una torcida, una deliciosa, una gran belleza. Hay una relación directa y misteriosa entre la declaración en cuatro idiomas ("hemos ganado, hem guanyat, we have won, nous avons gagné") de Artur Mas en 2015 y la entronización, ayer, de un virrey (nombrado a dedo, como su antecesor y el anterior a éste) al que se le ha prohibido terminantemente pisar el despacho del padrino.
Ese despacho, espacioso y vacío, que aguarda en vano a su penúltimo usuario, ese escritorio, esa silla, esos silloncitos para las visitas, ese Tàpies en la pared, esa alfombra, ese aire callado, ese polvo suspendido en la atmósfera funeraria, como signos de la penúltima apoteosis de la derrota...
...despachito que Torra visitará de noche, a escondidas, meditabundo, tratando de decidir si se atreve o no se atreve a sentarse en la silla de su augusto padrino ausente.