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Un mamut lanudo

Un mamut lanudo

Pensamiento

Nacidos del hielo

"Las extinciones en masa y las 'innovaciones climáticas' también nos traen epidemias y desastres naturales"

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Divulgar siempre ha sido el complemento indispensable de la investigación. Siendo la cultura socialmente heredada, el enriquecimiento del conocimiento general fecunda la producción del individuo, prestándole más ideas e incentivos.

Como para otras tantas cosas culturales, corren malos tiempos para el documental. A la proliferación de los “falsos documentales-verdaderos realities” (¡que alguien jubile al Doctor Pol!) y el repudio por la televisión pública nacional, al menos en Cataluña, de los documentales (véase lo que ha pasado con Grandes Documentales, en La2), se le une una infantilización del espectador, que solo parece reaccionar a la vulneración de su neuro-independencia, siendo sujeto de manipulación y de datos sensacionalistas.

Un exagerado toque, incluso de invención, siempre ha existido en el divulgador “científico”, véase el ejemplo de Plinio el Viejo (quien murió por su interminable curiosidad al injerir gases volcánicos del Vesubio durante la erupción que sepultó a Pompeya), pasando por Claudio Eliano y sus interminables exageraciones, por no hablar de las invenciones de Mandeville.

Perfiles como el del casi centenario David Attenborough (a los que cada pueblo y ciudad del orbe debieren dedicarle plaza o callejón siquiera por su defensa de la biodiversidad, y que bien merecido tuvo el Premio Príncipe de Asturias 2009), Gerarld Durrell (el menor de la afamada, y televisiva, familia que gestó también al autor de El cuarteto de Alejandría) o “nuestro” Félix Rodríguez de la Fuente pueden equipararse, en no poca medida, a los grandes científicos, no por producir ciencia, sino por ayudar a su preservación mediante su difusión.

Dentro de este horizonte de nihilismo intelectual televisivo, sea en cadena privada o, más preocupantemente, pública, un brillo de esperanza sale con la superproducción de BBC (constátese, aún hoy, la excelencia intelectual que acostumbra a salir más de lo británico que de lo estadounidense) para Apple TV Planeta Prehistórico, cuya tercera temporada, La Edad de Hielo, justo se acaba de estrenar.

Frente a cualquier otra división geológica, el Pleistoceno (que surgió hace 2,59 millones de años y duró hasta hace aproximadamente 11.700 años) tiene el encanto de ser una era que nosotros ya vivimos como especie.

Coincidente con las Glaciaciones, durante tal etapa de la historia de la vida en la Tierra, nuestros no remotos antepasados compartieron el planeta con una pléyade de macrofauna que, aún hoy, puebla nuestros sueños y que (como el recién inaugurado mamut lanudo siberiano de CosmoCaixa Barcelona, compuesto, eso sí, de varios ejemplares y no de uno solo) nos inspira como si algo genotípico hubiere quedado por herencia en la nebulosa de nuestros prehistóricos recuerdos.

Vivimos en una suerte de periodo interglacial, guardando múltiples recuerdos, nosotros incluidos, de la Edad de Hielo.

La “extinción de la Megafauna cuaternaria” es un misterio científico equiparable a la extinción de los dinosaurios. Mamuts, rinocerontes lanudos, leones, hienas y osos de las cavernas, gigantopitecos (grandes, e inteligentes, simios que casi doblaban en tamaño a gorilas y orangutanes y que, quizá, fueren el origen del mito del yeti), osos de cara corta o canguros y perezosos gigantes (el primero de los cuales, en ser descrito, el holotipo, fue el actualmente expuesto en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid) desaparecieron de nuestro planeta en un corto periodo de tiempo.

Todos los caminos parecen conducir a la codiciosa depredación humana, pero, conforme avanzan los descubrimientos, cambios en la órbita terrestre y el propio calentamiento, preindustrial, del planeta parecen haber sido factores determinantes.

La conocida como Regla de Bergmann nos informa de que los animales de sangre caliente (homeotermos) tienden a ser más grandes en los climas fríos y que tal constante se manifestó, muy especialmente, en las especies del Pleistoceno.

En el cambio de paradigma que implica nuestro actual periodo, casi oficialmente, ya geológico (el Antropoceno), la macrofauna reside en zoos oficiales o de facto (en forma de grandes reservas africanas plagadas de británicos jubilados, por ejemplo), y, muy especialmente, en nuestras casas y granjas. Si la evolución ha favorecido siempre a los animales que tienen algunas características más aptas, sin lugar a dudas, las mejores de ellas son ser útiles al ser humano.

La redondez de la cara (cual si casi de un bebé o infante se tratara) ha salvado de la extinción, en buena medida, tanto al panda rojo como al panda gigante (que no son parientes entre ellos) o al koala (todos ellos salvados por “ser monos”), aunque más flagrante es el auge de aquellas especies que, procediendo de la Edad del Hielo, nos dan de comer y se han convertido, en no poca medida, en especies que experimentan sobrepoblación con el riesgo ecológico que ello implica.

Si en la Edad del Hielo, y periodos anteriores, los ungulados de dedos impares (perisodáctilos) imperaron en cientos de especies de rinocerontes (destáquese el lanudo, el Elasmotherium, que recientemente parece haberse confirmado que no es el origen del mito del unicornio y sí el rinoceronte indio y el narval, o el gigantesco Paraceratherium), actualmente proliferan los caballos, y algo menos los burros cuadrúpedos, incluso en su versión reasilvestrada (véanse los caballos mustang, originarios de Andalucía, o los proyectos de Rewilding Spain introduciendo caballos de Przewalski como mecanismos antiincendios en bosques de la Celtiberia).

Si antaño grandes manadas de bisontes de diferentes especies (destáquese el de la estepa, Bison priscus) inundaban las llanuras, mientras los uros poblaban los bosques, hoy toros y vacas condicionan, incluso, nuestro clima con sus flatulencias y superpoblación en pro de hamburguesas y bistecs.

Y, por poner más ejemplos, si tales especies eran acechadas por lobos de diferentes especies y la microfauna acosada por felinos de todo tipo, hoy perros y gatos casi comparten especie con los nuestros, y se les compra colonia, ropa y panetones cual si Fortuna se estuviere riendo de nosotros, recordándonos cuán caprichosa es la Naturaleza y hacia dónde fueron los hijos del hielo, para acabar en nuestras casas.

Las extinciones en masa y las “innovaciones climáticas” también nos traen epidemias y desastres naturales: el último el que está teniendo lugar entre diferentes poblaciones animales con la gripe aviar (impactante fue la mortandad de las grullas de la maravillosa, por lo demás, laguna de Gallocanta) o, en la montaña de Collserola, con otros supervivientes de los Hielos: los jabalíes “apestados”.

Se mire por donde se mire, con los fríos del próximo invierno, la Edad del Hielo no pierde jamás actualidad ni ocasión para la reflexión, más cuando nosotros también somos unos simios de gran tamaño (escasa duda cabe de que la Regla de Bergmann afectó a nuestro tamaño, sobre todo en nuestros primos y antepasados Neandertales, al igual que nuestra, por lo general, tolerancia hacia la lactosa, a diferencia del grueso de la población china, es producto de la necesaria resistencia, también alimenticia, ante el frío) que nació como civilización dentro o a las faldas del Hielo.