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Un instante de la película 'Dersu Uzala'

Un instante de la película 'Dersu Uzala'

Pensamiento

El cazador

"Nos quedamos con la sabiduría del maestro Dersu: la necesidad de respetar la naturaleza, la importancia de valorar la adversidad, la supervivencia y la amistad"

Publicada

Este verano me enteré de que se cumplían 50 años del estreno de Dersu Uzala, una película en blanco y negro del director japonés Akira Kurosawa inspirada en las memorias de un oficial del ejército ruso, el capitán Vladímir Arseniev, sobre sus expediciones por el lejano este del imperio ruso y su amistad con un cazador nómada de la taiga que lo salvó de morir en diversas ocasiones. 

La cinta, ganadora de un Oscar a mejor película extranjera en 1976, está considerada un tótem para ecologistas y amantes de la naturaleza, como es el caso de un novio que tuve hace tiempo. Cristian me convenció para que la viera y después realizar juntos un viaje por la taiga rusa siguiendo los pasos de Vladímir Arseniev y su amigo Dersu. 

Recuerdo que vi el filme en Youtube, en mi portátil, y que me gustó mucho, pero todavía me gustaron más las memorias de Arseniev. Así que, en un ataque de impulsividad, compré de nuevo el libro por internet con intención de releerlo. Tres meses después, estoy en ello. Y no paro de subrayar: 

“En el curso de nuestra cena, arrojé a la hoguera un trozo de esta carne. El gold se dio cuenta y se apresuró a retirarla del fuego y ponerla de lado.

–¿Por qué tiras la carne al fuego? –me preguntó, en tono descontento–. ¿Cómo puede quemársela sin motivo? Nosotros partiremos mañana y otros hombres vendrán aquí y querrán comer. Pero la carne echada al fuego se habrá perdido.

–Pero ¿quién va a venir por aquí? –le pregunté a mi vez.

–¡Bueno, quien sea! –exclamó muy asombrado–. Vendrá una ratita, un tejón, o una corneja; a falta de cornejas, un ratoncillo o, en fin, una hormiga. La taiga pulula de hombres.

Esta vez me di cuenta de que Dersu pensaba no solamente en seres humanos, sino también en animales, e incluso en bestezuelas tan diminutas como las hormigas. Amando la taiga y todo lo que la poblaba, cuidaba de ella tanto como podía”. 

Mientras lo leo, voy reviviendo el viaje que nos llevó a Cristian y a mí a recorrer la cuenca del río Ussuri en julio de 2010. Desde Vladivostok, donde la casa familiar de Arseniev alberga hoy un museo en su honor, a la bahía de Olga, pasando por Jabárovsk y Arséniev, una remota ciudad que lleva el nombre del escritor, en el Krai de Primorie.

Fue un viaje inolvidable, marcado por el calor sofocante, los mosquitos y el riesgo de picadas de garrapata, que nos permitió adentrarnos en la cultura del Far East ruso, una región inhóspita, a más de 8.000 kilómetros de Moscú. Un viaje que a hoy parece imposible por culpa de la guerra de Ucrania, que ha borrado Rusia como destino de viaje.

Me pregunto qué habrá sido de nuestro guía y chofer, Andréi, un estudiante de Biología que nos llevó en su Toyota Corolla con el volante a la derecha (importado de Japón de segunda mano, como muchos de los vehículos que circulaban por la zona, a pesar de que en Rusia se conduce por la derecha) por caminos de tierra y carreteras plagadas de socavones, jugándonos la vida a cada adelantamiento a ritmo de música tecno.

Me pregunto cómo estarán los habitantes de Arjípovka, una aldea de casitas de madera, con ventanas pintadas de colores y jardines rebosantes de girasoles. La mayoría eran descendientes de familias ucranianas que llegaron a la taiga en 1930, cuando Stalin ordenó la colectivización masiva de granjas en Ucrania y muchos campesinos se opusieron.

“Al principio echaba mucho de menos mi tierra, vivir aquí era muy duro. Pero de eso ya ha pasado mucho tiempo, Mis nietos viven aquí y me he acabado acostumbrando”, me explicó Olga, una anciana arrugada con unos pechos enormes y caídos, que llegó a Arjípovka en 1956.

Se calcula que  cerca de cuatro millones de ucranianos murieron de hambre a causa de la colectivización forzosa del campo impuesta por el régimen soviético, y cientos de miles fueron desplazados a otras regiones de la URSS. Me pregunto también si aún podrán divisarse en verano tantos ejemplares de macaón, una mariposa de belleza única que solo se encuentra en esta región del mundo. 

Al regresar de nuestro viaje, escribimos un pequeño libro, Viaje al Ussuri. Tras los pasos de Dersú Uzala (Altair, 2014), en el que contamos a dos voces nuestras impresiones sobre un territorio que en ese momento iniciaba su despegue económico, principalmente gracias a la inversión china.

Además de publicar un libro, el regreso del viaje significó un punto de inflexión en nuestras vidas, que pronto tomarían rumbos diferentes. Sin embargo, quedaba en nosotros la sabiduría del maestro Dersu: la necesidad de respetar la naturaleza, la importancia de valorar la adversidad, la supervivencia y la amistad.

"Por la noche me desperté y percibí a Dersu sentado delante del fuego, acomodándolo. Por encima de mi capote se encontraba la manta del gold. Así, pues, gracias a él, había podido entrar en calor y dormir. Los cazadores también estaban abrigados en su tienda. Yo le ofrecí a Dersu acostarse en mi lugar, pero él rehusó. –No, capitán –dijo–. Duerme; yo guardaré el fuego. ¡Ellos son tan malos! –agregó, señalando los leños. Cuanto más observaba a este hombre, más me gustaba. Cada día descubría en él nuevas cualidades. Antes, yo había pensado siempre que el egoísmo es propio del hombre primitivo, y que los sentimientos de humanidad eran solamente inherentes a los hombres civilizados. ¿No estaría equivocado? Con estos pensamientos, me rindió el sueño hasta la mañana siguiente".

Léanlo.