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Dos abuelas en una residencia de mayores

Dos abuelas en una residencia de mayores

Pensamiento

El régimen

"Suerte la mía de haber nacido en democracia y no haber oído nunca en mi entorno más próximo eso de que 'con Franco se vivía mejor'".

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Una de las mejores decisiones que he tomado este año ha sido comprometerme a hacer un voluntariado en una residencia para gente mayor en un municipio del Maresme.

Pase lo que pase, cada miércoles a las diez de la mañana dejo mis problemas en casa y entro en ese pequeño salón dispuesta a pasar el rato con un grupo de abuelos y –sobre todo– abuelas que se pasan la mitad del día apoltronados en unas butacas de piel sintética frente a una pantalla de televisión que solo emite TVE.

A esa hora suelen dar un programa sobre sucesos que se recrea principalmente en los casos de violencia de género que sacuden este país cada dos por tres, y no hay forma de cambiar, porque el mando lo tiene siempre la Angus (Angustias), “y nadie se atreve a sacárselo, porque tiene muy mal humor”, me explicó un día la Dolores, una octogenaria muy simpática que llegó a Barcelona con 15 años procedente de un pueblo de Almería para trabajar como niñera en el hogar de una acaudalada familia del sector textil, y ya nunca más regresó.

Después de casarse, Dolores dejó su puesto de niñera y empezó a trabajar como limpiadora en una fábrica textil de Premià de Mar –“que ya cerró, como todas las de por aquí cerca”– hasta ascender a jefa del servicio. “Di trabajo a muchas mujeres necesitadas de mi barrio”, recuerda emocionada.

Dolores tiene muy claro que los ancianos como ella y el resto de sus compañeros de residencia representan la historia de España –“nosotros hemos levantado todo esto”–, y le parece injusto que no les hagan más caso.

En otra hilera de butacas está María José, que tuvo una vida más difícil. María José llora cada vez que recuerda la odisea a pie que realizó su madre para escapar de la miseria en Andalucía tras la Guerra Civil. De Almería a Barcelona caminando, con cuatro niños a cuestas.

Ella, la más pequeña, era todavía un bebé. Los cuatro hermanos enfermaron y, como su madre no podía hacerse cargo de ellos, fueron enviados a un hospicio. Pasó mucho tiempo hasta que su madre pudo recuperarlos. “Fue muy duro, muy duro”.

Adela, de 92 años, tiene un recuerdo más dulce de su infancia. Nacida en Sahelices del Río, un pequeño municipio de la provincia de León, se pasaba el día en el campo, ayudando a sus padres para que su hermano pudiera estudiar para fraile.

No se le olvida por eso el miedo que pasó cuando empezaron a llegar al pueblo las milicias del bando fascista, tras el golpe militar de Franco, y “hombres a caballo nos apuntaban con sus armas, aunque fuéramos niños”, me explica; sus ojos verdes brillantes, abiertos de par en par.

Igual que a mi abuelo y a mi àvia, no les gusta mucho hablar de la Guerra Civil, ni de Franco. Cuando yo nací, el dictador llevaba tres años y diez días muerto. “Franco, Franco, que tiene el culo blanco, se fue a París, y se le puso gris”, cantábamos en el cole, parodiando el himno nacional.

Años después, me enteré de que, en mi cole, los Salesianos de Mataró, había estudiado Salvador Puig Antich, uno de los últimos ejecutados por el régimen franquista mediante el garrote vil. La película Salvador (Manuel Huerga, 2006) me emocionó, igual que lo hizo Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar, 2019), sobre el conflicto personal y político vivido por Miguel de Unamuno, decano de la universidad de Salamanca en ese momento. 

“Amenábar retrocede hasta 1936 para hablar de un infierno perpetrado por las dos Españas, en nombre de Dios, la patria, el fascismo, el rojerío, la hostia en verso”, escribió el crítico de El País Carlos Boyero. Además de retratar a Unamuno, el director retrata al militar falangista Millán-Astray, fundador de la Legión y jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda del bando nacional durante la guerra, y, por supuesto, a Franco, que aparece como “un hombre ambicioso y calculador, astuto y frío, pragmático y despiadado, con hambre de poder y capaz de todo tipo de maniobras para instalarse a perpetuidad en el trono”.

Suerte la mía de haber nacido en democracia y no haber oído nunca en mi entorno más próximo eso de que “con Franco se vivía mejor”.