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Pensamiento

La sociedad cuántica

"La 'obsesión' del presidente Trump por las tierras raras, necesarias en las innovaciones tecnológicas más avanzadas, marca gran parte de su acción exterior"

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Algunas aplicaciones de la ciencia y de las leyes de la física pueden sernos de utilidad para intentar analizar, describir y “comprender” nuestro universo sociopolítico a través de sus conexiones con el universo de la ciencia.

En el mundo en el que nos ha tocado vivir, aparecen ciertos rasgos que nos evocan características del universo y la teoría cuántica.

Entendemos por teoría cuántica la que describe el comportamiento de la materia y la energía a escalas subatómicas. Surgida a comienzos del siglo XX con aportaciones de físicos como Planck, Einstein, Bohr, Heisenberg o Schrödinger, esta teoría transformó los principios del pensamiento clásico newtoniano, introduciendo una visión radicalmente distinta de la realidad.

La historia de la revolución cuántica es, en buena medida, la historia del siglo XX y de cómo una teoría física abstracta transformó la vida cotidiana y nos permitió entender y controlar el comportamiento de los electrones en los átomos y en los materiales. De ahí nacieron los semiconductores, base de la microelectrónica, y el láser, piedra angular de las telecomunicaciones, la medicina o la lectura óptica. Todo el mundo digital —desde los ordenadores hasta los teléfonos inteligentes— se apoya, en última instancia, en la aplicación práctica de las leyes cuánticas. Hoy vivimos la segunda revolución cuántica, donde los ordenadores cuánticos prometen resolver ciertos problemas imposibles para las máquinas clásicas: optimización, simulación de materiales o criptografía avanzada. Pero esta promesa va acompañada de enormes retos tecnológicos, energéticos y materiales.

Entre los tecnológicos destaca nuestra dependencia de las llamadas tierras raras. Son un conjunto de 17 metales escasos, esenciales para fabricar chips, imanes permanentes, pantallas, baterías y dispositivos ópticos. Sin neodimio, lantano o itrio, no habría motores eléctricos eficientes, fibras ópticas ni láseres de precisión. Tampoco habría ordenadores cuánticos, cuya arquitectura requiere materiales ultrapuros y superconductores, a menudo basados en combinaciones de tierras raras.

Esta dependencia tiene consecuencias geopolíticas y medioambientales profundas. La extracción y refinado de estos minerales está concentrada en unos pocos países —sobre todo, China—, lo que genera una vulnerabilidad estratégica para las economías tecnológicas occidentales. La obsesión del presidente Trump por las tierras raras, necesarias en las innovaciones tecnológicas más avanzadas, marca gran parte de su acción exterior. Desde el punto de vista medioambiental, su obtención produce residuos tóxicos y un alto impacto ambiental, que afectan a los objetivos de sostenibilidad. Nuestro futuro dependerá de cómo sepamos equilibrar innovación tecnológica, sostenibilidad y equidad global.

La revolución cuántica no solo transforma la tecnología, sino también cómo entendemos el mundo y nos relacionamos, configurando una mentalidad social más compleja, conectada y adaptable. El desafío, por tanto, no es solo científico, sino también político y ético. Si extendemos sus consecuencias al ámbito social y cultural, podemos hablar de una “sociedad cuántica”, en la que ciertos rasgos del mundo contemporáneo evocan características del universo cuántico.

Nos detenemos en dos ellos: la incertidumbre y la interconexión

En el mundo cuántico, las partículas no tienen posiciones ni velocidades bien definidas hasta que se las observa y, cuando se procede a su observación, ésta altera el fenómeno, observado lo que determina una gran incertidumbre. El principio de incertidumbre, formulado por Heisenberg, se traduce en la imposibilidad de conocer con precisión simultánea todas las variables de un fenómeno. Nuestra sociedad vive en esa incertidumbre permanente: económica, tecnológica, climática, informativa. Trump es el mejor ejemplo de la existencia del principio de incertidumbre y el caos que éste genera. Una realidad social que se “construye” mediante aproximaciones subjetivas, interpretaciones sesgadas, protagonismo de los medios de comunicación y algoritmos que nos filtran la información. 

Otra característica de la sociedad “cuántica”: la interconexión–la conexión instantánea entre partículas separadas–encuentra su analogía en la hiperconectividad global de nuestra actual sociedad. En la red digital planetaria, los acontecimientos locales tienen repercusiones inmediatas en otros puntos del mundo. Los medios y redes sociales propagan emociones, sentimientos, ideas, opiniones... transmitidas en tiempo real y de manera simultánea. La sociedad contemporánea funciona como un sistema interconectado, donde la información circula con la misma inmediatez y simultaneidad que las correlaciones cuánticas.

En síntesis, la teoría cuántica no solo describe el comportamiento físico de la materia y la energía a escalas subatómicas, sino que nos ofrece un lenguaje poderoso para entender la sociedad en la que vivimos. Una sociedad caracterizada por la incertidumbre, habitamos en la incertidumbre permanente: económica, tecnológica, climática, informativa... y la interconexión que supone la hiperconectividad global. Vivimos, en efecto, en una sociedad cuántica,

El análisis de la “sociedad cuántica” nos permite aproximarnos a transformaciones de plena actualidad, como las científico-tecnológicas, culturales, sociológicas, cuestionando la visión mecanicista, determinista y lineal de la realidad heredada de la física clásica. La metáfora cuántica nos ayuda a pensar en una realidad cambiante, dinámica y no determinista.

El mundo conservador, mecanicista, lineal, determinista, debería estar en retroceso. Sin embargo, una oleada de conservadurismo soportado por la incertidumbre y el miedo a lo desconocido puede poner en peligro el futuro en libertad y progreso de los humanos.