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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una reunión de su gabinete

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una reunión de su gabinete Reuters

Pensamiento

De la guerra a la paz: el conflicto de 2020 que abrió el camino al histórico acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán

"El presidente Donald Trump reitera que, desde que asumió el cargo en enero, su Administración ha puesto fin a siete conflictos. Muchos se preguntan cuáles son, y más dudan de que sean siete"

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El presidente Donald Trump reitera que, desde que asumió el cargo en enero, su Administración ha puesto fin a siete conflictos. Muchos se preguntan cuáles son, y más dudan de que sean siete. Pero, en verdad, el fin del conflicto entre Armenia y Azerbaiyán ha culminado con su implicación.

El pasado 8 de agosto, en la Casa Blanca, los líderes de los dos países del Cáucaso del Sur rubricaron un Tratado de Paz que pone fin a un conflicto de más de tres décadas entre ambos países. El presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, y el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinyan, acordaron el tratado de paz y se emplazaron para realizar la firma definitiva pronto (cuando Armenia haya modificado su Constitución). Ello supone la reapertura de las comunicaciones entre ambos países y convertir la zona en un espacio de estabilidad en un mundo convulso.

Pero no se habría llegado hasta este punto sin la resolución previa de sus causas fundamentales del conflicto. Fue la Segunda Guerra de Karabaj, comenzada el 27 de septiembre de 2020, y terminada el 10 de noviembre de 2020, la que puso fin a la ocupación de territorios azerbaiyanos por parte de Armenia. Este hecho ofreció una oportunidad histórica para construir una paz duradera entre los dos países vecinos. Vayamos a ver panorámicamente el origen del conflicto, su resolución y sus consecuencias geopolíticas.

Un conflicto en los estertores de la Unión Soviética

El colapso de la Unión Soviética, vivido a principios de la década de 1990, fue bien recibido por muchos habitantes del Cáucaso Sur, la región situada entre Rusia e Irán donde se encuentran Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Tras siete décadas de ocupación soviética, los tres países que finalmente habían recuperado su independencia tenían la esperanza de que el acceso a la democracia supusiera una etapa de progreso.

Sin embargo, tras la caída del imperio soviético, los tres países se vieron envueltos en conflictos que causaron la muerte de miles de personas, el desplazamiento de cientos de miles y millones de vidas quebradas.

Georgia tenía que lidiar con movimientos separatistas (Osetia del Sud y Abjasia) patrocinados por la Federación Rusa. En aquellos mismos tiempos, Azerbaiyán hacía frente a la invasión a gran escala de Armenia que, apoyada por la Federación Rusa, en dos años ocupó el 20 % del territorio azerbaiyano (la región de Karabaj y los distritos circundantes). Aquella fue la Primera Guerra de Karabaj (1992-1994).

El gobierno armenio ambicionaba superar las fronteras multiétnicas que cruzan gran parte del espacio postsoviético y anexionar el territorio invocando la población armenia étnica que vivía en la región de Karabaj. Este fue el elemento motriz para llevar a cabo la ocupación y, posteriormente, legitimarla como la lucha por la autodeterminación de una minoría.

Cuatro Resoluciones de 1993 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) y muchos otros documentos internacionales instaron la retirada de las fuerzas armenias de los territorios internacionalmente reconocidos de Azerbaiyán. Las llamadas de la legalidad internacional fueron desoídas por Armenia, que se sentía fuerte por el apoyo de Moscú y una mentalidad muy dependiente aún de la identidad “soviética”.

Durante la ocupación, fueron desplazadas unas 700.000 personas y asesinados miles de civiles. Tras la Primera Guerra de Karabaj, Armenia logró mantener estos territorios bajo ocupación durante tres décadas. Luchó sin éxito por el reconocimiento de una nueva república secesionista que ningún país del mundo reconoció. Fueron tres décadas en las que las fronteras internacionales permanecieron quebradas y el conflicto se convirtió en elemento de política doméstica de algunos países con significantes diásporas armenias (singularmente, Francia).

Una lección de este conflicto es que las correlaciones de fuerzas y la geopolítica pueden llevar a nuevos escenarios y nuevas realidades. En 2020, cambió el status quo de Karabaj y se inició el camino hacia la reintegración territorial.

El 27 de septiembre de 2020, Azerbaiyán decidió recuperar el control sobre el conjunto de su territorio por la vía armada una vez constatados los fracasos de las vías diplomáticas. Decidió poner fin a la ocupación ilegal. Empezó la Segunda Guerra de Karabaj. La guerra de los 44 días. El saldo fue la recuperación de importantes partes de los territorios ocupados.

La guerra cambió radicalmente la situación geopolítica en el Cáucaso Sur y desencadenó muchos otros acontecimientos que, gradualmente, minimizaron la influencia de Rusia en la región; fortalecieron la independencia de Armenia y Azerbaiyán frente a Rusia y abrieron oportunidades históricas para la paz y la prosperidad regional.

Una nueva geopolítica para el Cáucaso del Sur

Tras la liberación de los territorios ocupados, la comunidad internacional se enfrentó a una realidad impactante: Armenia había arrasado asentamientos enteros y perjudicado medioambientalmente la región. Y algo que será muy grave y prolongado en el tiempo: habían sembrado alrededor de un millón de minas terrestres, que siguen matando y hacen imposible una rápida rehabilitación del territorio y sus núcleos de población.

Se han invertido miles de millones de dólares en desminado y reconstrucción, pero aún falta mucho por hacer. El desminado llevará al menos 30 años. Azerbaiyán está impulsando la revitalización de la región de Karabaj y convertirla en una zona puntera de las energías renovables y atractiva internacionalmente por su belleza natural. Ya ha empezado el retorno de personas desplazadas durante tres décadas.

Debe hacerse también una lectura geopolítica del desenlace de la guerra del otoño de 2020. La guerra provocó la disminución de la influencia de Rusia en el Cáucaso del Sur. En mayo de 2024, Rusia tuvo que retirar sus fuerzas de paz de Karabaj, desplegadas allí tras la Segunda Guerra de Karabaj y cuya permanencia se esperaba al menos hasta noviembre de 2025.

El foco del Ejército ruso estaba en la guerra de Ucrania, pero además Rusia notó su pérdida de influencia geopolítica, que había ejercido casi en exclusiva en las décadas pasadas. La doctrina de la política exterior multivectorial del gobierno azerbaiyano daba sus resultados: buenas relaciones con un gran número de países desde su soberanía y mirada singular de las relaciones y las alianzas internacionales.

El resultado de la guerra también puso a Armenia ante el espejo de una nueva realidad: debía impulsar un Estado renovado, con nuevos aliados internacionales y sin el anclaje en una identidad nacional centrada en la aprensión de Karabaj. Nuevos aliados internacionales que Armenia quiere buscar en un hoy remoto pero potencial ingreso en la Unión Europea. En definitiva, un giro que supone poner distancia con Moscú, aliado histórico sin el cual no habría podido mantener la ocupación durante tres décadas.

El primer ministro armenio, Nikol Pashinyan, ha experimentado una evolución en su pensamiento y en los mensajes dirigidos a sus conciudadanos: hoy pide el respeto por las fronteras internacionales y les comunica que el tratado de paz no se podrá completar definitivamente hasta que se modifique la constitución armenia para eliminar del texto cualquier manifestación de ambición sobre los territorios de Karabaj. Se espera para 2026 la celebración del referéndum que supone el último eslabón pendiente hacia la conclusión de un acuerdo de paz, quien instó a sus compatriotas a reconocer los territorios internacionalmente.

Sin embargo, estos cambios no serán posibles si la mayoría del pueblo armenio incumple los mensajes de paz de su primer ministro y de la comunidad internacional. El éxito de los postulados de Pashynian en este resultado serán un test clave en el camino hacia las elecciones parlamentarias de 2026, donde se va a renovar o impugnar la ruta de paz. Para que la paz sea perdurable, no puede ser un acuerdo únicamente entre gobiernos, sino que la mayoría de la población armenia debe apoyar la “rectificación” mediante el anunciado referéndum.

Los grupos de oposición, apoyados por Rusia, se oponen a los acuerdos alcanzados en Washington el 8 de agosto, acusan al gobierno de Pashinyan de traición y prometen que, si llegan al poder, derogaran la mayor parte de las medidas del gobierno en el proceso de paz. Rusia también está descontenta con el acuerdo de paz mediado por Estados Unidos, entre los países que Moscú considera parte de su esfera de influencia en la línea de la doctrina que Vladimir Putin va ensayando en la retórica y en el campo de batalla desde 2007.

La paz no está aún garantizada, porque quedan los importantes tests de la celebración del referéndum y saber si la actual mayoría favorable a los acuerdos de paz va a ganar las próximas elecciones armenias. Pero, hoy, la región goza de mayor estabilidad y horizonte de futuro que hace cinco años. El acuerdo que vimos el 8 de agosto de 2025 en Washington no se habría producido sin las condiciones para hacer posible la paz que nacieron del resultado de la segunda guerra de Karabaj de 2020, que rompió el circulo vicioso de negociaciones inútiles y enfrentamientos periódicos.

En definitiva, una buena noticia de un acuerdo de paz en un mundo en plena reconfiguración y con tantos frentes de guerra abiertos.