Quién nos iba a decir que, dentro de los actos para celebrar los “50 años de España en libertad”, la alcaldesa de Palafrugell iba a tener a bien incluir la Cantada de habaneras de este año, recordándonos cómo era España en tiempos de Franco, donde la censura opinaba de todo, había leyes que regulaban la prensa y propaganda, e incluso el Ministerio de Turismo era antes de Información que de turismo.
Esos tiempos quedaron felizmente atrás, convirtiéndose España en uno de los países más libres, hasta que el wokismo y la cultura de la cancelación —o sea, censura— invadieron todo. En los 80, 90 y 2000, todo era posible en España, incluso demasiado. En la portada de una revista vimos las intimidades de la amante de un banquero, se hizo popular una canción que celebraba la fuga de dos presos de ETA de una cárcel, y triunfaba el Almodóvar más bestia. La libertad de expresión era un bien que estaba por encima de todo y nadie se atrevía a censurar nada.
Pero ahora, acostumbrados a no valorar ni la democracia ni la libertad, lo políticamente correcto se impone hasta la náusea, y las ansias censoras y la cancelación llegan por todos los lados. Si quien manda no prohíbe, cree que no manda.
El meu avi es una de las habaneras más populares que, como todas las habaneras, hace referencia nostálgica a los años en los que Cuba era una provincia —que no colonia— española. Homenajea a 14 marinos de Calella de Palafrugell que perdieron su vida al ser hundido su barco, el Catalán, por la marina de guerra norteamericana.
Gracias a esta historia, un militar, cántabro, fue capaz de componer una bella canción en catalán que, en 1968, se saltó la censura franquista para cantar: “¡Visca Catalunya! ¡Visca el Català!”. Repito: 1968, Franco, militar, habanera en catalán, y el estribillo acaba con “¡Visca Catalunya!, Visca el Català!”.
Ortega Monasterio, el autor, no lo pasó bien, y no solo por componer en catalán, también en español y en vasco. Era un militar con una carrera bastante brillante, pero a quien le atraía la democracia. Además de ser cofundador de la Cantada de habaneras de Calella cuando ocupaba la jefatura de fronteras de la Guardia Civil, fue uno de los fundadores de la Unión Militar Democrática, una especie de sindicato que aspiraba a impulsar la democracia. Le pillaron repartiendo octavillas, le encarcelaron, le difamaron y le expulsaron del ejército. Finalmente, sus juicios fueron anulados y su honor restituido, hasta que los censores de la tele de tots, la nostra, pusieron el ojo en él.
Galardonado con la Cruz de Sant Jordi en 1999 por el MHP Pujol, ha hecho más por el catalán que la inmensa mayoría de estómagos agradecidos de la Corpo. Y ahora, qué mejor que una joven alcaldesa del PSC para perpetrar una nueva ignominia contra su memoria, y así celebrar los 50 años de la muerte del caudillo con una decisión propia de otros tiempos.
Los hechos que aparecen en el documental de TV3 fueron juzgados, y finalmente fue absuelto por la máxima instancia. Dado que él no puede defenderse, su familia se ha querellado contra la productora del documental, querella que ha sido admitida a trámite. Más allá de hasta dónde llegue esta querella, caben dos reflexiones: una ética y otra artística.
Éticamente, no somos nadie para juzgar el pasado, y menos si la persona afectada no se puede defender. Pero, además, ¿por qué hemos de dar por bueno lo que dice un documental? Siguiendo ese criterio, ¿todo lo que se dice sobre el entorno del presidente del Gobierno lo damos por bueno sin esperar al veredicto judicial? ¿Compramos todo lo publicado sobre dirigentes independentistas? ¿Nos creemos todo aquello que parecen indicios pero no ha sido probado? Nos encanta decir que estamos contra las fake news, pero en realidad solo estamos contra aquellas que van en contra de lo que pensamos; si van a favor, automáticamente las convertimos en una verdad absoluta.
Artísticamente, siempre debemos separar la obra de su autor, sobre todo si ha fallecido y no puede dar explicaciones. Muchísimos artistas —no digo que estemos ni mucho menos ante ese caso ahora— tenían una vida más que desordenada. ¿Y? ¿Vamos a negar la belleza de las obras de Van Gogh por ser como era? ¿O de Picasso, o de Dalí,… o de Wagner, o de Freddie Mercury, o de Lope de Vega...? El mundo es más bello gracias a personas que, en ocasiones, se comportaban u opinaban de manera que hoy chirría si aplicamos los valores dominantes.
Probablemente las ganas de notoriedad de una joven alcaldesa novel —llegó al cargo el pasado octubre porque el alcalde fue nombrado para un cargo en la Generalitat— le han llevado a cancelar a quien no se puede defender, obviando la tradición. Tal vez le ha movido un intento de arañar votos para las próximas elecciones, las primeras en las que ella será cabeza de lista... si es que no la quitan antes por torpe.