Suerte que Crónica Global (CG) celebra su décimo aniversario de vida, porque si no, no me hubiera enterado de que llevo diez años escribiendo aquí todas las semanas, salvo una, en que un percance me hizo imposible sostener la pluma.

Da vértigo pensar que se abren a nuestra espalda tantos días, en los que se han incrustado tantos acontecimientos y tantos mamarrachos, y durante los cuales hemos estado sosteniendo desde aquí, contra viento y marea, la bandera del sentido común, que (como decía Voltaire, según creo) es el menos común de los sentidos.

Hace diez años el llamémoslo “sistema” catalán, embarcado en una fantasía egolátrica y terriblemente dañina para los ciudadanos de esta región privilegiada, trataba de arrinconar a CG, como hace siempre que alguien se atreve a plantarle cara, demonizándolo como vehículo de la extrema derecha. “Españolista”, por más señas.

Entonces el “sistema” mediático, a sueldo de la Generalitat que preparaba el Golpe de Estado camuflándolo con un risueño y tranquilizador tránsito “de la ley a la ley”, se había embarcado, lleno de entusiasmo, en ese navío rumbo al desastre. Recuérdese que en El País, único gran periódico que no se dejó arrastrar, y donde yo publicaba crónicas de carácter cultural, cada semana soltaban sus descomunales embustes Culla, Pilar Rahola y Jordi Sánchez.

El primero acabó en el Avui, otro diario financiado por el “sistema”; Sánchez, en la cárcel; y Rahola, como verdulera en TV3 (a la que rebauticé como TV3%) y columnista estrella en La Vanguardia de los hermanos Antich. De estos hermanos, uno ahora pilota un digital grotesco y el otro, dizque filósofo, dirige Òmnium Cultural. El Periódico de Cataluña lo dirigía Rafel Nadal, luego reconvertido en novelista premiado (y prescindible), sucedido por el tenebroso Enric Hernàndez, que luego se fue a enredar en TVE y después parece que se haya disuelto en la nada.

Con aquel panorama, como diría Cruyff, “no hase falta desir más”.

En 2009 habían publicado el protogolpista editorial La dignitat de Catalunya —celebrado entonces por el presidente de la Generalitat, el socialista José Montilla, y por el jefe de la oposición, el convergente Artur MasLa Vanguardia, Avui, El Punt, Diari de Girona, Diari de Tarragona, Segre, La Mañana, Regió 7, El 9 Nou, Diari de Sabadell y Diari de Terrassa, entre otros medios regionales y locales. Sirva eso como dato para recordar la unanimidad del ecosistema comunicativo de nuestro país, unanimidad en el victimismo y la amenaza de sublevación.

Éste era el panorama. No hase falta desir más. Las únicas voces discrepantes fueron las voces afónicas de algún digital de poca lectura, entre ellos el que fue cuna de Crónica Global, La Voz de Barcelona, dirigido por Alejandro Tercero, actualmente director adjunto de CG, y donde yo también colaboraba semanalmente.

A CG el “sistema” trató por todos los medios de intimidarlo, llegando incluso a enviar a los matones juveniles de la CUP a vandalizar la redacción, que por cierto estaba entonces a veinte metros de la sede de la misma CUP. Sin que hasta la fecha se haya detenido a los asaltantes.

Ha habido años con protagonismo de toda clase de personajes disparatados, a veces muy coloristas, rozando por dentro y por fuera la violencia. Monjas trabucaires, conductores de autobús matones, parlamentarios en camiseta que blandían la sandalia o se olían con cara de desagrado el propio sobaco, jueces felones que redactaban constituciones alternativas y amenazaban con estar en posesión de los datos fiscales de todos los catalanes. Y centenares de periodistas bovinos que se sumaban, por miedo a separarse de la tribu, o por pura diversión, al golpismo o al silencio que otorga.

Los avisos que emitíamos desde aquí —como canario en la mina que pía para advertir que hay grisú en el aire— eran tratados cuando no con desprecio e ira, con condescendencia. Cuántos amigos y conocidos me reprochaban con palmaditas paternales que estuviera obsesionado con lo que en el fondo no eran más que amagos y fuegos artificiales, y cuántos me decían que la burguesía catalana jamás pondría en peligro su capital económico.

Luego, cuando se produjo el Golpe, y el Estado respondió con la aplicación del 155, algunos me reconocieron que aquí, en CG, estábamos en lo cierto, y que fueron ellos los que no habían sabido pulsar la realidad de las cosas. Otros lo piensan, lo saben, pero no lo dicen. A esto no le doy importancia, pero quizá es procedente dejar constancia aunque sólo sea en esta nota.

No pretendo que fuimos heroicos, porque nunca temí una agresión física, no se olvide que aunque la cosa acabó en batallas campales no se produjo ninguna muerte, al fin y al cabo a la gran y larga patochada la llamaban “la revolución de las sonrisas”.

Por el contrario, a ratos me divertí, como con la obsesión del escritor Quim Monzó advirtiendo periódicamente en La Vanguardia que “los españoles se nos mean en la cara”. Qué obsesión con la lluvia dorada, confirmando cierta mala fama de los catalanes como aficionados a lo escatológico, que nos lleva a poner incluso en el belén, entre el Niño Jesús, los reyes magos y los ángeles, a un pastor cagando…

O la del también escritor Matthew Tree adoctrinando, por cuenta de la Generalitat, a los alumnos europeos que llegaban a Cataluña en Erasmus, sobre las enormes diferencias que separan a los catalanes de los españoles, diferencias que por cierto los alumnos no lograban detectar (“¿la diferencia consiste en que en Madrid comen churros, y aquí cruasanes?”), y que al pobre le costaba explicar.

En fin, como diría Alain Delon cuando dejó a Romy Schneider por Natalie: “Mil cosas”. Hoy CG puede centrarse en otras cosas, más serias, hasta que se declare una nueva epidemia de paranoia colectiva, que estoy seguro de que llegará, pero no me voy a alargar sobre ello, no quiero ser agorero.

Aunque reconozco que también siento cierta nostalgia por aquellos tiempos difíciles en que de debajo de las piedras salían personajes pintorescos y estrafalarios: monjas enclaustradas famosas por sus pastelitos y que se declaraban enamoradas de Artur Mas, o que recomendaban, contra toda enfermedad, beber lejía… multitudes de gente con camiseta amarilla… Trapero, Puigdemont, Laporta y Rahola en casa de esta última cantando Imagine… el vieux con de Julià de Joder, amenazándome descompuesto en unas jornadas culturales en el CCCB… Cosas así. Gente así. Ya volverán. Me siento a esperar, ilusionado.