Pedro Sánchez, el gran superviviente de la política española, ha sorteado temporales que habrían hundido a cualquiera. Su resiliencia es legendaria, pero las contradicciones que arrastra lo son aún más.

En un momento en que el sanchismo se tambalea bajo el peso de escándalos, principalmente por la demoledora entrada en prisión de Santos Cerdán, acusado de ser el líder de una trama corrupta, la pregunta es si la economía, que el presidente del Gobierno ha blandido como escudo, será suficiente para salvarlo esta vez.

Ahora, el líder socialista se encuentra en una encrucijada: aguantar el vendaval, convocar elecciones o ceder el testigo a otro socialista. Resistir parece la opción más probable, pero podría convertirse en un vía crucis.

A mitad de 2024, Sánchez proclamó que la economía española iba “como un cohete”. Las críticas por su triunfalismo no se hicieron esperar, pero las cifras macroeconómicas le dan algo de razón. El PIB podría superar el 3% en 2024 y rondar el 2,5% en 2025, según CaixaBank, un desempeño que contrasta con el estancamiento alemán o la debilidad francesa.

El aumento del salario mínimo, la reducción de contratos temporales y un mercado laboral resistente son logros que el PSOE exhibe con orgullo. El turismo postpandemia y los fondos europeos han dopado estas cifras, aunque ambos son finitos: el primero puede flaquear y los segundos se agotan en 2026.

Pero la economía no es solo números; es percepción. La inflación, aunque menos feroz que en 2022, sigue erosionando el poder adquisitivo pese a las subidas salariales. El acceso a la vivienda es un drama estructural, especialmente para los jóvenes, sin soluciones a corto plazo. Estos factores alimentan un malestar social que no se refleja en las estadísticas del PIB, pero sí en el malestar ciudadano.

En Estados Unidos, una economía boyante no salvó a los demócratas del voto de castigo por la inflación; en España, el riesgo es similar. El golpe de la prisión de Cerdán no solo mancha la imagen del partido, sino que pone en jaque la credibilidad de Sánchez entre su propio electorado, que ya se equivocó con el anterior secretario de Organización, José Luis Ábalos, implicado junto a su asesor Koldo García en esa trama corrupta.

Las decisiones políticas, como la financiación singular para Cataluña o la amnistía para los separatistas, han generado una fractura política que pesa más que cualquier dato económico. La economía puede ser un flotador, pero no un salvavidas.

Sánchez ha navegado crisis con audacia táctica, pactando el Gobierno con Podemos en 2019 o la investidura con Junts en 2023, pero las jugadas maestras también se acaban.

Finalmente, aunque la política internacional le brinda un buen balón de oxígeno, por su oposición a las políticas de Donald Trump o por alzar la voz ante el genocidio que está cometiendo Israel en Gaza, difícilmente compensará la negatividad sobre la situación en España.

En esta encrucijada, resistir parece lo más propio de Sánchez, fiel a su instinto de supervivencia. Sin embargo, aferrarse al poder podría transformarse en un vía crucis, con un PSOE fracturado, una oposición envalentonada y un electorado cada vez más desencantado.

La economía, por sólida que sea, no tapará los agujeros éticos ni las cesiones a los independentistas que han dinamitado la cohesión del socialismo español. Con Cerdán en prisión, el desgaste es un alud. Sánchez puede presumir de cifras, pero si las investigaciones revelan que sabía algo de la corrupción del trío Cerdán/Koldo/Ábalos, y optó por taparlo, puede ser la ruina del PSOE por muchos años.

La pregunta no es solo si la economía lo salvará, sino si su decisión de resistir hasta 2027 definirá su legado a la espera de una nueva resurrección o lo condenará al infierno de un calvario personal y político.