He pasado mil veces. Nunca me había fijado. En la calle Marc Aureli, al lado de lo que era la clínica Platón y ahora es el Clínic, en el número 14, hay una placa discreta en la fachada que sugiere que allí un escritor había encontrado la chispa para una novela. Había vivido allí, murió en el 2021 creo que pone, y de esa casa sacó la inspiración para hacer una novela titulada Marc Aureli, 14.
Reconozco que no la he leído, pero esa placa me atrapó. Tampoco sé de qué va la novela, pero sí que puedo decir que, como amante de las historias que destilan humor y rareza, no pude evitar imaginar que en ese edificio de esa calle estrecha nació una de esas obras que retratan una Barcelona distinta: no la de las postales, sino la de los bares cutres, las conversaciones absurdas y los cruasanes que, como dice Pablo Tusset, “han ido al gimnasio” de lo duros que están.
Desde que leí Lo mejor que le puede pasar a un cruasán esa frase se me quedó grabada.
Inspirado por esa placa y mi pasión por las letras, quiero compartir con ustedes un puñado de novelas, divertidas y extravagantes, que convierten Barcelona en un escenario de risas y sorpresas, perfectas para lectores curiosos que buscan algo más que los clásicos.
Empecemos por Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, de Pablo Tusset, un seudónimo creo que de un informático, una novela que me robó el corazón por su descaro y de la cual se ha hecho una película.
La historia arranca con Pablo Miralles, un vago adorable que prefiere la cerveza a las responsabilidades, metido en un lío detectivesco tras una noche de juerga.
La Barcelona que recorre no es la de Gaudí, sino la de los tugurios del Raval, las oficinas polvorientas y las mansiones de Pedralbes donde la alta sociedad esconde secretos ridículos.
El humor de Tusset es puro genio. Cada página está salpicada de observaciones mordaces, como esa del cruasán bodybuilder que da título al libro.
Desde que la leí, no miro los desayunos igual, y confieso que más de una vez he bromeado con amigos sobre cruasanes que parecen haber hecho pesas.
La novela es un viaje por una ciudad viva, desordenada y llena de personajes que podrían ser tus vecinos, pero con un toque de locura que los hace inolvidables.
Me gusta imaginar que Pablo Miralles podría haber pasado por esa calle Marc Aureli, cerveza en mano, tropezando con una idea que lo metiera en más problemas.
La novela captura esa magia de Barcelona donde cualquier esquina, cualquier portal, puede ser el inicio de una aventura absurda.
Otra joya que merece salir del olvido es La noche fenomenal, de Javier Pérez Andújar. Este libro es como si Iker Jiménez hubiera decidido escribir una comedia sobre Barcelona. (Iker, si me lees, empieza tu nave del misterio antes. Empieza muy tarde, y me encanta el misterio).
La trama del libro sigue a un grupo de frikis que investigan fenómenos paranormales en la ciudad, desde portales espacio-temporales en el Poblenou hasta una anciana que vive con un canguro en un piso de Sarrià, que es una de las zonas altas de Barcelona. Sí, ha leído bien, un canguro.
La Barcelona de Pérez Andújar es un collage de barrios obreros, bloques de hormigón y referencias pop que van de Chiquito de la Calzada a David Lynch.
Su prosa es un torrente de humor y ternura, y su amor por los márgenes de la ciudad —esos lugares que no salen en Instagram— es contagioso. Leerlo es como pasear por Barcelona con un amigo que te cuenta historias disparatadas mientras señala cada esquina con cariño.
Pérez Andújar nos enseña que, en Barcelona, lo raro no está tan lejos de lo real.
No puedo hablar de novelas raras sin mencionar Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza. Aunque es mucho más conocida que las anteriores, sigue siendo un tesoro de culto por su premisa delirante.
Un extraterrestre, Gurb, se pierde en la Barcelona de 1990, justo antes de los Juegos Olímpicos. Su compañero, otro alienígena que narra la historia, lo busca mientras adopta formas de famosos como Madonna, Marta Sánchez, o el conde-duque de Olivares.
El resultado es una sátira hilarante de la ciudad en plena fiebre modernizadora, con sus obras interminables, sus bares de menú y sus habitantes que van de la amabilidad al caos en un segundo.
Mendoza pinta una Barcelona que, aunque ha cambiado, sigue siendo reconocible: un lugar donde lo absurdo es parte del día a día.
Me imagino al escritor de Marc Aureli, 14, asomado a su ventana, viendo a un tipo disfrazado de Marta Sánchez y pensando: “Esto merece una novela”.
Por último, quiero recomendar Que no panda el cúnico, de Patricia Hervías. Esta novela sigue a Ángela, una joven, creo recordar que vallisoletana, que, tras un desengaño amoroso, se lanza a conquistar Barcelona con más entusiasmo que sentido común.
Sus aventuras, llenas de malentendidos y personajes estrafalarios, son un canto al optimismo y a la ciudad como lugar de segundas oportunidades. La Barcelona de Ángela es la de los pisos compartidos, los trabajos precarios y las noches que acaban en un bar de Gràcia. Su humor fresco y su ritmo ágil hacen que sea imposible no encariñarse con ella, incluso cuando mete la pata una y otra vez.
La calle Marc Aureli podría ser el escenario de una de las desventuras de Berta. Quizás el escritor de la placa vio a alguien como ella, quizá discutiendo con un vecino, y decidió convertirlo en literatura.
Estas novelas, cada una a su manera, me han hecho ver Barcelona con otros ojos. No son las típicas historias de amor o intriga, sino retratos de una ciudad que se ríe de sí misma.
Lo mejor que le puede pasar a un cruasán me enseñó a encontrar humor en lo cotidiano; La noche fenomenal me mostró la Barcelona de los márgenes; Sin noticias de Gurb me hizo querer buscar extraterrestres en el metro; y Que no panda el cúnico me recordó que, en esta ciudad, siempre hay espacio para empezar de nuevo.
Son obras que no buscan ser solemnes, pero que, con su ingenio, se quedan contigo. Les recomiendo leerlas, si no lo han hecho ya. Igual le sacan una sonrisa o le inspiran a escribir la suya propia.