Vivimos en un mundo marcado por la incertidumbre. Una idea que parecía reservada a la física cuántica, el principio de incertidumbre de Heisenberg se ha convertido en una metáfora poderosa para describir nuestra realidad. En física, este principio afirma que no podemos conocer con precisión, al mismo tiempo, la posición y la velocidad de una partícula. Cuanto más intentamos precisar un dato, más incierto se vuelve el otro.
Hoy, esta idea trasciende la física. La sociedad, la economía, la política e incluso nuestras vidas personales están sujetas a cambios imprevisibles. La tecnología avanza a una velocidad vertiginosa, las relaciones humanas se transforman constantemente y el futuro ya no parece predecible. Cuanto más intentamos controlar o anticipar lo que vendrá, más evidente se hace la complejidad del presente.
El mundo de hoy está dirigido y controlado por un "gran jefe" cuya autoridad se basa en el poder de la fuerza de la primera potencia mundial, que impone su voluntad sobre otros países principalmente a través de su poderío militar y económico. La estrategia del "trumpismo" se mueve entre las amenazas, la manipulación de los sentimientos y el uso del “fake news” como instrumento de distorsión de la realidad.
Esta estrategia no solo genera incertidumbre e inseguridad jurídica, sino que ha tenido un impacto significativo en la política y la sociedad estadounidense, apelando a emociones y miedos más que a soluciones estructurales.
La expulsión masiva y violenta de emigrantes, junto con la narrativa que asocia su presencia con inseguridad, alimenta la tensión social y el miedo entre los WASP (White Anglo-Saxon Protestant ) fortaleciendo una visión xenófoba del país. Esta retórica divide a la sociedad y legitima políticas de exclusión, creando incertidumbre.
El trumpismo ha profundizado en la deshumanización de los emigrantes, presentándolos no como personas con vivencias propias, derechos y dignidad, sino como amenazas abstractas al "modo de vida americano".
Se los reduce a cifras, a masas anónimas muchas veces retratadas como delincuentes, violadores o portadores de drogas. Esta visión distorsionada, repetida sistemáticamente en discursos y medios afines, refuerza una narrativa maniquea que construye un muro simbólico entre el bien (la población blanca, trabajadora y legal) y el mal (los "ilegales", violentos y parásitos del sistema).
Esta estrategia busca movilizar políticamente a una base conservadora, reforzando la idea de que solo a través del autoritarismo se puede proteger la nación. Se omite deliberadamente que la mayoría de los emigrantes buscan una vida mejor y contribuyen al desarrollo económico del país.
El resultado es una política profundamente reaccionaria, donde el sufrimiento se ignora y la empatía se sustituye por el rechazo. Así, la deshumanización se convierte en herramienta clave del populismo excluyente.
En el plano económico, el uso de aranceles como instrumento de guerra comercial ha generado innecesarias tensiones internacionales en todo el mundo. Al mismo tiempo, plantea una demagogia fiscal que promueve recortes de impuestos para los más ricos, mientras se alienta una lógica individualista del “sálvese quien pueda”.
La insolidaridad se convierte en bandera política, erosionando la cohesión social y el papel del Estado como garante de derechos. Se estigmatiza la pobreza como "beneficiaria" de subsidios, invisibilizando las causas estructurales y culpabilizando a los sectores más vulnerables, lo que refuerza la desigualdad y mina la empatía social.
Las amenazas militares hacia países no alineados con los intereses de EEUU refuerzan una política exterior agresiva, basada en la “ley del más fuerte” y en el chantaje y no en la diplomacia. Irrumpe el sheriff Trump en el teatro del mundo.
Frente a todos estos despropósitos preñados de incertidumbre, la que podría haber sido un contrapoder al "imperio", la Europa de las libertades, defensora de los derechos humanos, se dibuja como inexistente y sometida a la estrategia populista del "trumpismo", que no solo impone su relato sino además la hoja de ruta a seguir.
La incertidumbre también afecta nuestras aspiraciones colectivas: un futuro en paz, con concordia y solidaridad entre los pueblos. Cuando el mundo se vuelve impredecible, crecen el miedo, la desconfianza y la polarización.
En lugar de construir puentes, se levantan muros. Las crisis económicas, climáticas o sanitarias, como la pandemia han demostrado cómo la incertidumbre puede alimentar el egoísmo, debilitando los lazos de solidaridad.
Sin embargo, la incertidumbre no tiene por qué significar el caos, puede ser una invitación a aceptar que el mundo no es completamente predecible e incluso una oportunidad para el cambio que nos permita responder con el máximo de creatividad y resiliencia.
Cuando aceptamos que el futuro no está escrito, descubrimos que tenemos poder para imaginar otros caminos. La convivencia pacífica entre los pueblos no se construye solo con certezas, sino con compromiso diario, incluso en medio de la duda. La solidaridad nace de potenciar la empatía frente a la fragilidad compartida.
La incertidumbre, no tiene por qué ser solo un obstáculo. Puede ser el terreno fértil donde florecen nuevas formas de cooperación, de solidaridad, de lucha contra la desigualdad. Soñar con un mundo mejor implica también abrazar lo incierto, entendiendo que la esperanza no es una garantía, sino una elección activa: la de seguir creyendo, creando y caminando juntos, incluso cuando no sabemos con certeza lo que vendrá.