La OPA del banco que preside Carlos Torres sobre el Sabadell reforzaría la cadena de valor de la entidad resultante, pero tendría que incrementar los gastos unitarios y, por tanto, reducirá su actual margen de negocio.

El Gobierno ha dado el visto bueno a la operación, pero bajo estas condiciones: Banco Sabadell tendrá que mantenerse como entidad jurídica independiente durante tres años, con patrimonio por separado; deberá tener una gobernanza y una dirección independientes de BBVA, cumpliendo con el Código de Buen Gobierno; no podrá realizar ningún ERE asociado a la OPA durante al menos tres años, y, además, el Sabadell deberá mantener su volumen de crédito a la economía y las pymes, mantener separadas las redes de oficinas y su marca, y operar con una plataforma tecnológica propia.

El pliego es una bomba de relojería para los expertos y, sin embargo, contempla su mejor cualidad: el Gobierno la autoriza, aunque el condicional impuesto por el poder sea inasumible. Puede pensarse que, con el transcurso del tiempo, todo resulta negociable y lo que ahora son obstáculos, un día pueden ser flequillos.

No hay duda de que el cariz político de la operación contempla el apoyo confesado de Salvador Illa, con el mejor deseo de que esto embarranque, a diferencia de lo que ocurrió con Banca Catalana en aquella adquisición del grupo vasco concretada en los noventa. 

Si todo acaba en nada, muchos nos alegraremos. Al fin y al cabo, el Sabadell, presidio por Josep Oliu, está en las mejores manos. Sí, tengo que decirlo por pura cercanía: Oliu fue un estudiante de matrícula de honor en el Pedralbes levantisco de los setenta, un Minesotto célebre de los ochenta y un sustituto de su padre Joan Oliu, cuando el banco se planteó un futuro brillante plenamente conseguido, desde el momento en que dejó de ser la entidad de las familias textiles (los Corominas, Torreblanca, etcétera), pasó por la travesía de los consejeros patrimoniales de quita y pon como Godia, Andic y Daurella, y alcanzó una capitalización y una liquidez envidiables, tal como reconoce el presidente de la CNMV, Carlos San Basilio, hacedor del pliego.

LA OPA del BBVA es el segundo gran paso del banco vasco en territorio catalán. El primer lo dio el antiguo BBV (todavía sin la A), después de la fusión entre el Bilbao de Sánchez Asiaín y el Vizcaya, Pedro de Toledo. La entidad antiguamente vinculada a los Altos Hornos compró la ficha de Banca Catalana, el banco fundado por Jordi Pujol, y reflotado por el Banco de España, después de una quiebra fraudulenta y un empujón político de Felipe González destinado a debilitar la hegemonía del nacionalismo catalán.

Aquella fue una absorción sin costes que duró dos inviernos, el tiempo requerido para recolocar, en el pasivo de la marca compradora, la cartera inmobiliaria de Catalana, en el tiempo provechoso de altos tipos y altas tasas de retorno, que hoy serían imposibles. Ahora, la OPA del BBVA requeriría la simpatía comercial de miles de clientes, la auténtica Línea Maginot invisible de la operación. Y no todo se paga en cash.