Estoy contenta porque, por fin, vuelvo a leer libros. En los próximos días creo que terminaré Los Herederos (Península, 2023), un excelente relato de no ficción que cuenta la historia contemporánea de Sudáfrica a partir de tres personajes: Dipuo, una de las activistas cuya lucha hizo caer el apartheid, su hija Malaika, que sobrevive en un mundo hostil y violento del que sigue sin sentirse parte; y Christo, uno de los últimos sudafricanos blancos reclutados para luchar por la supervivencia del antiguo régimen. “El clímax del entrenamiento a que los sometía su oficial se conocía como vasbyt. Se trata de una palabra que puede funcionar como sustantivo y también como verbo, y se traduce aproximadamente por «morder duro y aguantar». Refleja una acción que se ve en la naturaleza sudafricana cuando un animal pequeño, por ejemplo, un suricato, amenazado por un depredador de mayor tamaño, se lanza a la pata de este y no lo suelta”, escribe la autora del libro, Eve Fairbanks, una periodista estadounidense obsesionada desde pequeña con la Guerra de Secesión, un conflicto que a mediados del siglo XIX dividió su país entre los estados del sur, que defendían la esclavitud, y los que abogaban por su extinción. Fairbanks encontraba similitudes entre lo ocurrido tras la victoria de Abraham Lincoln y el fin del apartheid en Sudáfrica, así que en 2009, empujada por la curiosidad periodística y aburrida de su trabajo de reportera en Washington DC, decidió viajar a Sudáfrica para escribir este libro.
“Inquieta entre aquella melé de reporteros que luchaban por sonsacarle algo interesante a un puñado de políticos que no se salían del guión, decidí trasladarme a Ciudad del Cabo”, escribe.
Si antes he escrito “creo que” terminaré el libro esta semana es porque, de la misma forma que me he enganchado a Los Herederos, lo he hecho también a Schitts’ Creek, una sitcom canadiense que logra hacerme reír y que me acueste de buen humor. La serie —que se estrenó en 2015, aunque no empezó a ser popular hasta su estreno en Netflix, en 2017 —sigue la historia de los Roses, un matrimonio multimillonario con sus dos hijos de veintilargos que se ven obligados a vivir en un motel de un pueblo de mala muerte (el nombre del pueblo suena a “mierda” en inglés) después de haber perdido toda su fortuna por un error fiscal.
El resultado es una comedia divertidísima, sin ningún tipo de pretensiones, que se ríe de los prejuicios de clase que tenemos todos. Los cuatro miembros de la familia Rose —el padre, Jonny, la madre, Moira y los hijos, David y Alexis —son unos esnobs egocéntricos y frívolos, acostumbrados a moverse en jets privados y codearse con jeques árabes, pero, poco a poco, van mejorando como personas y ganándose el corazón de sus vecinos. David, el hijo, se presenta además como “pansexual”, pero su orientación sexual no despierta ningún tipo de escándalo o problema para la gente de Schitt’s Creek. "Como persona gay, la mayoría de nuestros relatos son caricaturizados o utilizados como ejemplo revelador de tragedia. Así que con eso vino la decisión de hacer del pueblo un lugar completamente tolerante", explicó David Levy, creador de la serie y actor que hace de David en la serie, en una entrevista con The Guardian en mayo de 2020. Según Levy, “cuanto más expones la homofobia, más estás validando las creencias de la gente. En cambio, si eliminas la homofobia no estás dando a los homófobos ningún escenario en el que verse a sí mismos”. Con Trump, Vox y sus seguidores tratando de reducir los derechos de la comunidad LGTBQ y los inmigrantes como telón de fondo, ver Schitt’s Creek resulta una agradable vía de escape.