Según Gerard Piqué, los jugadores de fútbol que no son catalanes, no poseen el mismo sentimiento barcelonista que los que han nacido en Cataluña. Ni falta que les hace para jugar al fútbol, se le olvidó añadir al exjugador barcelonista. A mí, que me traigan buenos futbolistas, sean de donde sean, que me traigan a Messi, Kubala o Cruyff aunque ni siquiera se molesten en aprender una sola palabra en catalán, que los sentimientos no sirven de nada en un campo de fútbol.
Si por sentimientos fuera, yo mismo debería formar parte del once titular de Barça, porque llevo décadas pagando religiosamente mi carnet de socio, y lo mismo puede decirse de mis compañeros de asiento en el Nou Camp -o como se llame cuando esté listo-, pero no creo que ganásemos ni un solo partido, y eso que a sentimiento barcelonista no hay quien nos venza. Como mucho, empataríamos contra el Espanyol, eso es a lo máximo a que podríamos aspirar a pesar de ser catalanes de pura cepa y de llevar el escudo del Barça en el corazón. Pero eso lo hace cualquiera.
De momento, no parece que la política de fichajes se base en la catalanidad de los jugadores. Cierto es que nos ahorraríamos unos buenos dineros en scouting, ya que a los ojeadores les bastaría con recorrer Cataluña en busca de nuevos futbolistas azulgrana. Incluso podríamos derribar la Masía y construir en su lugar una bolera, ya que, siendo catalanes los jugadores del fútbol base, podrían seguir viviendo con sus familias. Por desgracia, el actual director deportivo valora más otras condiciones en los futbolistas. Será que, como no es nacido en Cataluña sino en Brasil, no se entera de nada.
Es una lástima que para jugar bien al fútbol cuenten más la técnica, la disciplina, el esfuerzo, la inteligencia y la preparación física que el hecho de haber nacido en Cataluña. Es una verdadera desgracia que el “sentimiento barcelonista” no le asegure a uno el dominio de balón ni meter las faltas por la escuadra. Las cosas serían mucho más fáciles, bastaría con mirar la partida de nacimiento de alguien, así como saber cuántas veces de pequeñito le llevaron a ver un partido del Barça, para saber si vale la pena ficharlo.
Uno no duda de que -como asegura Piqué- alguien que desde niño ha mamado Barça, ha dormido con la camiseta del equipo y ha llorado con sus derrotas, sienta más los colores que un jugador fichado -por ejemplo- del PSV a golpe de talonario. Lo que uno sí duda es que sentir los colores sirva de algo en el fútbol porque, encima, del PSV y gracias al talonario llegaron al Barça Ronaldo Nazario y Romario.
Probablemente no sentían los colores de la misma forma que Quimet Rifé, pero se les caían los goles de los bolsillos, vaya una cosa por la otra y que cada cual elija lo que más le convenga. Tampoco parece que ser culé desde la cuna signifique darlo todo por el equipo y luchar hasta la extenuación y que, en cambio, ser un forastero sea sinónimo de indolencia. Basta con comparar a Reixach con Stoichkov para caer en la cuenta de que las cosas no son exactamente así.
Lo que sucede es que el bueno de Piqué lleva demasiado tiempo retirado y confunde un equipo de fútbol con una colla castellera, actividad en la cual los sentimientos sí que importan, a ver si no, quien encarama gratis hasta ahí arriba con el peligro de caer y partirse la cabeza. Tantos negocios, tantas comisiones por organizar torneos en Arabia y tantos conflictos familiares han terminado por confundir a Piqué, el chico ya no distingue un delantero centro de un eixaneta y se cree que un “quatre de set” es la táctica usada por Flick contra el Real Madrid.
De momento, al fútbol de juega con los pies y con la cabeza, y esa última ni siquiera es siempre imprescindible, como demuestra el propio caso de Piqué, que aun sin tenerla fue un extraordinario futbolista.