La selectividad es uno de esos momentos clave en la vida de los estudiantes que están terminando el bachillerato, ¿pero qué pasa con los jóvenes que están viviendo esta experiencia ahora? Estamos ya entrando en la época.
A simple vista, la imagen del estudiante que se enfrenta a esta prueba de acceso a la universidad puede parecer la misma que hace unos años, pero la realidad ha cambiado de manera significativa y en casi todos los aspectos. Los desafíos que enfrentan son variados y complejos, y el entorno en el que tienen que desenvolverse es muy diferente al de generaciones anteriores como puede ser la mía.
Uno de los problemas más evidentes que afrontan los estudiantes actuales de selectividad son las altas notas de corte. En algunas universidades y carreras, conseguir un lugar requiere calificaciones que rondan el 13 sobre 14, lo que equivale a un 90% o más de la puntuación máxima posible. ¿Esto es verdad? Estas notas tan elevadas pueden parecer un reflejo de la excelencia, pero en realidad generan una presión enorme sobre los jóvenes.
Yo le echo parte de la culpa al plan de Bolonia. Cada vez más, los estudiantes sienten que deben ser perfectos en todos los aspectos de su vida académica para poder acceder a estudios que, en muchos casos, no tienen una demanda tan alta. Las calificaciones se convierten en un indicador del valor de los jóvenes, no sólo como estudiantes, sino como personas. Es su dinero.
Sin embargo, hay un aspecto que rara vez se menciona: Muchas de estas altas calificaciones no siempre son sinónimo de verdadero mérito o conocimiento. En muchos casos, las notas pueden estar influenciadas por factores externos, como la preparación en academias, los cursos intensivos de refuerzo o el acceso a otros recursos privados, como decía un periódico esta semana. No tengo tan claro que sea así, por decirlo cortesmente.
El hecho es que hay una cierta distorsión en las calificaciones, que no reflejan de manera fiel las capacidades reales de los estudiantes. Mientras algunos jóvenes luchan por alcanzar la misma puntuación, otros parecen obtener notas excepcionales. Esto genera una desigualdad que a veces clama al cielo. Podríamos hablar largo y tendido de cómo es posible que alumnos saquen más nota que otros cuando estos otros son claramente mejores. Me chirría mucho con la meritocracia y la igualdad de oportunidades.
A esto hay que añadirle el fenómeno de las carreras universitarias de moda. En los últimos años, han surgido una serie de grados que se han vuelto extremadamente populares, como carreras que antes eran sólo para profesores o muy vocacionales. La moda por ciertas profesiones ha llevado a que la competencia por ingresar a estas carreras sea brutal, y muchas veces los estudiantes eligen sus futuros sin una reflexión profunda sobre lo que realmente les apasiona, sino con la idea de estar a la vanguardia de lo que el mercado exige.
En este sentido, muchos jóvenes se inscriben en carreras porque creen que son las que mejor les van a asegurar un futuro laboral brillante, pero no necesariamente porque tengan una verdadera vocación o interés en ellas. Este fenómeno no sólo afecta a los estudiantes, sino que también genera un efecto de saturación en ciertos campos, donde el número de graduados supera las posibilidades de empleo, lo que provoca una burbuja laboral en algunos sectores.
Como decíamos al principio, la realidad ha cambiado mucho. La gran variedad de carreras hoy en día es un aspecto que puede generar confusión y sobrecarga a los estudiantes. El sistema educativo ha multiplicado la oferta de grados, con especializaciones tan diversas que resulta difícil decidir qué camino tomar. Desde las ciencias más tradicionales como la biología o la física hasta estudios más novedosos en áreas como la robótica, el diseño de videojuegos -spoiler, no la recomiendo- o las energías renovables, las opciones son infinitas.
Esta pluralidad, si bien puede parecer una oportunidad, también se convierte en una trampa. La sobreabundancia de carreras hace que los estudiantes se sientan perdidos, ya que no siempre saben qué elegir o si realmente la oferta que tienen delante les asegura un futuro profesional sólido. Además, el hecho de que las notas de corte varíen de manera tan extrema entre distintas universidades y carreras crea un ambiente de competencia feroz en el que se mide el éxito únicamente por el número de plazas disponibles y las notas que se exigen para acceder a ellas.
Otro aspecto problemático de la selectividad y el sistema educativo en general es la presión psicológica que sufren los jóvenes. Creo que más que con Instagram viendo a guapos y famosos todo el día. Desde pequeños, se les exige una constante preparación académica, se les valora por las calificaciones y se les transmite que el éxito en la selectividad es la clave para acceder a una vida adulta exitosa. Pero esta presión, lejos de ser un estímulo positivo, se convierte en una carga que afecta la salud mental de muchos estudiantes. El miedo al fracaso, las expectativas familiares, la comparación constante con los compañeros y la sensación de no estar a la altura son sólo algunos de los factores que influyen en su bienestar.
Por otro lado, la entrada en la universidad ya no garantiza lo que antes se consideraba un futuro laboral estable. Muchas de las carreras más demandadas no siempre ofrecen la seguridad de un empleo fijo y bien remunerado, lo que ha hecho que algunos jóvenes cuestionen la eficacia del sistema educativo. Un simple paso por el famoso Forocoches o por redes sociales así lo atestigua.
Vemos cómo tener un título universitario ya no es suficiente para destacar. Ahora los estudiantes se diferencian, vaya usted a saber mañana, por la especialización, los cursos extra, las prácticas profesionales y las experiencias internacionales. El mercado laboral es altamente competitivo.