Las altas temperaturas pre veraniegas han regresado a Cataluña después de que la primavera se haya mostrado cambiante, con un volumen de días lluviosos por encima de lo recordado por estos lares desde hace años. El comportamiento irregular de la meteorología ha provocado, no obstante, una de las grandes noticias que podía recibir esta tierra, acuciada los últimos años no sólo por la pandemia sino por una exagerada sequía que dejó tiritando el sistema de reserva de agua en toda Cataluña.

Hace solamente un año afrontábamos un verano agónico, sin casi reservas en nuestros pantanos y con un panorama que iba a afectar al consumo personal en los domicilios y que iba a tener consecuencias en la actividad económica de las empresas.

La situación tras los molestos días de lluvia de los últimos meses es otra. Cataluña cuenta con una reserva hídrica del 80% en sus pantanos, una imagen que no se producía desde hace más de un lustro. No habrá, pues, restricciones para las industrias, ni para el servicio de riego de los municipios, ni para el uso personal del agua en la casa de cualquier persona, más allá del sentido común que debe evitar un consumo excesivo que no sea esencial.

Los parques volverán a lucir un verde respetable y los jardines domésticos y piscinas exhibirán de nuevo un resplandor perdido el año pasado. Todo ello debe contribuir a que la sociedad valore el cambio positivo que se ha experimentado en 12 meses y también que mantenga el pulso crítico con la Administración para que las promesas realizadas el año pasado mantengan el ritmo de cumplimiento, aunque las nubes le hayan resuelto la papeleta puntualmente a los políticos.

La solución a los problemas graves de la sequía pertinaz no es fácil, pero precisamente por ello las promesas lanzadas por la administración que sufre los efectos salvajes de la escasez de recursos hídricos acaban olvidándose cuando el azar meteorológico revierte la situación.

Lo que sucedió el año pasado, probablemente la crisis más grave de las vividas en los últimos 50 años, arrancó una serie de promesas que ahora que estamos recuperados debemos seguir implementando para cuando vuelva a azotar el impenitente látigo de la sequía. El cambio climático está repitiendo ese problema con mayor facilidad y no podemos afrontar la siguiente crisis que llegue sin más desaladoras y sin el cumplimiento de decisiones que pueden aliviar el consumo de agua cuando el cielo no ayuda.

Al igual que el trabajo duro para evitar los incendios forestales hay que hacerlo en invierno (limpiando bosques, eliminando maleza), la preparación de una sociedad avanzada a los efectos de la sequía tiene que realizarse cuando los embalses te dan un respiro. En la actualidad tenemos reservas hídricas para que los ocho millones de personas que viven en Cataluña puedan satisfacer su consumo de agua durante los próximos 20 meses, aproximadamente.

Eso significa que a esa bonanza sobrevenida debe seguirle una exigencia crítica con el cumplimiento de las promesas políticas para lograr que Cataluña, llueva o no llueva, no vuelva a convertirse en el escaparate agónico de la escasez, imagen impropia de una sociedad occidental avanzada.