La universidad, según me enseñaron, es lugar de formación en valores humanistas y de aprehensión de principios que, lejos de ser útiles solo para el ejercicio de una profesión, sirven para formar ciudadanos libres y responsables, capaces de asumir derechos, pero también obligaciones.
Y así lo interioricé y lo creí hasta hace poco. Cuando determinadas universidades, antes templos de la inteligencia, decidieron someterse, por una u otra razón, a las imposiciones de ciertos grupos de estudiantes que, enarbolando las banderas del ya muy trillado “antifascismo”, se comportan, paradójicamente, como los viejos camisas pardas de las SA respecto de todos aquellos que no comulgan con sus dogmáticas y, al mismo tiempo, esquizofrénicas ideas.
Atacan y agreden a los estudiantes que no acatan sus mandatos. Destrozan los puestos de información que, en el ejercicio de sus derechos fundamentales más básicos, instalan en el campus. Les impiden el acceso a su propia universidad. Levantan piquetes para que no se celebren actos académicos que ellos consideran contrarios a su modo de pensar.
Y, como las autoridades universitarias han mirado hacia otro lado, se han crecido y, recientemente, han empezado a amenazar y a coaccionar incluso al profesorado.
Porque son estos dos delitos, amenazas y coacciones, los que, a primera vista, parece que han cometido los redactores de la carta que ha recibido el catedrático de Derecho Internacional privado de la UAB, Rafael Arenas, tras ser invitado por la asociación S’ha Acabat! a participar en un acto sobre la posición de España y Europa ante el nuevo escenario internacional.
“No ets benvingut a la universitat, i ens assegurarem que així t'hi sentis. Les teves idees xenòfobes i espanyolistes, que intentes amagar sota un "paraigua" de constitucionalitat i conservadorisme, són la defensa del capitalisme més voraç. No permetrem que continuïs escampant el teu discurs ple de verí que busca segregar la classe obrera i mantenir els privilegis de la burgesia. Tant sigui acompanyat dels vostres guardaespatlles nazis, els pringats de S'ha Acabat o la col·laboració del deganat, us farem fora. Això és només un avís, i demà és només l'inici, ens seguirem trobant fins que marxeu de la universitat. A la universitat, ni feixistes ni amics de feixistes. Estigueu atentes, fins demà”.
Un hecho que, en vez de provocar una enérgica protesta por parte de las autoridades universitarias, así como el inicio de una investigación para descubrir a los autores, ha sido abordado de una forma muy reveladora de los postulados de dichas autoridades: suspendiendo el acto. Y, por tanto, dando la razón a los violentos.
Dicho esto, creo interesante analizar someramente el contenido del mensaje para que tanto ustedes, queridos lectores, como yo, intentemos entender el cúmulo de contradicciones e ideas sin sentido que han vertido estos sujetos en las escasas líneas antes transcritas.
Idees xenòfobes i espanyolistes, entendiendo por esto último, supongo, el movimiento político que busca reafirmar la identidad nacional de España, íntimamente ligado, para ellos, a la xenofobia. A diferencia del catalanismo, que es lo mismo, pero cambiando la palabra “España” por “Cataluña” y que, sin duda, es progresista. Precisamente por esta razón, en defensa de un paradójico progresismo, los “catalanistas” expulsan, agreden y amenazan a los “españolistas”, y no a la inversa.
Constitucionalitat i conservadorisme, defensa del capitalisme més voraç. Un récord de contradicciones y de conceptos unidos al azar en una misma frase. Porque, ¿qué tendrá que ver el constitucionalismo, que surgió para proteger los derechos y libertades individuales mediante la limitación del poder, con el conservadurismo, que es una doctrina que pretende conservar o restaurar las tradiciones de un pueblo? Y lo mismo respecto del capitalismo, que se centra en lo económico, a diferencia de los anteriores.
Y, por último, sin duda mi frase preferida. Ens seguirem trobant fins que marxeu de la universitat. A la universitat, ni feixistes ni amics de feixistes.
Es decir, los “antifascistas” emplean métodos “fascistas” para librar a la universidad de los “fascistas”, convirtiéndose de ese modo, en un divertido juego, en “fascistas” que deberían ser expulsados por unos nuevos “antifascistas”. Y así sucesivamente.
En resumen, más de uno de estos “luchadores por la opresión” debería dejarse caer un día por la biblioteca. Y quién sabe, puede que la próxima vez, cuando se decida a escribir otra carta, nos demuestre que por fin ha aprendido que Marx fue un filósofo y no una marca de chocolatinas.