No deja de ser paradójico, escribiéndose esta columna en Semana Santa, que la comunidad interesada en las noticias científicas (que no necesariamente la comunidad científica) esté, a día de hoy, obsesionada con la resurrección, en este caso, de una especie extinta: el lobo terrible (Aenocyon dirus). 

Contaminada su imagen por los ‘mass media’ asimilandose al “lobo huargo” de Juego de Tronos (o a los montados por orcos en El Señor de los Anillos), el lobo terrible era una especie estrechamente emparentada con el lobo actual, pero más próxima al chacal que al lobo gris americano.

Se trata de un linaje que en la carrera evolutiva se desligó del perro y del lobo hace más de cinco millones de años. Su nicho ecológico (su “lugar en el ecosistema”) les asemejaba mucho a las hienas, dada su corpulencia y potente mordida (además de por tener las patas más cortas que los Canis). 

El lobo terrible fue un temible depredador que podía alcanzar los cien kilos de peso y que vivió en Norteamérica hasta hace 4000 años (si bien sus poblaciones comenzaron a declinar, mucho antes, por la competencia con los, recién llegados, seres humanos y la escasez de sus presas: la casi totalmente extinta megafauna americana, es decir, mamuts, mastodontes, perezosos gigantes…).

Se han recuperado esqueletos completos de este animal en el célebre yacimiento del Rancho de la Brea (Los Ángeles), atrapados juntos a cientos de otros animales extintos. Los genetistas han conseguido recuperar ADN nuclear (que no mitocondrial) de algunos fósiles, por lo que el material genético de la especie ha podido ser estudiado, y precisamente, diferenciado del de especies actuales como el lobo o el chacal. 

Con bombo, platillos y altavoces a todo volumen, la empresa biotecnóloga Colossal Biosciences (la misma que va a “resucitar” al mamut lanudo y que ha conseguido ratones con largos mechones anaranjados) ha anunciado la “des-extinción” del lobo terrible.

Confundiendo genotipo y fenotipo, y seguramente también a los inversores, la empresa estadounidense ha conseguido cambiar la apariencia (fenotipo) de tres cachorros de lobo gris (llamados Rómulo, Remo… y Khaleesi) modificando su código genético (genotipo), es decir, el del lobo gris (Canis lupus) no el de una especie “resucitada”.

La manipulación genética es ya una realidad (véanse los alimentos transgénicos) y la polémica cada vez crece más. El sueño de Prometeo de crear vida y descubrir el fuego es una constante humana, y a falta de Fausto y el homúnculo, bien están los laboratorios genéticos.

Ante la casi total imposibilidad de encontrar ADN en buen estado (el más antiguo a duras penas alcanza los 700.000 años), el sueño de “resucitar” o “des-extinguir” especies desaparecidas se reduce a muy pocas especies, tales como el mamut lanudo (Mammuthus primigenius), cuyo genoma ya ha sido secuenciado gracias a muestras de pelo congelado en el permafrost de la tundra.

La posibilidad de recuperar especies extintas hace millones de años, o aún extintas más recientemente, sin material genético recuperable en buen estado, es una quimera… cuanto menos a día de hoy. Pero, a falta de “marca oficial” genética, siempre se puede recurrir a la “copia barata” o “pirata”, haciendo una broma biológica

Para desilusión de George R. R. Martin que, quiero pensar que por desconocimiento científico, lloró al ver “resucitados” sus lobos huargos, no estamos ante un “ave fénix canino” sino ante un perro disfrazado genéticamente al que se le ha cambiado la apariencia (fenotipo) para que se parezca a su antecesor en el ecosistema, que, apenas, pariente.

La propia empresa, Colossal Biosciences, ha anunciado que recreará, hablemos en propiedad, al mamut lanudo utilizando material genético recuperado de entre el hielo y fecundando a una elefanta asiática, su pariente vivo más próximo.

¿Estaremos ante el mamut puro de nuevo? Lo dudo… será, en esta ocasión, un elefante asiático disfrazado (cuestiones distintas serán discutir si el ser humano es algo diferente a la Naturaleza en sí, y por ello, también un factor de esta o si, como es evidente, la propia evolución no funciona a base de mezclas genéticas).

Como todo en ciencia, las reflexiones humanas, e incluso de política medioambiental, son de sumo interés. Recuperar a especies extintas por el hombre hace poco, de ser posible en su integridad (no como experimentos para ferias y titulares de prensa) puede ser sostenible e interesante para rellenar nichos ecológicos que la aparente lentitud de la Naturaleza aún no ha podido rellenar tras la extinción de la especie en sí (piénsese en el dodo, el tilacino o lobo de Tasmania o en el propio mamut).

Recuperar la “estepa del mamut” restableciendo el ciclo de los pastos siberianos (todos los proboscídeos son jardineros ecológicos, simplificando los términos) ayudaría a recuperar la biodiversidad de tales ecosistemas (de la misma forma que movimientos como el de Rewilding están pretendiendo conseguirlo con la suelta de bisontes europeos y caballos de Przewalskii por los bosques de España).

La modificación genética, en cualquier caso, ha llegado para quedarse (el propio Derecho debe limitar su práctica y establecer rígidos límites, por ejemplo, en relación con nuestro propio patrimonio genético, véase el monumental film Gattaca (1997), con actores como el mismísimo Gore Vidal, Ethan Hawke, Uma Thurman o Jude Law). ¿Estamos ante el nuevo, e irremediablemente humano, complejo de Prometeo de los tiempos actuales?