Hace dos semanas se inició lo que se conoce como guerra comercial a raíz la política arancelaria del presidente Trump, lo que provocó de inmediato caídas enormes en los mercados bursátiles y tensiones económicas a nivel global e incertidumbre a nivel internacional.

Unas políticas arancelarias que afectan de forma directa a muchos países, -si bien los nuevos gravámenes se han congelado durante 90 días excepto con China, los cuales se han situado en el 145%-; y también, como han alertado importantes personalidades estadounidenses, sobre la propia economía americana y la ciudadanía.

Unos aranceles exagerados que perjudicarán a la sociedad más vulnerable: la que debe trabajar para vivir, la que se esfuerza por educar a sus hijos con dedicación y constancia. Unos aranceles que, de manera exagerada, encarecen los productos importados de todo tipo, lo cual generará inflación en sectores dependientes de insumos extranjeros, y con el riesgo de que el proteccionismo comporte menos presión para innovar, lo que puede reducir la calidad de los productos. Un regreso al pasado que era una crónica anunciada desde que el presidente Donald Trump llegó al despacho Oval.

A pesar de la semitregua actual, y de reconocer el presidente Trump que la imposición de aranceles masivos contra las importaciones del resto del mundo generará dificultades, la guerra comercial ha comenzado y su impacto en las relaciones comerciales será significativo.

El futuro depende de cómo evolucione la política internacional, las negociaciones en curso, las decisiones de los países involucrados, en particular de China, y la presión interna sobre sus gobiernos, y muy especialmente, de la oposición interna en EEUU.

Lo que está claro es que los aranceles aumentarán el costo de los productos importados, y que las cadenas de suministro globales deberán reconfigurarse, lo que obligará a buscar nuevos proveedores en otros países. Además, las tensiones diplomáticas aumentarán, lo que podría prolongar o escalar esta vuelta a la "normalidad" de un mundo más fragmentado.

Hay una primera lección que se debería aprender y no olvidar, como ha ocurrido con la pandemia del Covid-19: la necesidad de disponer de  una autonomía tecnológica e industrial significativa. Desde la pandemia, poco aprendimos, más allá de no dejar caer empresas.

No se han implementado políticas industriales reales, ni se ha aprovechado el impulso de los avances técnico-científicos para un progreso económico y social sostenible. Tampoco se han desarrollado planes efectivos para avanzar, de manera gradual, hacia la autonomía tecnológica necesaria para ser competitivos y reforzar la industria y la innovación.

Los fondos Next Generation, que para España eran una gran oportunidad de transformación económica, no han llegado a las pymes, ni han tenido un enfoque estratégico que promueva la innovación y la competitividad.

Pocos dudan de que los efectos negativos de estos aranceles serán considerables, así como que la inestabilidad económica que afectará a las familias generará tensiones de todo tipo a nivel social y geopolítico.

Sin embargo, como de toda crisis surgen oportunidades, la situación actual de aranceles, y posible la pérdida del escudo protector militar de EEUU, debería despertar a la Unión Europea para iniciar un camino cuyo final es más Unión y menos 27 estados.

Aunque, hoy por hoy, esto parece imposible. Hay que darse cuenta de que sólo con un mayor nivel de integración y cohesión política sería posible alcanzar una mayor coherencia en la toma de decisiones, fortalecer las negociaciones internacionales y encontrar soluciones a problemas comunes.

De esta forma, la Unión podría aumentar su potencial económico mediante políticas fiscales comunes, la integración de los mercados laborales, la promoción de una economía sectorial más competitiva e innovadora, y una mayor seguridad defensiva con un Ejército europeo en lugar de 27 ejércitos. Con más Unión sería posible gestionar las crisis de manera más eficaz y no depender de decisiones aisladas que sólo retrasan las soluciones.

En un mundo interconectado, es más necesario que nunca que los países miembros de la UE trabajen juntos, cedan autonomía, y abandonando las viejas dinámicas de intereses nacionales descoordinados. Sólo de esta forma se podrá hacer frente a los retos globales y asegurar un futuro más próspero para todos.