Visto lo visto, de poco o de nada sirve que Oriol Junqueras visite, como hizo a finales de enero, a Carles Puigdemont en Waterloo, a fin de acercar posiciones y mejorar las deterioradas relaciones entre sus partidos. Incluso el hecho de que tras la reunión salieran juntos del lugar en un vehículo simbólicamente matriculado con la fecha del uno de octubre de 2017 fue considerado por buena parte de sus hastiados votantes una impostura, una tomadura de pelo, una foto de cara a la galería.

La guerra entre ERC y Junts ha entrado en una nueva fase. Ahora mismo, los desencuentros y algaradas que protagonizan en las sesiones del Congreso influyen directamente en lo que a continuación sucederá en el Parlament de Catalunya, y no al revés, como antaño era habitual. Esas son cosas que pasan por trasladar el campo de batalla del procés a Madrid.

Los rifirrafes se producen debido a la incertidumbre política actual. Por mucho que Pedro “Yo estoy bien, tú pídeme lo que necesites” Sánchez y María Jesús “Mopongo” Montero juren que la actual legislatura tiene cuerda para rato, la cosa no está nada clara ante los muchos problemas y frentes abiertos –imposibilidad de aprobar presupuestos, incremento desorbitado del gasto en defensa a corto plazo, desintegración del bloque progresista y hundimiento de Sumar–.

Tanto los antiguos convergentes como los republicanos son conscientes de que es ahora cuando hay que pisar a fondo el acelerador de la extorsión, porque las concesiones que no consigan arrancar hoy al autócrata de la Moncloa no podrán ser negociadas en un futuro a medio plazo si el sanchismo es desbancado del poder.

Puigdemont está en una situación complicada. Su máxima prioridad y obsesión es que la maldita amnistía se materialice de una vez por todas. En ello está Conde-Pumpido, trabajando a contrarreloj para diluir cual azucarillo el escollo de la malversación. Santos Cerdán le ha prometido que este verano comerá gambas de Palamós en Palamós.

Pero ese no es el único asunto que preocupa a los de Junts. Ahí está el tema de los menas, el traspaso de las competencias en inmigración y control de fronteras, la gestión de infraestructuras, la oficialidad del catalán en la UE y la financiación singular. Demasiadas carpetas sobre la mesa y ninguna cerrada.

Por si resolver todo eso fuera poco, las malas expectativas electorales que arroja el último CEO –que augura a Junts una pérdida de siete escaños en el Parlament (pasando de 35 actas a 28), que irían a parar a manos de Sílvia Orriols y Aliança Catalana– han caído como un jarro de agua fría en la cúpula del partido, que incluso ha llegado a sopesar la posibilidad de presentar a Míriam Nogueras, niña mimada de Puigdemont y uno de sus más combativos y mejores activos, como candidata del partido a la presidencia de la Generalitat. Entre empoderadas anda el juego.

No en mejor forma están ahora mismo los de ERC. La formación acusa el desgaste de brindar apoyo estable, siquiera en lo nominal, a Salvador Illa y a Pedro Sánchez. Hay deserciones y malestar de fondo. Siguen sin digerir su última debacle electoral, las burlas y ataques de Junts, denostando las concesiones que logran arrancarle a Sánchez, les enfurecen, el último congreso del partido no ha suturado las heridas abiertas entre las facciones lideradas por Oriol Junqueras y Marta Rovira, cada día se producen incendios importantes (ahora en Reus y Tarragona), muchos dan por amortizado y piden el relevo de Gabriel Rufián como portavoz, otros incluso van más allá, y abogan –con el centenario de la fundación de ERC en lontananza– por una refundación del partido e incluso un cambio de siglas y estrategia. Poca broma.

Todo lo dicho, y mucho más, explica el hecho de que Gabriel Rufián, un “mata a ocho y espanta a siete” profesional, y la muy soberbia y venenosa Míriam Nogueras, pasen de aborrecerse cordialmente a odiarse con fundamento. Al parecer ya no se dirigen la palabra, ni comparten información de interés común, ni mantienen el más mínimo contacto en la Cámara Baja. Se detestan y se evitan. La inquina vieja que históricamente se han profesado sus dos familias políticas, capuletos y montescos con barretina, unida al complejo panorama actual, ha dado al traste con cualquier posibilidad de entendimiento entre ellos.

Y es una pena (ironía ON), porque tanto el uno como la otra –el pijoaparte, obrero a ratos y militante revolucionario de los de Bandera Roja, y la pija de casta– son, salvando las distancias, tal para cual, y de trabajar unidos el rédito sería mucho mayor de lo que lo es ahora. Que no es lo mismo chantajear a Pedro Sánchez cada uno por su lado que en sañudo y férreo frente común. De hacerlo en perfecta sincronía conseguirían en cuatro días el anhelado referéndum solo para catalanohablantes nativos con blasón heráldico, como reclaman algunos descerebrados. Pero tranquilos, que va a ser que no, porque aquí lo que prima es el rencor entre sus irreconciliables clanes, que imposibilita el compartir estrategia política y objetivos.

Mientras Rufián sigue erre que erre en su línea, enfundado en su chulesco papel de pistolero perdonavidas de cantina de Texas. Cuando no desbarra estableciendo analogías entre Auschwitz y Gaza, se dedica a llamar ratas o ultraderechistas a los que son de su misma ralea –y directamente fascistas o nazis a los que no son de su cuerda–, Nogueras airea su crin con donaire y corcovea por los pasillos y salas del Congreso, derribando banderas de España a base de certeras coces, porque el efecto que la bandera de España provoca en su ánimo es más letal que una ristra de ajos para un vampiro, un fragmento de kriptonita para Superman o una paletilla de jabugo para un yihadista.

Los rifirrafes están a la orden del día entre estos dos personajes de sitcom barata de TV3. El último de ellos, que ha sentado como una patada a los de Junts, se produjo hace unos días en una Sesión de Control al Gobierno, cuando Rufián, desde su escaño, trasladaba a Sánchez el malestar de los catalanes que día a día sufren el mal funcionamiento y las incidencias de la red de Rodalies.

Tras mostrar un billete de tren, asegurando que ese papelito era la puerta al infierno para cientos de miles de ciudadanos que “pueden llegar a perder hasta 12 horas (de vida privada) a la semana debido a los retrasos”, añadió que ante semejante problema enquistado solo caben tres actitudes: “la de los que intentan arreglar las cosas –que somos nosotros–, la del PSOE-PSC, que entorpecen muchas veces, y la de los que se aprovechan…”

Dicho eso, apuntando con dedo acusador a los escaños de Junts, entró directamente a rematar la faena: "Y (yo) señalo directamente a la derecha catalana. Imagínense la impunidad mediática y digital que tiene esta gente para machacarnos a nosotros, (que) mientras negociamos el traspaso de Rodalies, (ellos) colocan a sus amiguetes en el Consejo de Administración de Renfe. Señora Nogueras… ¡Ruedas de prensa con la bandera de España no, pero colocar a sus amiguetes en empresas españolas, sí, ¿eh?, eso sí!"

La cara de pan de kilo de Nogueras, mirando al infinito con rictus congelado era todo un poema. El torpedo les alcanzaba de lleno en la línea de flotación. Junts ha colocado a unos cuantos de los suyos en altos cargos gracias a Sánchez, entre ellos a Eduard García, en Renfe, pero en honor a la verdad se debe apuntar que tres cuartos de lo mismo han hecho, o están haciendo, los de ERC con los suyos: Sergi Sol, en RTVE, Josep María Salas, en la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia), Jordi Pons, en el Banco España, y Laura Castel, en el Consejo de Europa.

Estando así las cosas debemos congratularnos –el que no se consuela es porque no quiere– del absoluto desamor y abismal distancia que ahora mismo impera entre ERC y Junts. Imagínense por un momento lo que podrían conseguir con sus catorce escaños, de arremeter unidos contra el felón, amenazando con una moción de censura.

No lo duden: lo de Shylock, el usurero del Mercader de Venecia, exigiendo al deudor una libra de su carne por el préstamo, iba a ser una nadería. Como en el caso que nos ocupa Sánchez paga siempre sus deudas con carne constitucional, se nos iba a helar la sangre a todos.