Anna Navarro, diputada de Junts, se sentía mal y fue al CAP, y cuál no sería su sorpresa cuando se le coló una inmigrante, tal vez con su velo en la cabeza y todo. Una señora de la Cataluña profunda, ni más ni menos que de Olot, debe ser atendida antes que nadie, inmigrante o no, de la misma manera que en el tren -caso de lo que lo tome de vez en cuando- todo el mundo debe cederle el asiento, no por mujer, que eso sería machismo, sino por ser quien es.
En lugar de eso, en el ambulatorio le dieron cita para quién sabe cuándo, como a cualquiera, cuando ella no es cualquiera y, si le duele la cabeza, el neurocirujano tiene que dejar el cerebro que tenga entre manos en el quirófano, y salir urgentemente a recetar un Ibuprofeno a la señora, que por algo es la señora.
Una no abandona la buena vida en Estados Unidos para que en Cataluña la traten como si fuera de la plebe. Y, sobre todo, una no se mete en política si no es para que la atiendan la primera en todas partes, desde la consulta del médico hasta la carnicería.
Por si no fuera suficiente humillación, una enfermera le aseguró que, de haber sido inmigrante, la hubieran atendido al instante. Y claro, a la diputada Navarro le vinieron unas ganas enormes de ser negra y pobre, a ver si así se aceleraban las cosas.
No para siempre, eso no, que no está para ganarse la vida limpiando platos en un restaurante o el culo a ancianos en un geriátrico, pero sí un ratito, el suficiente para ser atendida al momento.
- ¡Ay, quien pudiera transformarse a voluntad en negra y pobre, para no tener problemas! - pensó la ilustre olotina, maldiciendo la mala fortuna de ser blanca y rica en la actual Cataluña, donde todas las ventajas son para los inmigrantes.
Con una pizca de maquillaje y un velo en la cabeza que ocultara su pelo rubio, hubiera podido pasar por magrebí, pero la habría delatado su acento, mezcla de catalán pijo y de inglés de Silicon Valley. Por tanto, no le quedó otro remedio que denunciar los beneficios de que disfrutan los inmigrantes sin papeles, esos privilegiados de la sociedad.
A Navarro, el fichaje estrella de Junts en las últimas elecciones, la ocultaron durante la campaña. Con buen criterio, según se ve. Ya que percibieron al instante que no servía para nada, decidieron que por lo menos no perjudicara las ya escasas opciones de dicho partido para vencer en los comicios.
A veces, los fichajes en política son como algunos fichajes del Barça, que nadie sabe qué se pretende con su contratación, como no sea que alguien gane alguna comisión. No sé si también en política se cobran comisiones al fichar a presuntas estrellas traídas del otro lado del Atlántico, si es así, el de Anna Navarro debió de resultar rentable para los bolsillos de algún listo.
Los fichajes futbolísticos se traen de Brasil y los políticos de Estados Unidos, y todos por la misma razón: nos han dicho que es un crack, aunque nadie le haya visto nunca en acción.
Como en política no cabe la posibilidad de cesión a un equipo de segunda división, no quedó más remedio que aguantarla hasta encontrarle alguna utilidad. Al final, a Anna Navarro -que firmaba “papallona” en las redes, lo cual ya debió poner sobre aviso a la junta directiva del club Junts- se le ha encomendado ser la punta de lanza del partido contra la inmigración, que es lo que da votos Aliança Catalana, el rival político e ideológico de Junts.
¿Quién mejor que una mujer blanca, rubia y pija, para denunciar que nuestra sanidad trata mejor a los inmigrantes que a los arios, perdón, a los catalanes de toda la vida?
De haber permanecido en Estados Unidos, Navarro estaría denunciando que el sistema favorece a negros e hispanos.