En los Reinos que dieron origen a España, Castilla, Aragón y Navarra, eran habituales en la Edad Media los portazgos, pontazgos y barcazgos, impuestos a las mercancías que entraban en sus reinos. Convivían con las taʿrifas de los territorios árabes, sus impuestos al comercio. Antes, los señores feudales también solían cobrar a quien cruzase sus fronteras. Que los Estados saquen tajada de las transacciones comerciales y que los usen para limitar importaciones no es, ni mucho menos, un invento de ahora.
De igual modo que nos pensamos que vivir en paz es lo normal porque hemos tenido la enorme fortuna de vivir en un tiempo sin grandes guerras, también nos hemos acostumbrado al desarrollo del libre comercio, entre otras cosas porque vivimos en una zona de libre intercambio, la Unión Europea.
Pero las cosas cambian, y mucho. Resulta que el guardián de occidente se ha cansado de hacer de pagafantas y, además, quiere reordenar los intercambios comerciales. Más allá de las formas del 47º presidente norteamericano que tanto nos desconciertan, su razonamiento no está carente de sentido. Se nos ha ido, y mucho, la mano pensando que el mundo no tiene fronteras.
Carece de sentido que compremos espárragos en Perú, y que éstos se vendan a mitad de precio que los de Navarra, lo mismo que es ilógico comprarse en una web china un vaquero por ocho euros y una camiseta por cuatro. Nuestro consumismo low cost nos ha llevado a buscar el más barato todavía, no importando ni la calidad ni las condiciones de los trabajadores. Hemos permitido el dumping económico, el social y el medioambiental, lo importante es comprarse algo barato, acelerando la espiral de empobrecimiento.
Los aranceles proteccionistas son necesarios cuando una industria es inmadura o cuando fuera de tus fronteras las reglas son otras. Los avances sociales y en política medioambiental de occidente deben protegerse, de lo contrario las reglas internas perjudican a los nacionales que las cumplen y premian a los de fuera que no. Esto que parece tan obvio es lo que no venimos haciendo desde hace años y por eso cierran tantas fábricas en occidente pues nuestro modo de vida, el que queremos, es incompatible con la ausencia de reglas de muchos países. Como bien dijo Josep Borrell, “vivimos en un jardín y fuera es la jungla”. O lo protegemos, o la jungla acabará con el jardín.
Las amenazas de aranceles son, probablemente, de trazo grueso, pero la deriva de desindustrialización y descapitalización de occidente carecía de sentido. Hasta la más “noble” de las industrias, la automotriz, se ve amenazada por coches fabricados en un país donde todo es Estado. Si durante años la ecología protegía, por ejemplo, a la industria cervecera alemana mediante la obligatoriedad del vidrío retornable, ahora se está cargando a la industria de automoción. Los coches chinos nunca deberían haber entrado en Europa como Pedro por su casa.
Trump ha comenzado su mandato disparando aranceles a troche y moche. Muchos de ellos no se han implementado, otros se han suavizado y en general las condiciones se van aclarando. Es una manera, la suya, de hacer política internacional. Hasta dentro de unos meses no veremos qué aranceles quedan y cuáles no, y hasta dentro de un año o más no veremos el impacto en los precios, en las importaciones y en el empleo. La Fed, de momento, no es pesimista, simplemente mira con atención un escenario nuevo que no está, ni mucho menos, terminado de perfilar.
El libre mercado es maravilloso, pero los Estados están para corregir sus excesos. Potenciar la competencia evitando la concentración excesiva no es libre mercado, pero lo vemos bien. De igual modo, desarrollar la industria local también tiene sentido, manteniéndola, eso sí, competitiva y en forma. De lo contrario se generan monstruos que no valen para nada. El mundo económico se mueve por una especie de péndulo. Hasta ahora el libre comercio era la panacea. Ahora nos adentramos en un mundo con aranceles. Y dentro de unos años volverá el libre comercio. Lo interesante es aprender de los errores en cada uno de estos viajes y no repetirlos.