En Estados Unidos hay muchos seguidores de Marx, pero no de Karl sino de Groucho, al menos porque hacen suya la frase de “estos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

Como tantas frases famosas, parece que en realidad no era suya, sino que se publicó en un diario de Nueva Zelanda en 1873, pero viene bien para encontrar un título llamativo. 

No cabe duda de que es de inteligentes tratar de llevarse bien con el poder, pero el giro de 180 grados que está dando el establishment norteamericano es de nota, evidenciando su tacticismo e incluso su falta de valores.

Probablemente, las políticas de diversidad e inclusión se habían ido de las manos, pero con los nuevos vientos, todo el mundo se ha olvidado de ellas. Ni tanto, ni tan poco. Queda claro que les importa lo mismo una cosa y su contraria, su única fe es el dinero.  

Pepsi, GM, Google, Disney, GE, Intel, PayPal, Comcast, Accenture... uno tras otro han ido retirando de sus informes anuales las referencias a la diversidad y dejando claro que será el talento, y no la diversidad, lo que guíe sus procesos de selección.

Poco a poco veremos a menos minorías en los anuncios y películas y los valores de la familia tradicional volverán a nuestras casas dentro de cada serie. No será de extrañar que la costumbre de poner el arco iris en los logotipos la semana, o el mes, del orgullo este año pase al olvido. Un giro tan rápido es más oportunismo que un cambio de opinión, si es que alguna vez hubo una opinión. Al menos sirve para desenmascararlos.

Toda discriminación es mala, también la positiva si se lleva a extremos irracionales. Es verdad que sirve para acortar ciertos desajustes históricos, pero algunos se resuelven solos. En la nueva promoción de la escuela judicial, dos tercios de los alumnos son mujeres.

No es que haya cambiado el examen de acceso a la judicatura, es que el número de licenciadas en derecho supera con creces al de  licenciados. Pero es muy probable que el decano del colegio de ingenieros de minas siga siendo un hombre durante muchos años, porque no hay mucha mujer a la que le atraiga esa carrera. Forzar las cosas, en uno u otro sentido, solo puede llevar a errores. 

El giro de la administración norteamericana respecto a las políticas de diversidad e inclusión es grande, pero lo que no es de recibo es el giro copernicano de las grandes corporaciones, a quienes solo les preocupa el sol que más calienta. De buscar cuotas de candidatos de cada minoría a olvidarse de la diversidad había muchos puntos intermedios, pero los han ignorado. 

En cada paso que da el neotrumpismo lo importante es ver en qué nos afecta a nosotros. Tenemos unos dirigentes europeos “muy suyos”, que dicen van a ser dique de contención.

Ojalá no sea así, porque lo pasaremos mal confrontando en lugar de negociando. La esperanza radica en que el ciudadano europeo está harto de la burocracia de Bruselas y de su ingente maquinaria de despilfarrar. Lo malo es que si en lugar de mejorar nuestras nada eficientes instituciones nos vamos al otro extremo existe un riesgo claro de cargárnoslas. 

Los extremos crecen, y la culpa es de la inacción de los dos partidos centrales, los populares y los socialistas europeos. Si los votantes se van más a la izquierda o a la derecha, la culpa es de la desafección que provocan los que hoy ocupan el centro.

Europa necesita una Unión fuerte, sin duda, pero con propósitos claros y pensando en los intereses de los ciudadanos europeos y no en arreglar el mundo entero. Para los extremos, para ambos, la Unión Europea es una molestia.

Deberíamos preocuparnos de trabajar por Europa y, también, ser conscientes que toda la Unión solo significa el 5% de la población mundial, y bajando. No somos, ni seremos, el centro del mundo, ni nuestros valores, si es que los tenemos, los únicos válidos de la tierra.