El Congreso no es solo la casa de todos los españoles, lo es también de todos los que matan españoles. Tiene su lógica: si los muertos no pueden visitar el edifico de donde surge la democracia española, que lo visiten, en su representación, quienes los mataron.

Así que Mohamed Houli, uno de los responsables de los atentados de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils, fue invitado por Junts, con la aquiescencia del PSOE, a un circuito turístico por el Parlamento español que finalizó con una comparecencia oficial, y con presencia de los medios de comunicación.

La prerrogativa de decir lo que se quiera desde la tribuna no la tiene cualquiera que visite el Congreso, al parecer solo se otorga a quien ha sido condenado por asesinar a sus semejantes, será que eso impresiona en el currículum.

Es de suponer que, antes de contar sus historias en sede oficial, Mohamed fue agasajado con un aperitivo --sin productos porcinos y sin alcohol, hay que respetar a los invitados ilustres-- para acto seguido recorrer las estancias del edificio, incluido, por supuesto, el hemiciclo.

Miembros del Gobierno, tal vez algún ministro de esos que no tienen una función concreta, harían las funciones de guías.

-Y aquí, si es usted tan amable de mirar hacia arriba, podrá ver en el techo las marcas de los disparos que hicieron los guardias civiles en febrero de 1981.

-Muy interesante. ¿Y a cuántos españoles mataron?

-A ninguno, don Mohamed, gracias a Dios. Y disculpe usted la referencia al Altísimo, es una frase hecha, no se lo tome a mal.

-¿Ni uno solo? Bah, aficionados.

Tras la visita, llegó la comparecencia, pero eso es lo de menos, el tipo aseguró que el CNI sabía de las intenciones del imán y que este era tan malo que les "comió la cabeza" a todos, un poco como el procés, pero en más bestia.

Será porque en lo de "comer la cabeza" son expertos, los representantes de los partidos independentistas fueron quienes con más gusto participaron en la opereta, ni que fuera para poder acusar al pérfido y fascista Estado español de todos sus males, incluido el de cobrar religiosamente su sueldo de diputados, dietas aparte.

Aparte de a estos, a nadie más importa lo que dijera o callara un terrorista condenado a 43 años de prisión, que con darse un garbeo por el Congreso ya vivió su día de gloria.

En España, tener 16 muertos sobre las espaldas no solo no invalida un testimonio, sino que le otorga un plus de credibilidad.

Resolviendo una simple regla de tres, uno llega a la conclusión de que si en los atentados hubieran muerto un centenar de ciudadanos inocentes, Mohamed Houli tendría seis veces más credibilidad, y si los fallecidos hubieran llegado al millar, el terrorista sería equiparable a cualquier santo de la antigüedad, de aquellos que nunca mentían, ni aun sometidos a martirio.

Nada como matar para ser escuchado con interés.

Mohamed Houli ya ha conseguido ser alguien, seguro que en su pueblo están la mar de orgullosos de ver a un paisano en las televisiones españoles y hablando nada menos que en el Congreso. Hay para estar contentos.

Es cierto que, para conseguirlo, participó en atentados terroristas, pero nadie dijo que la fama fuera sencilla de alcanzar, ahí está ahora, hecho una estrella.

La verdad es que para convertirse en una celebridad, al bueno de Houli no le ha bastado con asesinar, ha tenido que contar además con el apoyo de Junts, para que le convocara en el Congreso.

Y ahí estaba él, con su chándal y sus esposas --no en el sentido de mujeres, sino de grilletes, hay que matizarlo porque con los musulmanes podría haber confusión--, más feliz que un niño el día de Reyes, sabiendo que cuantas más barbaridades dijera, más saldría en los papeles, en eso también se prestaría Junts a colaborar.