Carles Puigdemont y Oriol Junqueras siguen al frente del posprocés.
Puigdemont, muy concentrado en la política española, y cosechando algunos triunfos, por qué no decirlo.
Junqueras, a duras penas, se hizo con el poder de ERC mientras su partido vaga por el desierto en busca de la ruta política a seguir. De momento, la ruta está perdida como el arca que buscaba con ahínco Indiana Jones.
Ambos caen en apoyo popular según el último sondeo de opinión del ICPS. Puigdemont baja su preferencia al 14% mientras que Junqueras se queda en el 10%. Por el contrario, su máximo rival, Salvador Illa, dobla la preferencia pasando del 10% al 20%.
Puigdemont y Junqueras siguen erre que erre al frente de sus organizaciones, aunque en las bases independentistas, frustradas y no frustradas, se ha anclado el debate de la necesidad de buscar nuevos líderes para afrontar una nueva etapa de la política catalana.
Un ejemplo fue Juan José Ibarretxe. Tras el fracaso de su plan soberanista dejó la primera línea política. Ocurrió en 2009, en pleno debate de investidura de Patxi López.
Eso no se ha dado en Cataluña en la primera línea, salvo con la irrupción de Sílvia Orriols, que lidera una corriente de independentismo puro, antiinmigración, xenófobo y racista que está recogiendo frutos entre las bases independentistas que repudian a sus líderes tradicionales y que ven con buenos ojos el discurso xenófobo que siempre anidó en el nacionalismo catalán.
Esta nueva fuerza se ve como un peligro y, por este motivo, Artur Mas ha reclamado establecer puentes con la extrema derecha independentista, aunque quizá también hay un regusto de venganza del líder que fue quemado en la hoguera por los arrumacos de los suyos con la izquierdista CUP.
Mientras estas cuitas se dirimen, en los segundos niveles el independentismo pone en evidencia que está en el diván.
En una semana han sucedido tres hechos relevantes. Lluís Llach, presidente de la ANC, lidera una corriente autodestructiva de la otrora determinante organización. Dimisiones, insultos, acusaciones son el hecho habitual para desembocar en dimisiones y portazos de mal tono.
El acompañante de Toni Comín en sus momentos vacacionales en un velero está dejando al pairo a una organización que no es reflejo de lo que fue y que amenaza en que no lo volverá a ser.
El acompañante de Llach en el velero está en el barco hundido. El revolcón sufrido en las elecciones al Consell de la República no deja dudas.
Toni Comín empezó en política en Ciutadans pel Canvi; cuando estaba a punto de perder su escaño se afilió al PSC y repitió su acta, luego, tonteó con los Comunes, que lo apartaron con cajas destempladas, seduciendo entonces a Oriol Junqueras, que lo colocó en el Govern como conseller de Salut.
Tras el 1-O, con una penosa y nefasta gestión en la conselleria, se subió a la chepa de Puigdemont renegando de los republicanos. Ahora ha perdido ya el apoyo de Puigdemont. Solo le queda esperar que el Parlamento Europeo le deje ocupar su escaño. De momento, se queda fuera. Veremos qué hace su partido.
Si tarda mucho en solventarse el tema, quizá le requieran el acta porque Comín es ya un zombi.
En la Cámara europea solo hablan de este señor por una denuncia de acoso a un trabajador. La guinda a las denuncias sobre su manera de manejar los dineros en el Consell de la República. Punto final a una carrera que ha destacado por saberse mover y estar en la pomada sin dar un palo al agua.
Ahora no está en la pomada y su espacio para moverse es más que reducido. Ahora no existe.
No hay dos sin tres. La tercera en discordia. Laura Borràs. Los suyos la dejaron caer y la aparición de Jordi Turull esta semana para defenderla ante la sentencia del Supremo se convirtió en todo un ejercicio de cinismo.
Teóricamente, la defendió, acusó al Tribunal Supremo de lawfare y criticó que el alto tribunal no aceptara su recurso. Lo que pasa es que pensar que el Supremo ha confirmado la sentencia porque la señora Borràs es independentista es mucho pensar.
En el juicio quedó claro que utilizó dinero público en su propio beneficio y que la pillaron con el carrito del helado porque los Mossos investigaban un caso de tráfico de drogas. Y, claro, el investigado y el beneficiario de Borràs era la misma persona y se abrió el escenario.
No se le puede aplicar la amnistía, solo el indulto. Veremos si Puigdemont se lo pide a Pedro Sánchez. Quizás cuatro años de prisión son excesivos y cabría abrir la posibilidad de indulto parcial.
Sea como fuere, Borràs ya es, también, historia. Los primeros que la pusieron ahí en la papelera de la historia fueron los mismos que enviaron a ese lugar a Artur Mas. Ahora se rasgarán las vestiduras, pero están en el diván.
Después de escribir este artículo estoy ansioso por ver cómo las hordas me ponen a caldo en las redes sociales. Bueno, es lo que tiene el mal perder.